Arie ha estado enamorada de Andy desde el día en que lo conoció. Pero él nunca lo ha sabido. Para Andy, ella es su mejor amiga, su confidente, la persona en la que más confía. Y aunque su relación es demasiado cercana, demasiado íntima, Andy sigue amando a Evelin, la madre de su hija.
A pesar de que Evelin tiene otra pareja, sigue teniendo un poder sobre él que Arie no puede romper. Mientras tanto, Arie se ve atrapada en un amor que la consume, en la dulzura de Andy que solo la hiere más, y en el cariño de Charlotte, la pequeña niña que siente como suya, aunque nunca lo será.
Ser parte de la vida de Andy la hace feliz, pero también la destruye un poco más cada día. ¿Hasta cuándo podrá soportarlo? ¿Podrá seguir amando en silencio sin que su corazón termine roto en pedazos?
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capítulo 11
Narrado por Andy
Desde que le confesé mis sentimientos a Arie, me sentía increíblemente libre. Como si me hubiera quitado un peso de encima, como si todo encajara en su lugar.
Para mí, todo era natural. Después de todo, la había amado en silencio por tanto tiempo que ahora, al decirlo en voz alta, ya no había motivo para esconderlo ni para actuar diferente.
Pero ella…
Ella era otra historia.
Arie estaba completamente nerviosa, tímida, como si en cualquier momento fuera a explotar. Se ponía roja de la nada y apenas podía mirarme sin que su rostro se encendiera como un semáforo.
Y eso solo me causaba gracia.
Mucha gracia.
Me reía descaradamente cada vez que la veía tartamudear, desviando la mirada como si yo fuera una especie de sueño que podía desaparecer en cualquier momento.
Así que, solo para molestarla más, comencé a llamarla mi amor.
Para todo.
—Pásame la sal, mi amor.
—¿Tienes hambre, mi amor?
—¿Te llevo al trabajo, mi amor?
Y cada vez que lo hacía, me aseguraba de quedarme mirándola, atento a su reacción.
Era mejor que cualquier espectáculo.
Se quedaba completamente en blanco, con los ojos bien abiertos y los labios entreabiertos, como si su cerebro estuviera intentando procesar lo que acababa de escuchar.
—Andy… —me miraba con el ceño fruncido, pero su rostro seguía sonrojado, y eso me hacía sonreír aún más.
No podía dejar de hacerlo.
No después de todo lo que nos costó llegar aquí.
En el trabajo, Arie intentaba mantenerlo todo al margen, como si nada hubiera cambiado entre nosotros.
Pero a mí no me importaba en lo absoluto.
Cada vez que pasaba por su lado, le robaba un beso, sin importar si alguien nos veía. Y cada vez, ella me empujaba con un resoplido y murmuraba algo sobre “mantener las cosas profesionales”, aunque su sonrisa nerviosa la delataba.
Yo solo me reía y seguía con lo mío.
Si pensaba que iba a esconder esto, estaba muy equivocada.
Y entonces, llegó mi martirio.
Evelin.
Apareció en la puerta de la cocina con Charlotte en brazos y una expresión altanera en el rostro.
Suspiré.
—¿Qué haces aquí?
—Vine a traerte a tu hija —respondió con obviedad, como si no pudiera haber otra razón.
Mi expresión se endureció.
—Me encanta estar con mi hija, pero ahora tengo mucho trabajo. No puedo atenderla. Además, una cocina no es un buen lugar para una niña tan pequeña.
Charlotte apenas tenía dos años. Aquí había cuchillos, fuego, aceite hirviendo… Definitivamente, no era un espacio seguro para ella.
Pero Evelin solo se cruzó de brazos con arrogancia.
—Eso no me importa. Es tu responsabilidad como padre.
—Eres su madre —respondí con calma—. No puedes dejarla aquí solo porque te molesta tenerla.
—No me molesta —su tono se volvió más afilado—. Solo tengo cosas más importantes que hacer.
—¿Ah, sí? ¿Como qué?
—Tengo una cita en el spa, y luego voy a arreglarme el pelo y las uñas.
