Alice Crawford, una exitosa pero ciega CEO de Crawford Holdings Tecnológico en Nueva York, enfrenta desafíos diarios no solo en el competitivo mundo empresarial sino también en su vida personal debido a su discapacidad. Después de sobrevivir a un intento de secuestro, decide contratar a Aristóteles, el hombre que la salvó, como su guardaespaldas personal.
Aristóteles Dimitrakos, un ex militar griego, busca un trabajo estable y bien remunerado para cubrir las necesidades médicas de su hija enferma. Aunque inicialmente reacio a volver a un entorno potencialmente peligroso, la oferta de Alice es demasiado buena para rechazarla.
Mientras trabajan juntos, la tensión y la cercanía diaria encienden una chispa entre ellos, llevando a un romance complicado por sus mundos muy diferentes y los peligros que aún acechan a Alice.
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Capítulo 18 Vigilancia
Alice, Aristoteles y Elara llegaron al Centro Médico Mount Sinai, un hospital reconocido por su excelencia en tratamientos médicos avanzados. Elara, visiblemente nerviosa, caminaba junto a su padre mientras observaba el imponente edificio, sus manos sujetando con fuerza la mochila que llevaba.
Alice, con su presencia calmada y confiada, trató de tranquilizar a la joven.
—Elara, este es uno de los mejores hospitales de Nueva York —le explicó Alice con una voz suave—. Aquí te atenderán los mejores especialistas. Quiero que sepas que estás en las mejores manos.
Elara, sin apartar la mirada de la fachada del hospital, le lanzó una mirada agradecida a Alice.
—Gracias, señora Crawford. Esta oportunidad significa mucho para mí —dijo Elara, con un tono humilde y algo tímido.
Alice le dedicó una leve sonrisa.
—No tienes nada que agradecer. Todo sea por ti y por Aristoteles. —Las palabras de Alice fueron sinceras, y por un momento, Elara miró a su padre, quien también le sonreía.
Aristoteles no pudo contener una sonrisa de orgullo y alivio, sintiendo que la tensión en sus hombros se relajaba ligeramente. Ver a su hija en un lugar como ese, con la esperanza de recibir el tratamiento que tanto necesitaba, le daba una sensación de paz que pocas veces experimentaba.
En ese momento, un hombre de bata blanca se acercó al grupo. Era alto, de mirada amable y porte seguro.
—Buenas tardes, señora Crawford —dijo el hombre, con voz serena—. Me alegra verlos aquí.
Alice asintió y se volvió hacia Aristoteles y Elara.
—Aristoteles, Elara, les presento al doctor Sinclair, jefe de cardiología pediátrica del hospital.
El doctor Sinclair extendió una mano, que Aristoteles estrechó firmemente, y luego se volvió hacia Elara con una sonrisa reconfortante.
—Encantado de conocerte, Elara. He revisado tus informes médicos y creo que podrías ser una excelente candidata para un tratamiento que estamos probando aquí. Es experimental en América, pero ha tenido buenos resultados en Europa, donde ya se ha aplicado en varios pacientes.
Elara suspiró profundamente, y su mirada reflejaba una mezcla de nerviosismo y esperanza. Sentía la intensidad de la situación y, al mismo tiempo, el temor natural de enfrentarse a algo tan serio.
—¿Experimental? —preguntó Aristoteles, intentando mantener la calma, aunque era evidente la preocupación en su voz.
El doctor Sinclair asintió.
—Sí, es un tratamiento innovador que se enfoca en mejorar las funciones cardíacas en jóvenes con condiciones como la de Elara. Hemos visto casos de éxito y creemos que tienes las condiciones para beneficiarte de este enfoque.
Elara miró a su padre, y Aristoteles la tomó de la mano, dándole un apretón suave y alentador.
—Estamos aquí contigo, Elara. No tienes que hacer esto sola —le susurró, tratando de transmitirle toda la confianza que sentía, aunque en su interior también estaba aterrado.
El doctor Sinclair los observó con empatía y añadió:
—Antes de avanzar, necesito realizar algunos exámenes adicionales para asegurarnos de que esta opción es la mejor para ti. ¿Estás lista, para hacerlos ahora?
Elara respiró hondo y asintió lentamente.
—Sí… estoy lista.
Aristoteles y Alice la acompañaron hasta la entrada del área de exámenes, donde se despidieron de ella momentáneamente. Elara se alejó bajo la guía del doctor, lanzando una última mirada hacia su padre y Alice.
Una vez que Elara se fue, Alice y Aristoteles quedaron en el pasillo, en un silencio lleno de pensamientos y emociones.
—No te preocupes —dijo Alice, tratando de tranquilizar a Aristoteles —. Confío en el.
En ese momento, el celular de Alice sonó. Era James, quien le recordaba sobre una reunión que debía atender en poco tiempo.
—Aristoteles, debo asistir a una reunión. Creo que será mejor que me adelante en un taxi para que tu no dejes a Elara sola—sugirió Alice con naturalidad.
Aristoteles negó con la cabeza con firmeza.
—No, señora Crawford, yo la llevaré. No me sentiría tranquilo dejándola sola.
Alice apreció la determinación en su voz y, aunque sabía que podía ir por su cuenta, aceptó su ofrecimiento. Ambos se dirigieron al estacionamiento en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos sobre Elara y lo que depararía el tratamiento.
Al llegar al estacionamiento subterráneo, el eco de sus pasos resonaba en el amplio espacio vacío. Sin embargo, Aristoteles notó algo inusual en el ambiente. Su instinto se activó de inmediato, y antes de que pudiera advertir a Alice, dos figuras surgieron de las sombras, bloqueándoles el paso.
Alice se detuvo, percibiendo la tensión en el cuerpo de Aristoteles.
—¿Qué sucede? —preguntó, en voz baja, sintiendo que algo no estaba bien.
—Quédese detrás de mí —le respondió Aristoteles en un susurro firme, sin apartar la mirada de los hombres frente a ellos.
Los intrusos avanzaron con paso lento pero seguro, y Aristoteles se preparó, su cuerpo alerta para proteger a Alice a toda costa.
Por otra parte está Aristóteles....wao, todo en él grita "soy Griego", hasta el nombre
sugiero que coloques imágenes de tus personajes. gracias, ánimo