LA REINA ELARIA

llegamos a una casa que, al parecer, también funcionaba como un tipo de bar. La fachada era sencilla, con madera desgastada y un pequeño letrero apenas visible. Kael abrió la puerta sin dudarlo, y el bullicio en el interior disminuyó por un momento al vernos entrar. Varias miradas curiosas se posaron sobre nosotros, pero Kael las ignoró mientras caminaba directo hacia un hombre que estaba detrás de una barra improvisada.

—¿Riley? —dijo Kael al acercarse.

El hombre levantó la vista y, al reconocer a Kael, sus ojos se iluminaron con una mezcla de sorpresa y alerta.

—Kael… —dijo en un susurro, como si fuera un nombre que no esperaba escuchar de nuevo.

—Necesito tu ayuda.

Riley se inclinó un poco hacia él, pero sus ojos rápidamente se desviaron hacia mí. Al observarme con más detalle, su rostro se tensó.

—Espera… —Su voz adquirió un tono de incredulidad—. Esa… esa es la reina, ¿verdad?

Me quedé helada, sintiendo como si todo el aire en la habitación hubiera desaparecido.

—No es lo que piensas —intervino Kael con calma, colocando una mano sobre el hombro de Riley—. No pasa nada.

—¡Kael! ¿Qué demonios haces? ¿Sabes el riesgo que es traerla aquí? —Riley bajó la voz, pero el temor en sus palabras era evidente—. Si alguien la reconoce y se corre la voz, estaremos todos en problemas.

—Riley, cálmate. —Kael lo miró fijamente, con esa seguridad fría que siempre parecía tener—. Solo necesito un lugar para que ella duerma esta noche. No juntos, solo ella.

—Pero, Kael… —Riley empezó a protestar, claramente nervioso.

—Hazlo y ya —ordenó Kael con firmeza, interrumpiéndolo.

Riley se frotó la frente, como si estuviera evaluando todas las formas en que esto podría salir mal, pero finalmente asintió.

—Está bien, pero si alguien pregunta, yo no sé nada.

Kael asintió, satisfecho.

—Así me gusta.

Riley salió de detrás de la barra y nos indicó que lo siguiéramos. Subimos por unas escaleras estrechas hasta llegar a un cuarto pequeño con una cama sencilla y una ventana que daba al callejón trasero.

—Esto es lo mejor que puedo ofrecerles —dijo Riley, dirigiéndose a Kael.

Kael negó con la cabeza.

—No a “nosotros”. Solo a ella.

—¿Y tú dónde vas a dormir? —preguntó Riley, cruzando los brazos.

—Me las arreglo.

Riley bufó, claramente frustrado, pero no insistió más. Me miró una última vez, todavía con algo de miedo en los ojos, y luego se fue sin decir nada más.

Cuando la puerta se cerró, me volví hacia Kael.

—¿Siempre eres así de mandón?

Kael sonrió con arrogancia.

—Solo cuando es necesario.

Me crucé de brazos, sintiéndome incómoda por todo lo que había pasado.

—¿Crees que él va a delatarnos?

Kael negó con la cabeza.

—No. Riley sabe que traicionarme sería un error. Confía en mí.

No estaba segura de si confiar era lo más inteligente, pero tampoco tenía muchas opciones. Suspiré y me senté en la cama, observando cómo Kael se dirigía hacia la puerta.

—Descansa. Mañana seguimos.

-

No podía dormir. Habían pasado varias horas desde que Kael salió de la habitación, pero mi mente no dejaba de dar vueltas. El silencio del cuarto, la incertidumbre sobre lo que vendría después, y los recuerdos del día me mantenían completamente despierta. Resignada, me levanté de la cama, agarré mi capa y abrí la puerta lentamente, tratando de no hacer ruido.

El pasillo estaba oscuro, y cuando bajé las escaleras, me encontré con el bar completamente apagado. El ambiente, que horas antes había estado lleno de música y voces, ahora era solitario y tranquilo. Caminé despacio, sintiendo la madera crujir bajo mis pies.

Llegué a la barra y miré alrededor, buscando algo que pudiera beber para calmarme. Pero antes de que pudiera decidirme, mi mirada se desvió hacia un sofá pequeño en un rincón. Ahí estaba Kael, acostado en una posición incómoda, con las piernas colgando del borde y un brazo sobre los ojos.

Me acerqué despacio, dudando si debía despertarlo o no. Parecía tan despreocupado y relajado, una imagen completamente opuesta al Kael que siempre estaba alerta y en control. Sin pensarlo, me agaché frente a él para observar su rostro. La luz tenue hacía que sus facciones se vieran aún más marcadas. Había algo en él… una mezcla de rudeza y belleza que era imposible de ignorar.

De repente, sus ojos se abrieron.

—¿Por qué me mirabas tan de cerca? —preguntó, con su voz ronca y cargada de sueño.

Me sobresalté, perdiendo el equilibrio y cayendo de espaldas al suelo.

—¡Yo…! —balbuceé, sintiendo cómo el calor subía a mis mejillas—. No te estaba mirando, solo pasaba por aquí.

Kael se incorporó lentamente, apoyándose en un codo mientras me observaba con una ceja arqueada.

—¿Ah, sí? Entonces, ¿qué hacías tan cerca de mi cara? —preguntó, con un tono burlón.

—¡No estaba cerca! —protesté, levantándome del suelo y sacudiendo mi capa para disimular la vergüenza—. Solo… quería asegurarme de que estuvieras bien.

—¿Asegurarte de que estuviera bien? —repitió, reprimiendo una sonrisa. Luego se sentó por completo, apoyando los pies en el suelo y pasando una mano por su cabello despeinado—. Qué considerada.

No supe si estaba siendo sincero o sarcástico, pero preferí no seguirle el juego.

—Deberías dormir en un lugar más cómodo. Ese sofá parece una tortura.

Kael se encogió de hombros.

—Estoy acostumbrado. Además, la cama es para ti, ¿recuerdas?

Lo miré con cierta culpa.

—Podemos compartirla.

Kael levantó ambas cejas, sorprendido por mi propuesta.

—¿Compartirla?

—¡No de esa manera! —me apresuré a aclarar, cruzándome de brazos—. Solo digo que es grande y mucho más cómoda que este sofá.

—No te preocupes, estaré bien aquí. —Se recostó de nuevo, cerrando los ojos como si el tema estuviera zanjado.

Lo observé un momento más antes de suspirar.

—Eres imposible —murmuré, volviendo hacia las escaleras.

—Buenas noches, reina —dijo, con una sonrisa en la voz.

Me detuve en seco, girándome hacia él.

—Te dije que no me llames así.

—Ah, lo olvidé. Buenas noches, Elaria.

Rodé los ojos y subí las escaleras de vuelta a la habitación, todavía sintiendo el calor en mis mejillas. ¿Por qué tenía que ser tan molesto y, al mismo tiempo, tan encantador?