El alfa Christopher Woo no cree en debilidades ni dependencias, pero Dylan Park le provoca varias dudas. Este beta que en realidad es un omega, es la solución a su extraño tormento. Su acuerdo matrimonial debería ser puro interés hasta que el tiempo juntos encienden algo más profundo. Mientras su relación se enrede entre feromonas y secretos, una amenaza acecha en las sombras, buscando erradicar a los suyos. Juntos, deberán enfrentar el peligro o perecer.
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LAZOS DE HERMANDAD (parte 2)
Mis dedos se aferraban al volante con fuerza. Mi respiración era errática. Las luces de la ciudad pasaban como un borrón, pero nada importaba más que llegar a esa agencia de entretenimiento lo antes posible.
Intenté llamarla otra vez y me respondía la contestadora.
—¡Vamos, contesta! —exclamé, golpeando el volante con frustración.
Volví a marcar.
Nada.
Otro intento.
Nada.
Y entonces, la llamada ni siquiera entró. “El número al que intenta comunicarse está apagado o fuera de servicio”. Mi pecho se contrajo con una presión sofocante. El miedo y la desesperación me hacían sentir que en cualquier momento perdería la razón.
No lo pensé dos veces.
Salí disparado de la mansión, arrebatándole el auto a uno de los guardias sin darle tiempo de reaccionar. Pude escucharlo llamándome, ordenándome que me detuviera, pero no tenía tiempo para eso.
Aceleré a fondo y marqué a Frost.
—¡Revisa el rastreador de Coral! ¡Ahora! —ordené con la voz tensa.
Escuché sus dedos tecleando y el silencio de su concentración se sintió eterno hasta que finalmente habló:
—Hawk, no hay señal. No la encuentro.
Mi cuerpo se estremeció. Apreté tanto el comunicador en mi oído que dolía y en un arrebato de ira, lo arranqué y lo lancé contra la ventana del asiento del copiloto. Mi dispositivo cayó a la carretera y otro auto lo atropelló hasta hacerlo pedazos.
Mis manos comenzaron a sudar, mi mandíbula más tensa que nunca, pero no podía detenerme. No lo haría. Aceleré aún más, esquivando autos con maniobras peligrosas mientras mi corazón latía con furia en el pecho.
Al llegar, encontré la agencia en total silencio. Mis ojos recorrieron el lugar con rapidez. Cerca de los arbustos, algo brilló en el suelo.
Un arete. Roto.
El arete de Coral. Lo recogí y lo apreté con tanta fuerza que los bordes se clavaron en mi piel. Un caos se desató en mi mente. Cerré el puño y lo estrellé contra la pared más cercana. Ni siquiera sentí el impacto. Lo único que importaba era saber dónde estaba.
Entonces, mi celular sonó. Un número desconocido. No lo dudé y respondí de inmediato.
—O-Oppa…
Era Coral. Su voz temblorosa y respiraba con dificultad y podía oír sus sollozos ahogados
—¡¿Dónde estás?! —grité alarmado.
—A-Ayúdame…
Mi pecho se oprimió.
—¡Dime dónde estás! ¡Voy por ti ahora mismo!
—Yo… no sé… —sollozó—. Estoy en… una cabina telefónica… en un grifo… Todo está oscuro… Hay mucho… naturaleza alrededor…
Su voz era entrecortada. Desesperada. Como si apenas pudiera mantenerse en pie.
—Escúchame, quédate ahí. No te muevas —ordené con firmeza, aunque mi propia voz temblaba de furia—. Voy por ti.
Entonces, un sonido extraño se filtró por la llamada.
Pisadas.
Hojas secas crujiendo.
—No… —susurró ella con voz ahogada.
—¡¿QUÉ PASA?!
Y luego, un grito, corto y ahogado. Después, el tono de llamada cortada.
—¡¡CORAL!!
Corrí hacia el auto. Apreté el volante con tanta fuerza que mis nudillos palidecieron. El fuego de la ira me consumía por dentro.
