Inefable

*Miranda*

No me sentía para nada bien. Mi alma no tenía ganas. Me encontraba sin ánimo. No quise acompañar a mi abuelo al bufé de comida china. Tampoco me sentí capaz de explicarle a Marcos lo que yo acababa de descubrir sobre mi salud. ¡Me sentía completamente destrozada!

Quise darme un tiempo para intentar procesar todo. Conecte mis auriculares y puse Play. Walk Slow -Interlude comenzó a reproducirse, quise que YOUTH 83 se encargara de alimentar mi tristeza en este momento con su música.

Entre a la estación del metrobús y subí al vehículo. ¡Comenzaba a recordar lo que, minutos antes, llegue a descubrir sobre mí!

—¿Cómo te sientes al saber esto? —Salvador quería averiguar.

¡Yo estaba impactada!

—¿Tengo VIH? —Pregunté.

Salvador enfocó sus pupilas en mis pupilas. ¿Qué sentimientos irradiaban mis ojos? Mi corazón latía a toda potencia y mis nervios eran superinestables. ¡Me obligué a no llorar!

—Tienes VIH.

Al instante, pensé en...

—¿Me voy a morir?

—No. Miranda. No te vas a morir.

Trague saliva, sentía un nudo fuerte en mi garganta y mi inestabilidad salió a flote.

—Yo... Esto... ¿Por qué? En la prueba rápida no salí reactiva.

Asintió.

—A veces la medicina también se equivoca.

—¿Y esto no será un error?

Negó ligeramente. Quise aparentar fortaleza.

—Lo hemos confirmado con la prueba de Western Blot. 

Apreté mis manos, vi los chancros en mi piel.

—Me salieron dos más. Mira, estos no los tenía ese día —y le enseñé mi mano.

Sin miedo alguno, tomo mi mano y sentí su calidez.

—No te vas a morir Miranda. Lo que tienes no es un pecado y mucho menos es algo de lo que debas sentirte apenada.

¿Sentirme apenada? ¿Haber cometido un pecado? ¿Sentirme con ganas de morir?

—Yo... Salvador es que, no esperaba escuchar algo así o enterarme de esto. ¡No puedo creer que me esté pasando algo como esto!

Asintió. Note en su mirada, que él quería ser compasivo conmigo.

—Los síntomas que tu cuerpo ha empezado a manifestar, estos chancros que ves aquí, son la prueba de que esta infección lleva años viviendo en tu cuerpo.

¿Años? ¿Cuántos años viviendo con esto? ¡Y yo ni en cuenta! Al instante, todos mis recuerdos apuntaron a él: Tom.

—Yo era una niña cuando mi tío abusó sexualmente de mí. 

Soltó mi mano.

—¿Dijiste algo al respecto a tus padres?

—No. Nunca.

—¿Le contaste a algún amigo?

—Lo hice.

—¿Qué le contaste?

¿Por qué tenía que volver a desenterrar el pasado? ¿Por qué mi vida seguía siendo tan catastrófica por culpa de un hombre perverso? ¡La culpa no es mía!

—Que Tom solía abusar sexualmente de mí.

—¿Este hombre que te hizo?

Pronunciarlo de forma abierta también dolía. ¡Me daba pena!

—Me violó. ¡Me uso! ¡Me lastimó!

Percibí la compasión en su mirada. ¡Me sentía muy abatida!

—¡Lo siento mucho! Miranda, yo, lamento mucho que eso te haya sucedido.

—Eso ya es pasado —digo con amargura en la boca.

—¿Cuándo fue la última vez, qué él te hizo daño?

Suspire, apreté mi mano sobre los chancros y lo recordé.

—Fue cuando yo estaba en la secundaria.

—¿Qué edad tenías?

—Doce. Quizá trece años.

Asintió.

—Gracias por contarme esto.

—Yo... ¡No puedo creer que me esté ocurriendo algo así! Pensé que ya lo había superado. ¡Pero no! Parece que la vida no me quiere dejar en paz.

—¿Lo denunciaste? ¿Pagó por sus malas acciones?

—Sí. Yo misma me encargué de hacer que pagara por todo el mal que me había hecho. Pero, recientemente, escapó de prisión.

—¿Escapó de prisión?

—Sí. Por esa razón es que mi abuelo termino en el hospital. ¡Tom quiere destruirme más!

—¡Lo lamento! ¿Informaste a la policía sobre esto?

—Sí. Ellos están investigando.

Asintió.

—Yo te ayudaré a estar estable de salud. ¡Lo prometo!

—¿Cómo puedo ser estable? Digo, esto me ha caído como un balde de agua fría y tengo muchos pensamientos.

—¿Cómo te sientes?

Su pregunta me puso sensible. ¿Por qué me estaban pasando muchas cosas malas?

—Me siento mal. ¡Esto no es fácil!

Asintió una vez más.

—Llorar no es malo —dice él.

—¿Cómo sabes que quiero llorar?

—Trato de imaginarme cómo debes sentirte. ¡Desahoga lo que sientes! No siempre debes ser fuerte para lograr tener éxito.

