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Mí Dulce Debilidad.

Mí Dulce Debilidad.

Status: Terminada
Genre:Romance / Mafia / Amor a primera vista / Completas
Popularitas:11.9k
Nilai: 5
nombre de autor: GiseFR

Lucia Bennett, su vida monótona y tranquila a punto de cambiar.

Rafael Murray, un mafioso terminando en el lugar incorrectamente correcto para refugiarse.

NovelToon tiene autorización de GiseFR para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capitulo 18

La normalidad, pensó Lucía, era un lujo extraño.

No se acostumbraba del todo a despertarse entre sábanas tan suaves, con el aroma a café recién hecho filtrándose desde la cocina, ni al silencio protector que se respiraba en la nueva casa donde vivían.

Rafael ya no dormía con un arma bajo la almohada. Al menos no a la vista.

Lucía había vuelto a su trabajo en la librería del centro, como si no hubiera estado escondida semanas atrás, como si no tuviera cicatrices invisibles que le rozaban el alma. Y Rafael, aunque seguía inmerso en sus negocios —los legales y los que no lo eran tanto—, cada vez que podía, pasaba a buscarla en persona.

A veces la esperaba en la puerta, recostado contra su auto negro, con ese aire de peligro elegante que hacía que todas las clientas de la librería se olvidaran de lo que habían venido a comprar.

—¿Siempre vas a venir a buscarme con ese auto? —le preguntó un día, riendo, mientras se subía.

Rafael la miró de reojo.

—Puedo conseguirte uno igual si querés.

—Preferiría una bicicleta.

Él sonrió, fascinado por esa simpleza imposible de doblegar. Y, aun así, no dejaba de mimarla.

Cada semana aparecían en la casa nuevas cajas con vestidos de diseñador, zapatos importados, joyas pequeñas y discretas. Flores frescas llenaban los jarrones. A veces eran orquídeas, otras margaritas. Siempre pensadas para ella.

Lucía los agradecía con una sonrisa suave, pero no cambiaba su forma de vestir ni de ser. Seguía usando sus jeans gastados, su mochila de tela, sus libros marcados con post-its de colores. Y eso, precisamente eso, era lo que la hacía más hermosa a los ojos de Rafael.

Una noche, mientras ella lavaba los platos y tarareaba una canción sin darse cuenta, él se le acercó por detrás y le envolvió la cintura con los brazos.

—¿Sabés lo que más me gusta de vos? —le murmuró al oído.

—¿Mis dotes culinarios? —bromeó, con espuma de jabón en las manos.

—Que no necesitás nada de lo que te doy... y aun así, lo aceptás como si supieras que es mi forma de cuidarte.

Lucía dejó los platos y se giró para mirarlo.

—Sé que lo hacés con amor. Pero también sé que yo me cuido sola... aunque me encanta que quieras hacerlo.

Él la besó en la frente con ternura. Y después, con ese tono que usaba solo cuando algo lo inquietaba, le dijo:

—Igual, no vas a estar sola. No mientras yo respire.

—¿Rafael…?

—No voy a arriesgarte. Así que vas a tener un acompañante. No es negociable.

Lucía frunció el ceño, divertida y un poco resignada.

—¿Me vas a poner un guardaespaldas?

—Le digo "escolta". Es un tipo de mi entera confianza. Se llama Enzo. No se va a meter en tu vida, pero va a estar cerca. Por si acaso.

Lucía suspiró. Iba a discutir, pero cuando lo vio tan serio, solo asintió.

—Está bien. Pero que al menos me deje elegir mis libros sola.

Rafael sonrió, aliviado.

—Trato hecho.

Y volvió a besarla. Esta vez, como si el mundo entero se redujera a ese momento.

El beso de Rafael se volvió más profundo, más lento, más urgente.

Lucía dejó que sus manos se apoyaran en su pecho, sintiendo el latido firme bajo la camisa. Rafael la alzó suavemente y la sentó sobre la mesada, sin dejar de besarla. Sus dedos buscaron su cintura, su espalda, la piel tibia bajo la camiseta.

Lucía le respondió con la misma intensidad, entrelazando sus piernas a su alrededor, sus suspiros convirtiéndose en caricias verbales, en deseo contenido que se desbordaba sin prisa.

—Te necesito —le murmuró Rafael contra los labios, ronco, hundiendo el rostro en su cuello—. Sos la única paz que tengo.