Mi paciencia se agotó en ese instante.
—¿Eso es más importante que tu hija?
—No dramatices, Andy —puso los ojos en blanco—. No es como si la estuviera abandonando. Tiene un padre, y ese eres tú.
Solté un suspiro cansado y miré a Charlotte, quien me extendía los brazos con una sonrisa.
No tenía la culpa de nada.
No tenía la culpa de la madre que le había tocado.
La cargué en mis brazos, ignorando la presencia de Evelin, y le di un beso en la frente.
Ella apoyó su cabecita en mi hombro, tranquila.
—Andy, quiero que nos veamos después —Evelin continuó hablando—. Necesitamos hablar de nosotros.
Le lancé una mirada dura.
—No existe un nosotros, Evelin.
—Tenemos una hija juntos.
—Eso no significa que haya un nosotros.
—No puedo creer que estés enamorado de Arie —bufó, cruzándose de brazos—. ¿En serio, Andy?
—Sí, en serio —respondí sin dudarlo.
Me di la vuelta con Charlotte en brazos, ignorándola por completo, y me dirigí a mi oficina para que la niña pudiera quedarse en un ambiente más seguro mientras terminaba mi turno.
Porque si había algo que tenía claro, era que no iba a permitir que Evelin siguiera controlando mi vida.
Yo ya había elegido a quien quería en mi futuro.
Y su nombre era Arie.
[...]
Dejé a Charlotte en la oficina por unos minutos mientras pensaba en qué hacer. Trabajar con una niña en brazos era imposible, y aunque me encantaría quedarme con ella todo el día, la cocina de un restaurante no era lugar para una bebé de dos años.
Entonces, mi salvación llegó en forma de mi padre, Arturo.
—¡Dame a mi nieta! —exclamó apenas entró, extendiendo los brazos hacia Charlotte, quien inmediatamente se acurrucó contra él.
Sonreí, aliviado.
—Gracias, papá. De verdad, Evelin está loca si cree que puede dejarme a la niña en pleno trabajo como si nada.
Arturo resopló con fastidio.
—Esa mujer nunca me cayó bien. Nunca entendí qué viste en ella.
Me encogí de hombros.
—Al principio no era así. Cambió con el tiempo.
—¡Bah! Siempre fue igual, pero estabas ciego —gruñó, meneando la cabeza—. Ahora, lo que no entiendo es por qué no te fijaste en esa muchacha tan buena y bonita que siempre está contigo…
Levanté la cabeza de golpe, mirándolo con sorpresa.
—¿Arie?
—Ajá —sonrió con malicia—. Esa chica sí es un verdadero tesoro. Amable, trabajadora, leal… y hermosa, por cierto.
Sonreí sin darme cuenta, como un completo idiota.
Y Arturo lo notó de inmediato.
—¡Mira nada más esa cara de bobo enamorado! —se echó a reír con fuerza—. Ay, hijo, yo siempre supe que entre ustedes había algo.
Rodé los ojos, aunque no podía borrar la sonrisa de mi rostro.
—No empieces…
—Pero si es obvio. La forma en que la miras, cómo la cuidas… Hasta Charlotte la adora.
—Papá, cállate —reí, tratando de detenerlo—. Todavía es algo reciente.
—Ah, pero es algo, ¿verdad? —levantó una ceja, satisfecho.
Justo en ese momento, la puerta se abrió y Arie entró con una expresión curiosa.
Nos quedamos en silencio de inmediato.
Ella frunció el ceño, mirándonos con sospecha.
—¿Por qué siento que estaban hablando de algo que no debía escuchar?
—No sé de qué hablas —respondí demasiado rápido.
Mi padre soltó una carcajada y negó con la cabeza.
Arie nos miró con más sospecha, pero decidió no insistir. Caminó hasta Charlotte y la tomó en brazos con ternura.
—¡Mi princesa hermosa! —canturreó, llenándole la carita de besos, provocando risitas en la niña.
Sonreí al ver la escena.
Porque, aunque todavía fuera algo reciente…
No había ninguna duda de que Arie ya era parte de mi familia.