¿No siempre debo ser fuerte? ¡Pero entonces me derrumbaría! Yo no estaba entendiendo nada.

—Yo no sé qué hacer justo ahora.

—¿Qué sientes?

Trague saliva.

—Tengo miedo —admito.

—¿A qué le temes?

No aguante más y deje escapar unas cuantas lágrimas. ¡Mi alma estaba muy inundada en dolor!

—A esto que tengo.

—Tú pregúntame con confianza todo lo que te inquiete sobre esta enfermedad.

Suspire. Ligeramente, acaricie el chancro central de la palma de mi mano.

—Dices que no me voy a morir.

—Eso es verdad.

—¿Me voy a curar?

Medito en su respuesta.

—El VIH es un virus que no tiene cura. Pero se puede controlar.

—¿Y cómo?

—Con tratamiento. Se le llama terapia antirretroviral. Antes de iniciar, necesito saber tus niveles de CD4 y de carga viral.

—¿Qué es eso del CD4?

—Son células. Todos tenemos estas células que se encargan de combatir los virus y bacterias de nuestro cuerpo.

—¿Y la carga viral?

—Es para medir y saber la cantidad de copias del virus que existen en tu sangre.

Medite en esto último que me dijo.

—¿Tengo SIDA?

—No. El VIH y el SIDA son cosas diferentes. ¡No son lo mismo! El VIH es un virus que infecta a tu sistema inmunológico. Sin el tratamiento, el virus hace que tu cuerpo se destruya solito y eso te vuelve vulnerable a otras infecciones. El SIDA es el síndrome de inmunodeficiencia adquirida, lo que significa que tu sistema inmunológico no tiene cómo defenderse de cualquier bacteria o virus. El VIH es el virus que infecta y el SIDA es el resultado final de este virus. Aun si una persona se encontrara en la etapa del SIDA, esta puede vivir si es aplicada al tratamiento antirretroviral.

Medite en esta diferencia.

—¿Y puedo contagiar a mis amigos?

—El VIH se contagia a través de sexo sin protección, fluidos corporales como la sangre, el semen o la leche materna. Pero claro, se deben dar circunstancias específicas para que esto pueda suceder.

—¿Mis chancros son contagiosos si toco alguna superficie o persona?

—No.

—¿Y si me pica un mosquito?

—El VIH no se contagia a través de picaduras de mosquitos, no se contagia por abrazos, sudor o saliva. ¡Menos por besos!

—Y entonces, ¿no me voy a morir?

El contacto visual sirvió para aclarar mis sentimientos.

—No. Miranda, la medicina ha ido avanzando, aunque este virus no tiene cura, es posible detenerlo.

—¿Con el tratamiento?

—Así es. Una vez iniciado el tratamiento, deberás tomarlo de por vida y debes ser constante. En tu caso, quizá con una pastilla al día funcione todo.

—Una pastilla al día durante toda la vida.

—Ya no vivimos en la década de los noventa. Antes la gente se moría de SIDA por no tener un tratamiento adecuado. Hoy, la gente que tiene VIH o SIDA, tienen la oportunidad de vivir los años completos que le corresponden a cada uno.

—Entonces, es un hecho que estaré bien.

—Claro. Yo estoy dispuesto a darte la ayuda necesaria para que puedas estar bien.

Asentí.

—Yo, te agradezco.

—Miranda. Tener VIH no significa que sea el fin del mundo. Actualmente, existe mucha desinformación sobre el tema y eso podría complicar las cosas para ti, porque aún hay gente que ve esta enfermedad como un tabú.

—Entonces, ¿debería guardar mi enfermedad como si fuera un secreto?

—No. Imagino que justo ahora estás procesando todo. ¡Eso está bien! Poco a poco tú irás compartiendo con el mundo tu enfermedad. Cuando te sientas lista, depende de ti el contarlo y a quién se lo vas a contar.

Y justo ahora, la vida se me estaba tornando más complicada que antes. ¡Mi batalla se había intensificado! La música seguía sonando a través de mis audífonos, mis pensamientos eran revolución y mi alma no tenía los pies en la tierra. ¡El dolor me controlaba! ¿Qué pasaba conmigo? ¿Por qué tantas cosas malas me sucedían a mí? ¿Acaso era mi culpa?

Mi celular empezó a timbrar una vez más a causa de una llamada de Marcos. Me animé a contestar.

—¿Hola?

—Miranda. ¿Dónde estás? Te hemos estado tratando de localizar desde hace rato y no dábamos contigo. ¿Estás bien?

Su pregunta me partió el corazón.

—Marcos, yo... Gracias por cuidar de mi abuelo. ¿En dónde está él?

—Lo llevé a su casa, Samuel está con él. ¿Dónde estás tú?

—Voy en el metrobús. Quiero ir a mi casa.

—¿A cuál de todas tus casas?

—La que era de mis padres.

—Genial. Te veo allí. ¿Ya comiste?

—No. No tengo hambre.

—Pasaré a comprarte algo. Le diré a Alex que te alcance primero.

—¡Gracias por toda tu ayuda!

Terminamos la llamada.