En un mundo roto por criaturas sin alma, un chico despierta en un bosque, su mente vacía, con solo un cuaderno para anclar su existencia. Rescatado por Ana, una joven arquera, y su hermano León, se une a su peligrosa búsqueda de un refugio seguro en Silverpine.
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Por los Cuervos Capitulo 17
La noche fría envuelve el pueblo, el viento silbando a través de las grietas de la iglesia mientras el Capitán está sentado en un banco improvisado, una botella de alcohol en la mano. La luz de las velas parpadea, proyectando sombras danzantes sobre su rostro endurecido. Da un trago largo, el líquido ámbar goteando por su barbilla, cuando la puerta cruje y una figura encapuchada entra, sus pasos resonando en el suelo de piedra.
—Se ve que no es fácil mantener el personaje frente a la gente —dice la persona misteriosa, su voz baja y cargada de sarcasmo mientras se detiene a unos pasos del Capitán.
Esta suelta una risa ronca, inclinándose hacia adelante con una sonrisa torcida.
—La gente es estúpida —responde, riéndose más fuerte—. Van a luchar por mí. Soy su "protector". Pero bueno, aunque sean mierda y estúpidos, los necesito por ahora.
Da otro sorbo, los ojos brillando con desprecio. La figura encapuchada ríe también, un sonido seco y burlón.
—Eres mierda, pero bueno, tengo información de los rebeldes —dice, cruzando los brazos.
El Capitán se endereza, la diversión desvaneciéndose de su rostro mientras fija su mirada en el intruso, interesado.
—Habla —ordena, la botella temblando ligeramente en su mano mientras la tensión llena el aire de la iglesia.
el Capitán toma otro largo trago de la botella, el alcohol quemándole la garganta mientras la luz de las velas titubea.
—¡Por los Cuervos! —murmura, levantándose con un gruñido.
Mira al soldado encapuchado que le trajo la información y dice con voz grave:
—Eres mi mejor soldado.
Deja la botella. El hombre asiente en silencio, tomando la botella vacía mientras el Capitán se coloca una máscara oscura, su rostro ahora oculto tras una expresión seria y amenazante.
Sale de la iglesia con paso firme, la máscara reflejando la luz de la luna. Afuera, al menos cien Cuervos, armados con rifles, machetes y arcos, se alinean junto a una multitud de voluntarios del pueblo, rostros llenos de miedo, pero también de determinación, listos para luchar contra los rebeldes. El Capitán se pone al frente, alzando los brazos, y su voz resuena con autoridad:
—¡Esta noche comienza el final de la guerra! Nuestros hijos e hijas escucharán la historia del día que la gente se levantó, que peleó por su pueblo, por una vida digna.
La multitud murmura, la emoción creciendo. Grita con furia contenida:
—¡Recordarán cada uno de los nombres de los Cuervos, soldados que dieron la vida y alma por esto, por ustedes! ¡Ellos lo pagarán caro!
Las palabras encienden a la gente, que responde con vítores y gritos de apoyo, sus rostros iluminados por la pasión y el miedo, listos para seguir al Capitán en su cruzada.
A lo lejos en el bosque oscuro envuelve la cabaña en un silencio profundo, solo roto por el crepitar del fuego dentro. Emma y Ana están sentadas cerca de la chimenea, sosteniendo trozos de carne de ciervo que Robert ha cocinado con habilidad, el aroma llenando el aire con un toque reconfortante. Ana da un mordisco, saboreando la carne jugosa, y mira a Robert con una sonrisa.
—Eres muy bueno cocinando —dice, su voz cargada de admiración.
Emma, riéndose suavemente mientras mastica, asiente y añade con un tono juguetón:
—Mucho mejor que yo.
Su risa llena la cabaña, aliviando la tensión de la noche. Robert, desde su rincón, suelta una risita ronca, inclinando la cabeza en agradecimiento.
—Aprendí con mi padre —murmura, removiendo las brasas.
Las dos chicas intercambian una mirada cómplice, disfrutando del momento de calidez y camaradería mientras la carne cruje entre sus dientes.
El fuego en la cabaña crepita suavemente mientras Robert termina su porción de carne de ciervo, limpiándose las manos con un trapo viejo.
—Bueno, ya es tarde y estoy viejo —dice con un bostezo cansado, levantándose con dificultad—. Estoy listo para la cama.
