En un mundo de apariencias perfectas, Marina creía tenerlo todo: un matrimonio sólido, una vida de ensueño y una rutina sin sobresaltos en el exclusivo vecindario de La Arboleda. Pero cuando una serie de mentiras y comportamientos extraños la llevan a descubrir la verdad sobre Nicolás, su esposo, su vida se desmorona de manera inimaginable.
El amor, la traición y un secreto desgarrador se entrelazan en esta historia llena de misterio y suspenso.
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El eco del disparo
La noche del disparo regresó a la mente de Nicolás como una marea negra, arrasándolo con recuerdos fragmentados. El sonido del arma seguía resonando en su cabeza, tan claro y perturbador como el momento en que el eco se había extinguido entre las paredes de la casa. Había sangre, un grito, y luego... vacío.
Sentado en el suelo de su habitación, con el relicario apagado frente a él, Nicolás se llevó las manos al rostro. El peso de lo que había sucedido y de lo que estaba por recordar lo aplastaba.
—¿Por qué no puedo recordar todo? —murmuró para sí mismo, mientras un sudor frío recorría su frente.
El relicario, inerte hasta ese momento, comenzó a emitir un leve destello. Nicolás lo miró, desconcertado.
—¿Otra vez tú? —dijo, levantándolo con cautela.
El relicario parecía latir en su mano, como si tuviera vida propia, y con cada pulsación, los recuerdos se reorganizaban en su mente, llenando los vacíos.
El recuerdo desvelado
La escena se formó con una nitidez desgarradora. Marina estaba de pie frente a él, su rostro desencajado por la ira y el dolor. Samuel sostenía el arma, pero había algo en su expresión que Nicolás no había notado antes: miedo.
—¡Esto no tiene que terminar así! —gritó Marina, sus ojos recorriendo a ambos hombres.
Samuel respiraba con dificultad, el arma temblando en su mano.
—No puedo más con esto, —dijo, su voz quebrándose. —El relicario nos está destruyendo.
Nicolás dio un paso al frente, alzando las manos.
—Samuel, baja el arma. Podemos hablar de esto.
Pero Samuel negó con la cabeza, sus ojos llenos de desesperación.
—Siempre dices eso, Nicolás. Siempre quieres controlarlo todo. ¿Y qué hay de mí? ¿Qué hay de lo que yo quiero?
Marina avanzó, colocando su cuerpo entre los dos hombres.
—¡Basta! —gritó. —Ninguno de ustedes entiende. Esto no se trata del relicario ni de quién tiene razón. Se trata de romper el maldito ciclo.
Fue en ese instante que sucedió. Samuel cerró los ojos, y el disparo resonó. Pero no fue él quien apretó el gatillo.
La verdad inquietante
De vuelta en el presente, Nicolás soltó el relicario como si quemara su piel.
—No puede ser... —murmuró, temblando.
El arma no había sido disparada por Samuel. Había sido Nicolás, en un impulso de rabia y confusión, quien había accionado el gatillo. Pero no recordaba haberlo hecho. Era como si algo lo hubiera obligado, como si su cuerpo no hubiera sido completamente suyo en ese momento.
—¿Te das cuenta ahora? —dijo una voz femenina a su espalda.
Nicolás se giró de golpe. Allí estaba Marina, o al menos, lo que quedaba de ella. Su figura era translúcida, como un reflejo atrapado entre dos mundos.
—Marina... —dijo, su voz apenas un susurro.
—No fui yo quien murió esa noche, Nicolás, —continuó ella, con una calma perturbadora. —Fuiste tú.
Nicolás sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies.
—¿Qué estás diciendo? —balbuceó.
—Desde el momento en que apretaste el gatillo, dejaste de ser quien eras, —dijo Marina, acercándose a él. —El relicario te tomó. Lo mismo que ha hecho con cada uno de nosotros en cada vida.
El controlador detrás del relicario
La habitación comenzó a cambiar, las paredes desvaneciéndose hasta convertirse en un abismo oscuro. Nicolás se encontró de pie junto a Marina en un espacio infinito, el relicario flotando entre ellos.
—Esto es lo que quería que sucediera, —dijo una voz profunda que parecía emanar del objeto.
De las sombras emergió una figura encapuchada, su rostro oculto bajo una capa de oscuridad.
—¿Quién eres? —demandó Nicolás, aunque su voz temblaba.
—Soy quien ha movido los hilos desde el principio, —respondió la figura. —El relicario no es solo un objeto; es un catalizador, una herramienta para perpetuar el ciclo.
—¿Por qué? —preguntó Marina, su tono lleno de furia.
La figura se rio, un sonido frío y sin alma.
—Porque el sufrimiento de ustedes me alimenta. Cada traición, cada muerte, me fortalece.
Marina miró a Nicolás, su expresión endurecida.
—Tenemos que destruirlo, —dijo, su voz firme.
Pero Nicolás no estaba seguro.
—¿Y si eso nos destruye también? —preguntó.
—¿Prefieres seguir siendo su marioneta? —respondió Marina, dando un paso al frente.
La figura encapuchada extendió una mano, y el relicario comenzó a brillar con una luz oscura.
—No pueden escapar de mí, —dijo. —Incluso si lo destruyen, yo siempre encuentro una manera de regresar.
Una elección imposible
Nicolás miró a Marina, sabiendo que lo que estaban por hacer podría significar el final definitivo para ambos. Pero en su interior, también sentía que era la única forma de liberar sus almas.
—¿Estás lista? —preguntó.
Marina asintió, extendiendo su mano hacia él.
—Juntos.
Ambos avanzaron hacia el relicario, ignorando las amenazas de la figura encapuchada. Cuando sus manos tocaron el objeto, una explosión de luz los envolvió, seguida de un dolor indescriptible.
El eco del disparo resonó una vez más, pero esta vez, no fue un arma la que lo produjo. Fue el relicario, quebrándose en mil pedazos, liberando una energía que atravesó el abismo.
El final del ciclo
Cuando la luz se disipó, Nicolás y Marina se encontraron de vuelta en la casa, pero todo era diferente. La atmósfera pesada había desaparecido, y el relicario ya no estaba.
—¿Lo hicimos? —preguntó Nicolás, mirando a Marina.
Ella sonrió débilmente.
—Creo que sí.
Pero algo en su interior le decía que el ciclo no estaba completamente roto. Sentía que aún había piezas de la verdad que desconocían, y que su conexión con Nicolás y Samuel seguía siendo más profunda de lo que podían imaginar.
—El pasado nos define, pero no tiene que controlarnos, —dijo Marina, como si hablara más para sí misma que para Nicolás.
—Entonces será mejor que sigamos adelante, —respondió él.
Mientras salían de la casa, el viento susurraba entre las hojas, como un recordatorio de que el eco del disparo aún resonaba en algún lugar lejano, esperando cerrar la última grieta en el ciclo eterno.