Ella sonrió, con los ojos entrecerrados, buscando su boca de nuevo, atrapando sus labios. Pero justo cuando las manos de Rafael comenzaron a deslizarse bajo la tela de su ropa, el sonido de su celular vibrando sobre la mesa los sacudió como un chispazo.

—No lo atiendas —susurró Lucía, aferrada a él.

Pero Rafael ya había reconocido el número. Y solo había una persona en el mundo que él no podía ignorar.

Suspiró, besó la comisura de sus labios, y murmuró:

—Es mi madre.

Lucía abrió los ojos, sorprendida.

Él atendió con un gesto rápido, sentándose a su lado mientras aún respiraba entrecortado.

—Mamma —dijo, en un tono más suave del que Lucía había escuchado jamás.

Del otro lado, la voz femenina sonó cálida, directa, con acento italiano.

—Figlio mio... al fin contestás. ¿Te olvidaste qué día se acerca?

Rafael cerró los ojos un instante, suspirando.

—No, mamma. Solo estoy… ocupado.

—Eso siempre. Pero esta vez, el único regalo que quiero por mi cumpleaños… es verte. No mandes flores. No mandes dinero. Vení a casa. A Italia.

Lucía, curiosa, lo miró en silencio.

Rafael dudó un momento antes de responder.

—Voy a pensar cómo arreglarlo, ¿sí?

—No pienses. Solo vení —insistió la voz con ternura firme—. Sos mi hijo. Te extraño.

Cuando cortó, Rafael se quedó mirando el teléfono unos segundos. Lucía le acarició la mano, sin hablar.

—¿Hace mucho que no la ves? —preguntó ella en voz baja.

—Tres años —dijo él, apenas audible—. Pero parece una vida.

Lucía lo abrazó desde atrás, apoyando su cabeza en su espalda.

—Entonces tenés que ir.

—No quiero dejarte sola.

—Tengo a Enzo —respondió ella, sonriendo con dulzura—. Y además… no me vas a perder por cruzar el océano unos días.

Rafael giró el rostro para besarla con suavidad, agradecido. Sus ojos oscuros brillaban con algo que no dejaba ver a casi nadie: nostalgia.

—Me gustaría que vinieras conmigo.

Lucía parpadeó, sorprendida.

—¿A Italia?

—Sí. Pero sólo si querés —agregó enseguida, sin presionarla—. Quiero que la conozcas.

Lucía no dijo nada de inmediato.

Pero su sonrisa fue suficiente para que Rafael supiera la respuesta..

Lucía se acercó despacio, como si el mundo se hubiera reducido a él y a ese instante. Sus dedos acariciaron la mandíbula de Rafael, y sus labios buscaron los suyos con una ternura casi reverencial. Fue un beso dulce, profundo, lleno de una promesa silenciosa.

Rafael se estremeció. Cerró los ojos. El beso le caló hasta el pecho, rompiendo la última defensa que aún podía quedarle.

—Acompañame… —susurró, con la voz rasgada por la emoción y el deseo— Decime que vas a venir conmigo.---dice mientras preciona a Lucia contra su cuerpo--- No imagino mis días sin poder besarte y tenerte así.

Lucía sonrió contra su boca.

—Claro que voy. A donde vayas, Rafael.

Él la miró como si acabara de oír el milagro que no se atrevía a pedir.

—Lucía... —su voz se quebró por un segundo— ¿Sabés lo que me hacés sentir?

Ella lo besó de nuevo, esta vez con más hambre, con más verdad.

—Decímelo vos.

No hizo falta más. Rafael la alzó con fuerza, como si necesitara sentir que era real, que ella estaba allí, el ancla que nunca supo que necesitaba.

Lucía se dejó llevar, con una risa baja en la garganta, entre caricias que ya no disimulaban nada. Rafael la llevó hasta la habitación, sus labios deslizándose por su cuello, por su clavícula, mientras sus manos la desvestían con cuidado, como si cada prenda fuera un secreto que solo él tenía el derecho de descubrir.

Lucía respondió con igual entrega, tocándolo como si quisiera memorizarlo todo. Su pecho, su espalda, la tensión contenida en cada músculo.

—Sos mío… —susurró ella, mordiéndole apenas el labio—. Y yo soy tuya.

—Sos todo, Lucía —jadeó Rafael, antes de hundirse en su piel, de perderse en ella.