Hace una pausa, mirando a Ana y Emma, y añade:
—Como vivo solo desde hace mucho, no tengo más camas. Pero tengo esto.
Se inclina con esfuerzo y saca dos sacos de dormir raídos de un rincón, entregándoles uno a cada una.
—Les aconsejo dormir cerca de la chimenea —murmura, señalando el fuego—. Mantiene el calor y aleja a los bichos.
Ana toma el saco con una sonrisa agradecida, mientras Emma asiente, desplegando el suyo junto al fuego.
—Gracias, Robert —dice Emma, su voz cálida.
Robert asiente y se dirige a su rincón, donde una cama sencilla lo espera. Las chicas extienden los sacos cerca de la chimenea, el calor del fuego prometiendo una noche más cómoda mientras el bosque oscuro murmura afuera.
Emma regresa del baño, el frío de la noche mordiendo su piel mientras se detiene junto a la chimenea moribunda. Con una sonrisa juguetona en el rostro, decide no volver a su saco y, en lugar de eso, se desliza con cuidado dentro del saco de Ana, su movimiento silencioso pero deliberado. Ana, que dormía plácidamente, siente de inmediato la calidez y la piel de Emma contra la suya, despertando con un sobresalto. Sus mejillas se tiñen de un rojo intenso, la vergüenza apoderándose de ella mientras balbucea:
—¿Qué pasó?
Su voz tiembla, los ojos muy abiertos. Emma, riéndose suavemente, la mira con picardía y dice:
—Nada, tengo frío en mi saco.
Su tono es ligero, pero hay un brillo cálido en sus ojos. Ana, demasiado avergonzada para responder, no dice nada, su respiración acelerada mientras intenta procesar la situación. El silencio entre ellas se llena del leve ronquido de Robert en el rincón, y poco a poco, Ana se relaja, aceptando la cercanía.
Las dos terminan durmiendo juntas, el saco ajustándose a sus cuerpos entrelazados. Emma, con naturalidad, abraza a Ana desde atrás, su calor compartido alejando el frío de la noche mientras el fuego se apaga lentamente, envolviéndolas en un sueño tranquilo.
Joel y Mark emergen de la oscuridad del bosque, sus figuras recortadas contra la luz tenue de las fogatas del campamento rebelde. La sangre mancha sus ropas raídas, y el dolor se refleja en cada paso tambaleante: Joel cojea con el brazo vendado improvisadamente, el tubo aún en su mano temblorosa, mientras Mark aprieta el hacha como si fuera un salvavidas, un corte fresco en su frente goteando rojo. La puerta del campamento se abre de golpe cuando Liam y León, en guardia, los ven acercarse. Liam, con el machete listo, frunce el ceño, y León deja caer el arco con un jadeo.
—¿Qué mierda les pasó? —grita Liam, corriendo hacia ellos con preocupación en la voz, mientras León se queda paralizado un segundo, los ojos abiertos de par en par.
Joel, jadeando, levanta la vista, su rostro pálido por la pérdida de sangre y el shock.
—No sabes lo que vimos —murmura, la voz ronca y quebrada, como si las palabras le costaran un esfuerzo sobrehumano.
Sus ojos, aún perdidos en el recuerdo de la bestia, se clavan en el vacío, el peso de lo que vieron —esa conexión inexplicable, el aullido que resonó en su alma— haciendo que su cuerpo tiemble. Mark, a su lado, suelta una risa amarga y seca, pero no dice nada, solo se apoya en un poste, el dolor físico nada comparado con el horror que acaban de dejar atrás.
Liam y León los ayudan a entrar, el campamento despertando con murmullos alarmados. Zoe aparece en la distancia, katana en mano, pero el aire se llena de preguntas no respondidas. Joel se deja caer en el suelo, la mente dando vueltas: ¿qué era esa cosa? ¿Por qué lo miró como si lo conociera? La noche fría parece más oscura ahora, y el silencio que sigue es más pesado que cualquier grito.
Un rugido lejano corto el silencio.
NOTA 17
Nombre: joel
Edad: no de
Ojos: marrón
Pelo: marrón
Historia: No sé mi nombre real, ni mi pasado, ni mi edad, ni mi cumpleaños. Por eso, cuando la gente en el campamento me pregunta quién soy, no sé qué responder. Pero después de despertar en el bosque, conocí a León. Él me llamó Joel, y no es un mal nombre, supongo. A partir de ahora, ese es mi nombre.