Coral era una omega, igual que sus compañeras de grupo. Su debut estaba cerca. Todas soñaban con convertirse en Idols. El mismo CEO de la agencia de entretenimiento las llevó con la excusa de una presentación de prueba para un programa.
Pero era mentira.
Todas fueron drogadas y transportadas en autos hacia una fiesta.
Una “fiesta” donde los alfas pagaban por pasar la noche con omegas vírgenes y donde los convertían en sus juguetes sexuales. Este negocio sucio no era nuevo. No era la primera vez que pasaba, pero ahora… mi hermana cayó en esa trampa.
El “paquete” así lo llamaban. Para esos cerdos, no eran más que mercancía. Transacciones entre alfas con dinero. Y el CEO de la agencia, él se encargó de entregar a los omegas en bandeja de plata.
Puedo imaginarlo con claridad: varios omegas inconscientes, autos de lujo llevándolos a sus compradores, cada uno separado, metido en habitaciones diferentes, como dulces esperando ser devorados.
Pero mi hermana…
Ella terminó en un auto con uno de esos enfermos. Alguien con la fantasía cliché de follar en un maldito auto. Y cuando empezó a recuperar el sentido… No puedo ni imaginar el pánico que sintió al ver esas manos asquerosas sobre ella y al sentir feromonas de alfa intentando someterla.
Pero Coral no era débil, a pesar de ser recesiva, luchó.
Aún drogada, con su cuerpo sin responder del todo, se aferró a su instinto de supervivencia y noqueó al hijo de puta. Salió huyendo. Seguramente se tropezó más de una vez, con la visión borrosa y el cuerpo temblando, pero no se detuvo.
La buscaron, no la iban a dejar ir tan fácil.
Corría, su ropa rasgada y el miedo latiendo en su pecho, negándose a caer en sus manos. Y encontró una salida. Un camión de un granjero lleno de vegetales. Se metió dentro, ocultándose entre las cajas de verduras, contuvo la respiración mientras los pasos y voces de sus seguidores pasaban cerca.
Y esperó.
Espero que su hermano mayor la encontrara antes de que lo hicieran esos bastardos, pero su suerte duró poco. Después de que me llamara, alguien la descubrió. No era uno de esos tipos, era el conductor del camión.
Un alfa.
Al verla en ese estado, fingió querer ayudarla. Le sonrió, le dijo que estaba a salvo y cuando bajó la guardia…
Ella corrió.
A través de la hierba espesa, la maleza alcanzándola hasta la cintura, pero él fue tras ella. Dejó su vehículo atrás.
La siguió.
Y su presencia se hizo insoportable cuando liberó sus feromonas. Ella no pudo resistir más, cayó al suelo y él cayó sobre ella.
Conduje como loco. Las afueras de la ciudad eran un vacío oscuro, apenas iluminado por la luz de la luna menguante y los faros del auto.
Llegué al grifo donde Coral me llamó. El teléfono colgaba del cable, oscilando levemente en el aire.
Corrí.
Un leve gritó rompió el silencio.
—¡¡CORAL!! —grité, desesperado.
—¿Quién es ese idiota? —preguntó una voz masculina, con desdén.
El alfa aun estando sobre ella.
—Mi hermano… —susurró Coral, antes de golpearlo en un intento de zafarse.
El tipo la soltó y giró hacia mi justo cuando me acercaba a toda velocidad. El muy imbécil pensó que podría someterme con sus feromonas, pero en cuanto estuve lo suficientemente cerca, le estampé un puñetazo directo en la cara.
—¡¡MALDITO!! ¡¡¿ASÍ TRATAS A UNA MUJER INDEFENSA?!!
Liberé mis feromonas sin reservas y el alfa cayó de rodillas de golpe, jadeando.
—U-Un dominante… —murmuró, escupiendo sangre.
