Valeria pensaba que la universidad sería simple, estudiar, hacer nuevos amigos y empezar de cero. Pero el primer día en la residencia estudiantil lo cambia todo.
Entre exámenes, fiestas y noches sin dormir, aparece Gael, misterioso, intenso, con esa forma de mirarla que desarma hasta a la chica más segura. Y también está Iker, encantador, divertido, capaz de hacerla reír incluso en sus peores días.
Dos chicos, dos caminos opuestos y un corazón que late demasiado fuerte.
Valeria tendrá que aprender que crecer también significa arriesgarse, equivocarse y elegir, incluso cuando la elección duela.
La universidad prometía ser el comienzo de todo.
No imaginaba que también sería el inicio del amor, los secretos y las decisiones que pueden cambiarlo todo.
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17. Confesión silenciosa
El lunes siguiente, la universidad entera parecía sufrir la resaca colectiva de la “fiesta de mitad de semestre”.
Algunos bostezaban en los pasillos, otros fingían no recordar lo que habían dicho, y unos cuantos caminaban con la dignidad rota y las ojeras en huelga.
Lucía, en cambio, llegó radiante.
- “¿Sabes qué es lo mejor de una fiesta universitaria, Val?”, preguntó Lucía, abriendo su cuaderno con un dramatismo casi teatral. “Que todo el mundo recuerda cosas distintas”.
- “Y algunas mejor que no las recordaran”, replicó Valeria, dejando su mochila en el suelo y hundiendo la cabeza entre los brazos.
- “Exacto. Por eso vine a confirmar versiones”, dijo Lucía.
Valeria alzó la vista, desconfiada.
- “¿De qué estás hablando?”, consultó Valeria.
- “Del triángulo”, respondió Lucía.
- “¿Qué triángulo?”, preguntó Valeria, aunque ya sospechaba el rumbo.
Lucía apoyó los codos en la mesa, los ojos brillándole.
- “El que formaste entre la barra, el balcón y la cabina del DJ”, dijo Lucía con tono de detective de telenovela.
Valeria se cubrió la cara con ambas manos.
- “No”, negó Valeria.
- “Sí” insistió Lucía, hojeando su cuaderno como si leyera un expediente confidencial. “Testigos afirman que fuiste vista charlando con el misterioso Gael, y después, recibiendo bebida no alcohólica de Iker Terranova”.
- “Eso no prueba nada”, replicó Valeria.
- “Prueba que tienes química con los dos” canturreó Lucía. “Y que la mitad del salón está apostando por cuál se gana primero tu corazón”.
Valeria soltó una risa incrédula.
- “No tengo tiempo para eso. Apenas respiro entre exámenes”, expresó Valeria.
- “Ya, pero los suspiros también ocupan tiempo” replicó su amiga, sin perder el ritmo.
- “Lucía…”, dijo Valeria.
- “Dime que no soñaste con ninguno de los dos y dejo el tema”, insistió Lucía.
El silencio de Valeria fue más elocuente que cualquier respuesta.
Lucía arqueó una ceja, triunfal.
- “Listo. Confesión silenciosa”, dijo Lucía.
- “No soñé con ellos”, dijo Valeria finalmente, con un suspiro. “Soñé con algo”.
Lucía ladeó la cabeza.
- “¿Algo?”, preguntó Lucía.
Valeria jugueteó con el lapicero, mirándolo sin verlo.
- “Con la confusión. Con esa sensación de no saber qué siento, contestó Valeria y su voz bajó un poco, más honesta de lo que planeaba. “Antes todo era tan claro, solo era estudiar, avanzar, no distraerme. Pero ahora no sé. A veces me descubro pensando en cosas que no deberían importarme”.
Lucía la observó, y por primera vez dejó la broma a un lado.
- “No estás enamorada, Val. Estás viva. Y se nota”, expresó Lucía.
Valeria alzó la mirada, sorprendida.
- “¿Eso se supone que me tranquiliza?”, preguntó Valeria.
- “Un poco” respondió Lucía, sonriendo con ternura. “Aunque si necesitas una guía práctica para no enredarte, puedo diseñarte una”.
- “Por favor, no”, se quejó Valeria.
- “Demasiado tarde”, dijo Lucía y dibujó un título imaginario en el aire. “Manual de supervivencia para enamoradas en negación”.
Ambas estallaron en una risa que atrajo miradas curiosas del resto del aula.
Cuando el timbre sonó después de clases, Valeria todavía tenía la sonrisa dibujada en los labios.
Lucía guardó sus cosas y, antes de levantarse, se inclinó hacia ella con una mirada cómplice.
- “Ah, por cierto: si alguno te escribe hoy, contesta. No es ilegal ser feliz”, aconsejó Lucía.
Valeria la vio alejarse entre los pasillos, aún con el eco de la risa en el pecho.
Intentó concentrarse en sus apuntes, pero las palabras se le mezclaban con recuerdos, una sonrisa torcida detrás de una consola, una mirada tranquila al otro lado del balcón.
Valeria Suspiró. Y aunque no lo admitiría ni bajo amenaza, parte de ella sabía que Lucía tenía razón.