"Guardianes"

El Rey de ReindHart, con imponente presencia. Caminó con paso solemne hacia el muro del lado derecho del salón. Aquel muro, de granito oscuro, estaba adornado con un grabado colosal: un león rampante, símbolo del reino, forjado en oro puro, con sus garras alzadas como si desafiara al mismo cielo.

El Rey se detuvo frente a la figura y, con voz baja como un susurro que solo los antiguos podrían reconocer, pronunció un antiguo hechizo. El aire vibró levemente.

Las líneas del grabado comenzaron a brillar, y con un crujido profundo, la piedra se abrió como si obedeciera a su amo. Dentro, una caja de madera oscura, reforzada con marcos de plata y una tapa de cristal, descansaba sobre un pedestal de piedra.

En su interior, dos guantes metálicos plateados relucían bajo la luz lunar. Desde sus puños sobresalían dos gemas verdes que pulsaban como corazones vivos.

Alex se acercó instintivamente, sus ojos verdes brillando con asombro reflejado. La finura del diseño, la pureza del metal, el aura poderosa que emitían… eran algo fuera de este mundo.

—Esos guanteletes —dijo el Rey, con voz grave— no son simples armas. Fueron forjados por los herederos de los antiguos herreros sagrados de la Orden. Solo un alma que haya probado la llama del juicio puede portarlos. Su energía rechaza a cualquier indigno. Y solo Temerio... solo él posee el aura capaz de controlarlos sin ser consumido.

El sacerdote se acercó lentamente. La luz de la luna trazaba contornos sobre su rostro endurecido por los años y la batalla.

Miró los guanteletes con una mezcla de nostalgia y orgullo, como si saludara a viejos compañeros. Luego, los tomó con ambas manos y los guardó con delicadeza en dos bolsas de cuero que colgaban a los lados de su cintura, hechas a la medida exacta.

Se giró hacia Alex. Sus ojos azules, brillantes como el hielo bajo la luna, lo atravesaron con determinación.

—Ven conmigo, chico —dijo Temerio, con voz firme pero sin dureza—. Quiero que veas con tus propios ojos lo que está por venir. Quiero que entiendas lo que tendrás que enfrentar si de verdad quieres caminar este sendero.

Alex tragó saliva, su pecho temblando levemente. Asintió, apenas audible.

—S-Sí… iré.

Entonces, como salido de la nada, Kuro saltó grácilmente al hombro de Alex, su pelaje negro contrastando con la tenue luz lunar, y la cruz blanca de su frente brillando con intensidad mística.

—Yo también los acompañaré —dijo con su ronca y calmada voz—. Y si la cosa se pone fea, usaré mi poder para sacarte de ahí, chico. No dejaré que te pase nada... al menos no mientras ese viejo lunático se divierte peleando.

Temerio lo miró de reojo, medio sonriendo.

—Entonces llévanos. A la puerta oeste. Rápido.

Pero una voz femenina interrumpió el momento.

—¡Quiero ir con ustedes!

Franchesca, la primera princesa, avanzó con el mentón en alto, su armadura ligera brillando bajo la luna, sosteniendo firmemente la espada ceñida a su cintura. Su tono era firme, decidido.

—No, hija mía —replicó el Rey con un aire severo, alzando una mano—. No permitiré que los niños se involucren. Tienes solo quince años. Aún eres una estudiante, a pesar de tu posición como comandante de las Alas de Luz.

Sus ojos dorados se posaron sobre ella con intensidad.

—Ningún estudiante está preparado para enfrentar demonios de rango A.

Temerio se cruzó de brazos y soltó una risa breve.

—Majestad, con todo respeto, creo que es mejor que los tres —la princesa, el príncipe Leon y la señorita Sakura— nos acompañen. No para pelear… sino para aprender. Déjelos observar desde lo alto del muro. Tal vez así comprendan qué clase de poder necesitarán si pretenden proteger este reino. Porque lo que verán hoy... no es ni una sombra de la calamidad que se aproxima.

El Rey lo miró, en silencio. Luego soltó una carcajada baja, casi maliciosa, y asintió.

—Muy bien, viejo lobo. Que lo vean... que aprendan.

Ambos ancianos miraron entonces a los cuatro jóvenes, que no entendían la razón de aquellas sonrisas tan extrañas.

—Tsk... no tenemos tiempo para filosofar —gruñó Kuro. —Sujétense.

El gato comenzó a conjurar un círculo mágico, una matriz de luz celestial apareció bajo sus patas. El aire se cargó de energía. El Rey, al verlos desaparecer en una luz cegadora, sonrió con suavidad.

—Ellos… son el futuro.

Continuará...

XintaRo.

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