Pero no me importó. Mis puños impactaron contra su rostro una y otra vez. Lo pateé sin piedad. No oía nada. Solo veía rojo. Pensaba en lo que estaba a punto de hacerle a mi hermana. En lo que pudo haber pasado si no llegaba a tiempo.
—Oppa… basta…
Su voy me tensó más que cualquier golpe. Mi mirada se encontró con la suya. Estaba temblando y su cuerpo sacudido por el miedo y el frío.
—Detente… Vas a matarlo… —sus manos temblorosas intentaron aferrarse a mi brazo.
Pero yo estaba lejos de calmarme.
—¡¡SUÉLTAME!! ¡¡QUE MUERA!!
—Basta, no… —suplicó el alfa, con la voz débil.
—¡¡NO VOY A PARAR!! ¡¡CUALQUIERA QUE INTENTE TOCARTE MORIRÁ EN MIS MANOS!! ¡¡LO VOY A MATAR!! ¡¡LO MATARÉ!! ¡¡LO MATARÉ!!
Mis golpes se volvieron más salvajes. Le destrocé la cara, le rompí los brazos y mis estaban rojas, mi respiración era un rugido, un eco de pura furia quemándome la garganta.
—Por favor… no más… —balbuceó el bastardo.
—¡¡CIERRA LA BOCA!! —espeté, con aliento agitado—. ¡¡RECUERDA ESTO ANTES DE VOLVER A TOCAR A LA HIJA, HERMANA O ESPOSA DE ALGUIEN MÁS!!
—N-No lo volveré a hacer…
—Asqueroso… —murmuré, escupiéndole cerca.
Mi pecho aún subía y bajaba con violencia. Luego miré a Coral. Se veía tan pequeña en ese instante. La abracé con fuerza, y cuanto sintió mi calor, rompió en más llanto. Antes de irme, le di una última patada al tipo y cargué a mi hermana en brazos.
Cuando llegué a la mansión, Coral estaba inconsciente. Solo la cubría mi abrigo largo. Su rostro pálido, su respiración irregular y la sujeté con fuerza, asegurándome de que su cuerpo no se inclinara demasiado mientras la cargaba.
Apenas crucé la puerta, la señora Song se llevó las manos a la boca.
—¡Dios mío…! —exclamó, horrorizada.
Marlon, que estaba junto a ella, me lanzó una mirada seria, evaluando la situación en silencio antes de hablar con calma:
—Déjala en el sofá. Y o me encargo.
Obedecí sin decir nada. Solo cuando la recosté con cuidado, me di cuenta de que la señora Song se había encargado de llevar a Azul a su habitación para que no viera nada de esto.
Marlon revisó a Coral, sacó una jeringa y le inyectó un antídoto para contrarrestar la droga.
—Se recuperará pronto —me informó—, pero necesita descansar. Estuvo al borde de un shock de feromonas.
Asentí, incapaz de hablar. Mi cuerpo estaba tenso, listo para explotar. El nudo en mi pecho era sofocante. Pensé de nuevo en lo que habría pasado si no llegaba a tiempo. Si ella no hubiera escapado. El frío me recorrió la espalda. Marlon guardó sus cosas y me observó con seriedad.
—Intenta calmarte. Tus feromonas te delatan.
No respondí. ¿Cómo podría hacerlo? La ira seguía ardiendo en mis venas.
—Chris probablemente no vendrá… —añadió antes de marcharse.
Levanté la vista y lo vi salir. La señora Song permaneció en la mansión. Le dio un baño de esponja a Coral y luego se acomodó en una de las habitaciones de invitados.
No dormí toda la noche. Me quedé en el sofá con la cabeza gacha. Sintiendo la punzada de rabia y el agotamiento clavándose en mi pecho. Perdí la noción del tiempo, pero en algún momento de la madrugada… la puerta se abrió. Levanté la mirada, Christopher estaba allí, cubierto de sangre como si acabara de salir de un matadero.