" Mi Sucesor, Mí Verdugo"

Mientras tanto, en el edificio más alto de la ciudad. 

Elyrah estaba esperando a quien su mano derecha había hecho llamar.

Debía hacer saltar el tablero. Ellos no podían creer solo en su confianza. Debían aprender a tejer estrategia y tener astucia si deseaban sobrevivir en ese mundo oculto.

Y quién mejor que ella. Alguien que ha sobrevivido sin merecerlo. Y con ello logran lo que durante años debió ocultar. Sabía que esto sería una jugada arriesgada.

Pero ya había llegado la hora de descubrir. Sacando a la luz todo lo oculto durante años.

Su hombre de confianza le avisa que ya había llegado su encargo.

Ella solo mira por el balcón; el día parecía que anunciaba lo que ella estaba por desatar.

La red que durante años ella mantuvo cuidadosamente tejida. Hoy daba un primer corte y debía asegurarse de que los que quedaran al frente. Supieran afrontar la mejor solución sin miramiento alguno.

Quienes sí lograban justicia podían llegar a controlar ese lugar sin que los pudieran tocar.

Solo ellos debían pasar la prueba a pesar de su caída.

Con la dignidad que la caracteriza, se retira del ventanal y toma asiento.

Le entregan una copa y ella solo aguarda el momento.

Toma un trago, mientras el líquido recorre su garganta.

Su hombre se para tras de ella.

—Se encuentra bien, señora. Cree que todo valdrá la pena.

Ella solo asiente con su cabeza.

—La decisión ya fue tomada. Asegúrate de que todo esté preparado. El golpe será duro. Espero y confío en que tú te encargarás sin dudar.

—Como usted ordene, señora. 

Después, un silencio invade el ambiente, donde su hombre puede sentir que ella ya se entregó.

Y unos minutos después.

De repente, la puerta se abre con fuerza contenida. 

Una mujer de unos 50 años, de aspecto refinado pero agitado, entra al departamento.

Elyrah la espera sentada frente a la ventana, con una copa a medio terminar. Ni se gira.

—Llegaste más tarde de lo esperado —dice, sin emoción.

—No podía dejar rastros —responde la recién llegada, cerrando las cortinas tras ella—. Las cosas se están moviendo demasiado rápido. Necesito tu ayuda. Otra vez.

Ella gira lentamente la cabeza. Su mirada, fría como el cristal de la copa.

—¿Ayuda? ¿Después de tantos años? Fuiste tú quien decidió hacerlos desaparecer sin seguir el plan, quien dejó grietas.

—Fueron tus órdenes. Yo solo obedecí. Pero ahora están empezando a aparecer los hilos. La hija de ellos y el hijo de él. Están juntos. Y no es casualidad.

Un silencio tenso se instala.

Elyrah se levanta y se acerca. La observa con detenimiento.

—¿Tienes miedo?

—Sí. Porque si ella descubre que fui yo quien dio la ubicación de sus padres y si él entiende quién bloqueó la búsqueda de su padre, no me va a alcanzar ni el exilio ni tu protección.

Elyrah se queda en silencio unos segundos. 

Luego habla, como quien firma una sentencia:

—Entonces no te escondas. Te vas a convertir en pieza visible. Nadie sospecha de quien camina entre ellos como si no tuviera nada que ocultar. Te voy a ubicar cerca. Muy cerca.

Desesperada.—¿Estás loca? ¿Quieres ponerme al alcance de ellos?

—Quiero que aprendas a mirar al enemigo a los ojos.  

Y a engañarlo sin parpadear.

La mujer duda. —¿Y si me reconocen?

Ella sonríe. —Entonces sabremos si realmente heredaron la furia o solo la memoria.

Dentro de la mansión.

Ainelys se inclina sobre la mesa, probando el postre. Mira a Iken con una mueca cómplice.

—No está tan mal, ¿no?

—Está perfecto. Como este momento.

Ella lo observa en silencio. Un segundo apenas.

—No te acostumbres —dice con suavidad.

—¿Por qué?

—Porque algo me dice que lo que viene no va a saber a azúcar.

Iker no responde de inmediato. La mira con detenimiento. En sus ojos hay una mezcla de presentimiento y miedo, pero también de algo más fuerte: resistencia contenida.

Iker, sin prometer lo imposible, le da un espacio de seguridad emocional, con la firmeza silenciosa de alguien que ya no huye, sino que elige quedarse y resistir junto con ella.

Apoya los codos sobre la mesa, se inclina levemente hacia ella. Su tono es firme, sin necesidad de elevar la voz. 

—Entonces vamos a aprender a digerir lo amargo.

Y si duele, lo vamos a escupir juntos.

Ella lo mira, sorprendida. Acostumbrada a la frialdad, al silencio, a tener que sostenerse sola, no esperaba eso. No de él. No tan pronto.

—¿Vos estás seguro de querer quedarte en esto? —pregunta, casi en un susurro.

Iker asiente, sin dudar. —No vine buscando paz.  Vine buscando respuestas. Y ahora no solo encontré otro motivo.

—¿Qué motivo? —pregunta ella, sin desafiarlo, solo queriendo entender.

—Alguien con quien sí vale la pena pelear. Y eso jamás me había pasado.

Ella baja la mirada un instante y, por primera vez en mucho tiempo, se permite soltar un suspiro profundo. No de agotamiento, sino de alivio.

Iker se levanta de su silla, rodea la mesa y se inclina a su lado. No la toca. No hace falta. Su cercanía habla con una claridad distinta.

—Pase lo que pase —dice—, no vas a volver a enfrentar esto sola.

Ella levanta la vista. Sus ojos se encuentran. 

Y aunque el mundo afuera esté girando como una amenaza silenciosa, en ese instante, en esa mirada, nace una trinchera común. Pequeña, imperfecta, pero real.

—Gracias, Iker —susurra ella.

Él sonríe, apenas. —Todavía no hice nada. Pero cuando el azúcar se acabe, te prometo que voy a estar ahí. Y así lograremos lo que tanto deseamos. 

Solo debemos confiar. Usando nuestra inteligencia y tu astucia, lograremos que todos paguen lo que hemos sufrido.

Ella solo toma su mano. Necesita que sienta que ella lo va a apoyar hasta el final.

Él siente su calidez y con una de sus manos corre un mechón travieso. Que estaba cubriendo su bello rostro. Y puede ver su rostro, que es iluminado con la calidez del día que la conoció.

Esa pequeña demostración endulzó su alma.

Y ella solo, por unos instantes, se pierde en ese pequeño gesto que la hizo recordar a su padre.

Continuará...