Todo el mundo reconoce que existen diez mandamientos. Sin embargo, para Connor Fitzgerald, héroe de la CIA, el undécimo mandamiento es el que cuenta:
" No te dejaras atrapar"
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CAPITULO 18
Victor Zerimski visita del Museo Pushkin de Moscú como parte de sus actividades proselitista, y el director del museo lo guía va a través de las galerías. El Pushkin estaba tan abarrotado de gente como el Cooke Stadium en un juego de los Pieles Rojas, y dónde quiera que Zerimski aparecia, las multitudes se hacían a un lado como si se tratara de Moisés que se acercaba al Mar rojo.
Mientras tanto, Connor tenía que ser muy cuidadoso para no distraerse con las muchas obras maestras y concentrarse en observar al líder comunista.
La primera vez que Connor fue enviado a Rusia, en los años ochenta, lo más cerca que un político importante llegaba a estar de la gente era cuando miraba los desfiles del primero de mayo en la plaza roja. Sin embargo, desde que las mayorías podían votar, los que esperaban resultar electos sentían de pronto la necesidad de andar entre la gente, e incluso de oír sus puntos de vista.
Una vez que Zerimski había recogido media docena de salas, desvío su atención de los muros para dirigirla a los periodistas que lo seguían de cerca. En el rellano de las escaleras que daba a la planta baja inició una conferencia de prensa improvisada.
-- ¡Adelante, pregúntenme todo lo que quieran! -- exclamó, al tiempo que dirigía una mirada desafiante al grupo de reporteros.
-- ¿Cuál es su reacción ante los resultados de las últimas encuestas de opinión, señor Zerimski? -- preguntó el corresponsal de The Times en Moscú.
-- Convencerme de que vamos en el camino correcto.
-- Usted ocupa ahora el segundo lugar y, por lo tanto, es el único rival de peligro para el señor Chernopov -- gritó otro periodista.
-- Miren, cuando llegue el día de la elección, Chernopov será mi único rival de peligro -- replicó Zerimski. Su sequitó rió diligentemente.
-- ¿Cree que Rusia debería ser otra vez una nación comunista, señor Zerimski? -- se produjo la pregunta inevitable, hecha con acento estadounidense.
El político astuto estaba demasiado alerta para caer en semejante trampa.
-- Si con eso se refiere a volver a tener más empleos, menor inflación y un mejor nivel de vida, la respuesta tiene que ser un sí categórico. El pueblo ruso votará por mayoría abrumadora por el regreso a aquellos tiempos en que éramos la nación más respetada del mundo.
-- ¿Y la más tímida? -- propuso otro periodista.
-- Prefiero eso a continuar en la situación actual, en la que el resto del mundo simplemente no nos toma en cuenta -- respondió Zerimski. En ese momento, los periodistas anotaban todas y cada una de sus palabras.
-- ¿ Por qué su amigo está tan interesado en alguien como Víctor Zerimski? -- susurró Sergei al otro extremo del rellano.
-- Haces demasiadas preguntas -- observo Jackson.
-- Zerimski es malo.
-- ¿Por qué? -- preguntó Jackson con la mirada fija en Connor.
-- Si resulta electo, va a mandar a gente como yo a prisión, y todos volveremos a los "buenos tiempos", mientras que él disfruta en el kremlin comiendo caviar y bebiendo vodka.
Victor Zerimski empezó a caminar a zancadas hacia la salida del museo, mientras el director y su séquito trataban de mantenerse a su mismo paso.
-- Tu hombre se puso en marcha otra vez -- advirtió Sergei. Jackson alzó la mirada y vio a conor desaparecer por una puerta lateral del museo; Ashley Mitchell iba tras él.
Connor Fitzgerald estaba solo cuando se sentó en un restaurante griego en la Prechinstenka y reflexionó en lo que había visto esa mañana.
Aunque Zerimski siempre se hallaba rodeado por un montón de matones, y los ojos de esos hombres miraban hacia todos lados, no estaba bien protegido como la mayor parte de los dirigentes occidentales. Varios de sus rudos guardaespaldas serían valientes y hábiles, pero solo tres de ellos parecían tener experiencia en proteger a un estadista mundial. Y, además, no podían estar en guardia todo el tiempo.
Connor tragaba con dificultad un moussaka bastante malo mientras repasaba el resto del itinerario de Zerimski hasta el día de la elección. El candidato aparecería en público en veintisiete ocasiones diferentes durante los siguientes ocho días. En el momento en que el camarero colocó una taza de café frente a él, Connor ya había descartado todas las ubicaciones excepto las únicas dos que valía la pena considerar, por si acaso era necesario suprimir el nombre de Zelenski de la votación.
A la mañana siguiente el candidato viajaría por tren a Yaroslavl, donde inauguraría una fábrica antes de regresar a Moscú para asistir a una función del ballet Bolshói. De ahí tomaría el tren de medianoche a San Petersburgo. Connor ya había decidido seguir de cerca a Zerimski en Yaroslavl. Tambien reservó una entrada para asistir al ballet y un billete para el tren a San Petersburgo.
Connor sabía que si era necesario llevar a cabo la misión, tendría que depender de un rifle de alto poder en una zona de aire libre. Nick Gutenburg le había asegurado que no habría ninguna dificultad para hacer llegar de manera ilícita un Remington 700 a la embajada de Estados Unidos antes de que él llegara a Moscú, otro mal uso de la valija diplomática. Si Lawrence daba la orden, dejarían que Fitzgerald decidiera la hora y el lugar.
Mientras Connor bebía el café, trató de no reír cuando pensó en Ashley Mitchell en el Pushkin, deslizándose detrás de la columna más próxima siempre que Connor miraba hacia el sitio en que él estaba. Había decidido permitir que Michelle lo siguiera durante el día -- tal vez resultaría útil en algún momento --, pero no lo dejaría averiguar dónde dormía por las noches. Miró por la ventana y vio al agregado cultural sentado en una banca, leyendo un ejemplar del Pravda. Sonrió. Un profesional tenía que ser capaz siempre de observar a su presa sin ser visto.
Maggie salió en su auto del estacionamiento de Georgetown University un minuto después de la una. Siempre tomaba una hora exacta para comer; si no encontraba un espacio para estacionarse cerca del restaurante, tendría menos tiempo para charlar con su invitada. Y ese día necesitaba cada minuto de esa hora.