SOLO TE AMARÉ A TI.

Nathan.

Mi secretaria quedó espectacular, siempre me ha parecido hermosa, pero con el maquillaje y vestido que tenía puesto se veía más atractiva.

— Buenas noches. Gracias. — Le dijo al chófer que le abrió la puerta. Entro y se sorprendió. — ¿Señor Nathan?

— No quería que llegaras tarde. — Dirigí la mirada al conductor. — Vámonos. — El asintió. En el auto reinaba el silencio. Esther jugueteaba con sus manos, veía la hora en el teléfono y respiraba profundamente una vez por minuto. — ¿Por qué estás nerviosa?

— Nunca he estado en una reunión importante. Temo equivocarme.

— No hables y no te equivocaras. — Asintió. Pronto llegamos al restaurante y el chófer la ayudo a bajar, no se porque, pero me molestó que el tomara su mano. Entramos al restaurante y todas las miradas vinieron a nosotros. No me gustó que otros hombres la vieran con esos ojos. — Toma mi brazo. — Ella sin decir mucho metió su brazo entre el mío. Y nos acercamos a la mesa.

— Esther.

— Hola Diego. — Ambos se sonrieron. Eso tampoco me gustó. Sentí una molestia muy desagradable. Cómo un dolor de cabeza difícil de quitar.

— No tenía idea de que te encontraría aquí. Y menos que sería del brazo de Nathan. — No me gustó su mirada disgustada. A el también le gusta Esther. ¿Cómo puede? Era la novia de su primo. Debería tenerle un poco de respeto al muerto.

— ¿También lo conoces? — Pregunto ella, alargando la conversación que ya tenían.

— Imposible no conocerlo. Estudiamos juntos, ¿cierto Nathan? — Asentí. Ambos fuimos a la misma universidad, tenemos la misma edad, siempre competíamos por el primer lugar, por la mejor chica de la universidad, y ahora, por su mirada, me doy cuenta de que habrá una competencia más.

— Supongo que son amigos.

— ¡No! — Exclamamos al mismo tiempo. Nunca nos caímos bien, ambos tenemos el mismo carácter frío, ambos queríamos ser el mejor en todo y ahora ambos queremos a la misma mujer. Una amistad entre el y yo es imposible.

— Siéntate. — Le acomodo la silla. Eso me cabreó, ella viene conmigo, soy yo el que debe hacer estás cosas. — Hablemos sobre el negocio. — Puso una carpeta sobre la mesa. Revise y no vi nada malo. Sólo sus ojos en Esther me estaban molestando. — ¿Cómo has estado?

— Muy bien.

— Te ves hermosa. Más viva que antes.

— Gracias, me siento mejor.

— ¿Cuándo...?

— Todo está en orden. — Interrumpí su conversación. — Esther deberías leerlo. Ve aprendiendo. — Le pase el documento.

— Si señor. — Concentrada se ve más hermosa. Aparte de Diego otros hombres también la veían con ojos deseosos. Los mire fríamente y apartaron su mirada.

Esther termino de leer y me devolvió el documento. Diego, sus socios y yo firmamos. Un mesero vino a darnos las cartas y ordenamos una cena ligera.

— Señorita. ¿No toma vino? — Preguntó uno de los idiotas que estaban aquí. Ella negó. — Acompañenos con una copa. Una no hace daño. — Diego le arrebato la copa.

— Ella no puede tomar. Beberé en su lugar.

— ¿Qué relación tienen ustedes? — Preguntó un curioso.

— Somos amigos desde hace bastante tiempo.

— ¿Sólo amigos?

— Por el momento si. — Respondió Diego. Esther lo vio con sorpresa. Está claro que no sabe, ni sospecha de sus sentimientos. O es buena fingiendo y se está haciendo la tonta. La segunda opción me parece más acertada.

Esther.

Los cuatro hombres se estaban pasando de copas. Quise irme antes de que ellos empezarán a actuar cómo borrachos.

— Sácame de aquí. — Pidió mi jefe. Su semblante estaba extraño. Me levanté y lo saqué del restaurante.

Le pedí ayuda al chofer, en el auto el actuó extraño. Me estaba oliendo y tocando las piernas. Yo apartaba sus manos cada cinco segundos.

— ¡Ya déjeme! — Grite asustada y preocupada. ¿Qué pretendía?

— Te necesito. — El se puso sobre mi. Besó mi cuello y mis labios. Lo aparte como pude y le di una bofetada.

— No vuelva a tocarme. — Lo empuje.

— Señorita, creó que el señor está drogado.

— Eso no le da derecho a actuar así. Yo no soy nada suyo.

— Necesita su ayuda.

— ¿Y que se supone que haga? — El me miró con una expresión incómoda. Yo negué. Jamás me prestaría a eso.

Nathan.

Desperté aturdido. Me encontraba en la cama de un hotel, desnudo, habia una gran mancha de semen en la sabana, creó que lo pase bien anoche.

Recordé vagamente sobre ayer. Me lance sobre Esther sin remordimiento. Me abofeteo y supongo que después pasamos la noche juntos.

Al fin la tuve y no puedo recordar cómo fue. No puedo recordar su aroma, sus labios ni su cuerpo. Maldita sea. Desearía recordar. Aunque no será la última vez que pase la noche con ella. Después de hoy la haré mía hasta cansarme.

Sonreí y me bañé, seguí sin recordar nada, le pedí al chófer que me trajera ropa. Luego me fui a la oficina. Rengo mucho trabajo, y quizás, también quiero ver la expresión que tendrá al verme.

Estoy de muy buen humor, al fin pude tener a la mujer que tanto se me resistió. No hay mejor sensación para un cazador, que cazar a su presa.

— Buenos días señor Walker.

— Buen día Amber. ¿Y Esther?

— Llamó diciendo que se sentía mal. Llegará más tarde. — Vaya, parece que la dejé agotada.

— Cuándo llegué dile que pase a mi oficina.

— Si señor.

Empecé mi trabajo. Pero no podía dejar de pensar en anoche. Quería recordar a como diera lugar, quería saber en que posiciones la puse, cómo besa. Cómo se mueve. Odio no poder saberlo.

— Buenos días señor. — Ella entró. Sus ojos cansados se posaron en mi. Mire fijamente su cuello, no deje marcas en el. Algo raro. Ya que me encanta marcar a mis víctimas. Quizás estaba tan borracho que deje eso de lado.

— Sobre anoche.

— No por favor. No lo mencioné. Haré de cuenta que eso nunca pasó.

— Pero...

— Está bien. Usted estaba drogado, entiendo su conducta conmigo. Eso no se volverá a repetir.

— Yo si quiero repetir.

— ¿Disculpe?

— Ya pasó una noche, ¿qué problema hay si vuelve a pasar?

— ¿Acaso le gusta ser drogado? — Su tono me sonó a un regañó.

— No dije eso. Me refiero a...

— No me interesa. Por favor olvidé lo que pasó anoche. Yo también lo olvidaré. No fue nada agradable. — ¿Qué? ¿Está diciendo que cojo mal? Nunca se han quejado de mi. — Con permiso. — Ella salió, dejándome como siempre, con la palabra en la boca.

No sé lo que tengo que hacer. Pero la tendré de nuevo. O dejo de llamarme Nathan Walker.