Se amaron con una mezcla de urgencia y adoración, como si el mundo fuera a acabarse y ellos lo supieran. Cada caricia era una declaración. Cada gemido, una confesión.

Cuando finalmente quedaron rendidos, enredados entre las sábanas y el aliento compartido, Rafael apoyó la frente en la de ella, aún jadeante, sus dedos trazando líneas suaves sobre su cintura.

—Nunca más voy a dejarte ir —murmuró.

Lucía le acarició el pelo, sonriendo con los ojos cerrados.

—Entonces llévame con vos. A todas partes.

Rafael la besó una vez más, suave, como un juramento silencioso.

Su Lucía.

La única mujer capaz de volverlo humano otra vez.

VILLA EN EL LAGO DE COMO, ITALIA

La villa de Matilde Murray, una antigua casona de piedra con jardines que caían en cascada hacia el lago, respiraba historia y distinción. El aroma a jazmín flotaba en el aire, mientras las campanas lejanas marcaban las cinco de la tarde.

Matilde, vestida con un conjunto de lino blanco y un chal azul celeste, esperaba en la terraza. Una criada le ofrecía té mientras su mirada se perdía entre las aguas calmas del lago.

—Ha llegado la señorina Bianchi, signora —anunció discretamente el mayordomo.

Matilde se irguió con elegancia y sonrió.

—Hazla pasar, por favor.

Giorga Bianchi apareció un instante después, como siempre impecable: vestido de seda color crema, el cabello recogido con gracia y unos labios que sabían cómo curvarse con precisión matemática. Su andar era el de quien sabe exactamente lo que quiere… y cómo conseguirlo.

—¡Matilde! —exclamó con dulzura, abriendo los brazos— ¡Qué alegría verte!

—Giorga, cara mia —respondió Matilde, estrechándola en un abrazo breve y medido—. Estás radiante. Como siempre.

—Gracias. La villa sigue siendo un sueño. Cada vez que vengo, quiero quedarme para siempre.

Ambas rieron suavemente, antes de tomar asiento junto al set de porcelana y la bandeja de dulces.

—¿Azúcar? —preguntó Matilde.

—Solo una cucharita. Ya bastante dulce soy yo —bromeó Giorga con picardía.

Matilde la observó un segundo más de lo necesario. Sabía jugar, pero no era tonta.

—He llamado a Rafael —dijo finalmente, sirviéndose una taza—. Le pedí que venga por mi cumpleaños.

—¿De verdad? —dijo Giorga, fingiendo sorpresa, abriendo los ojos con delicadeza calculada—. ¡Qué hermoso gesto! Él… está tan ocupado últimamente. Me alegra que aceptara.

Matilde la miró de soslayo, removiendo su té.

—Curioso. Creí que fuiste tú quien más insistió en que lo llamara.

Giorga bajó los ojos, soltando una risita suave, adorablemente culpable.

—Ay, Matilde… sabes cómo lo admiro. Solo quería que pasaran tiempo juntos. Es tu único hijo, y yo… bueno, le tengo un aprecio especial.

—Eso lo he notado —dijo Matilde con una sonrisa elegante, aunque fría—. Y Rafael… es tan difícil de atrapar.

Giorga inclinó la cabeza, como si aceptara el reto.

—Quizá aún no encontró a la mujer indicada.

—¿Y tú crees serla?

La joven soltó una risa encantadora, sin responder. En cambio, tomó un pastelito del plato y dijo:

—Veremos. A veces los hombres necesitan un empujón. O una razón para volver a casa.

Matilde bebió de su taza, oculta tras el borde de porcelana, sin dejar de mirarla.

Sabía que el juego había comenzado.

Y que Giorga Bianchi estaba dispuesta a jugarlo… hasta el final.

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Aura Rosa Alvarez Amaya
Hey verdad!
Éste hombre no duerme?
Caramba!!!
bruja de la imaginación 👿😇
muy bella está historia , muy diferente me encantó
Aura Rosa Alvarez Amaya
Ya valió!
Éste tipo ya la localizó
y ahora?
Adelina Lázaro
que hermosa novela 👏👏
Flor De Maria Paredes
porque no sigue la novela la dejan en lo más interesante que hay que hacer para seguir leyendo ñorfa
Flor De Maria Paredes
de todas las novelas que he leído está es la mejor muy tierna felicidad a la escritora
Tere.s
está mujer se muere ahí
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