tres años han pasado desde que el Marqués Rafael y Elaiza sellaron un pacto de amor secreto. Cuatro años en los que su relación ha florecido en los rincones ocultos de la mansión, transformándose en una verdad inquebrantable que sostiene su hogar.
Pero con los hijos del marqués haciéndose mayores y la implacable sociedad aristocrática que ha comenzando a susurrar, el peligro de que su amor salga a la luz es más grande que nunca.
¿Podrá estás dos almas unidas en la intimidad sobrevivir al escrutinio del mundo? ¿osera el fin de su amor?
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un día tenso
"Emanuel, por favor, pásale el pan a tu hermana," le dijo a la institutriz, con una sonrisa amable al niño, pero cuando Rafael se le quedó viendo, ella lo ignoró. "Tomás, no te lleves tanta comida a la boca." Su atención estaba completamente en sus hijos, lo cual era un alivio para ellos.
Rafael observó la escena, el ceño fruncido. La frialdad de su amada era más dolorosa que una espada. Intentaba entablar una conversación, pero cada intento era una pared de hielo. "¿Qué tal su noche, señorita Elaiza?", le preguntó, su voz suave y esperanzada.
"Bien, mi señor," respondió ella, su voz tan plana y sin emociones como una pared de piedra. "Gracias."
Rafael se sintió frustrado, pero no podía reclamarle nada. Estaba cumpliendo con su deber, y su profesionalismo era intachable.
El aire en la mansión se había vuelto más opresivo que el polvo que se acumulaba en los rincones olvidados. La inminencia del otoño, con su melancólica paleta de colores, parecía reflejar el estado de ánimo de sus habitantes. Rafael y Elaiza su relación, que antes era una danza de miradas y gestos cómplices, se había convertido en un gélido protocolo. Elaiza cumplía con su trabajo de forma impecable, pero sin la calidez hacia Rafael que había definido su papel en la familia. Él, frustrado, intentaba en vano recuperar la intimidad perdida, pero su orgullo le impedía retractarse de su decisión.
Tomás pasaba sus días fuera de casa, ya fuera en el viejo ring con Alessandro o con sus compañeros del colegio disfrutando los últimos días de verano.
Emanuel convirtió el bullicio de la cocina en su santuario. Se despertaba temprano para cuidar su huerta y por las tardes, recién terminadas sus lecciones, corría a experimentar nuevas recetas y sabores que le daban un consuelo a su fúnebre futuro.
Rosalba estaba ocupada en el florecimiento de su romance con Marcello. Cecilia se había convertido en la guardiana de su secreto, llevando y trayendo mensajes y organizando encuentros furtivos entre ambos, siempre cuidando el honor de su ama.
La señora Jenkins, observaba la escena desde cerca. Sus ojos, que habían visto pasar generaciones de la familia, no se perdieron ningún detalle. Su presencia era un recordatorio de que, a pesar de las tensiones, las reglas de la casa debían ser respetadas.
En ese momento, Rafael se levantó de la mesa. "Iré al castillo," anunció con una voz firme que rompió el silencio.
Elaiza ni siquiera levantó la mirada. Tomás, entusiasta, se apuntó de inmediato. "Te acompaño, papá."
Terminado el desayuno, Rafael y Tomás se dirigieron al palacio, dejando la mansión en un silencio que se sentía más grande que nunca.
Una vez que el sonido del carruaje se desvaneció, La rigidez en los hombros de Elaiza se disipó. Se volvió hacia los dos niños que quedaban en la mesa, con su calidez habitual.
"¿Qué planes tienen para hoy, mis pequeños?" preguntó, su voz suave y amable.
Rosalba, con una sonrisa nerviosa, se apresuró a responder. "Iré con Cecilia al jardín a cortar flores y pasaremos la tarde en el invernadero bordando." La respuesta fue una excusa, pero Elaiza, con su habitual perspicacia, no hizo preguntas. Solo asintió.
Luego, su mirada se posó en Emanuel. "Y tú, mi amor, ¿qué harás?"
Emanuel, con el brillo en los ojos que solo tenía cuando hablaba de sus pasiones, respondió con entusiasmo. "Voy a aprovechar que el clima está agradable para limpiar mi pequeño gallinero. Y tal vez, si me da tiempo, pueda recoger los frutos de mi huerto."
"Me parece un excelente plan," dijo Elaiza, su voz llena de cariño.
"señorita Elaiza podri cubrir mis tareas de la mañana, tengo una jaqueca terrible desde que me desperté" dijo el ama de llaves llevándose la mano a la sien y masajeando ligeramente.
"claro que sí señora Jenkins, tómese el di si es necesario" respondió Elaiza preocupada por la mujer
Cada uno se dirigió a su propio mundo, lejos de la tensión que se sentía cuando el marqués estaba en casa.
Cecilia y Rosalba se dirigieron al mirador, un rincón con vistas a los jardines de otoño, se convirtió en su refugio. Allí, Marcello esperaba. Rosalba se acercó, su vestido ondeando suavemente con el viento. Se saludaron con una formalidad que ocultaba la tormenta de emociones que sentían.
"Rosalba," susurró Marcello, sus ojos brillando con una mezcla de amor y alivio. "Pensé que no vendrías."
"No podía no venir," respondió ella, su voz apenas un suspiro. "Necesitaba verte, hablar contigo."
El tiempo se desvaneció entre la conversación. Marcello habiendo aprendido del error que casi le cuesta su amada, ahora estaba más abierto a las charlas con ella, le platicaba de sus días y su plan a futuro. Rosalba, por su parte, le habló de los cambios en la mansión y de su preocupación por su familia. El tiempo parecía detenerse. Se abrazaron, un abrazo que parecía sellar una promesa, y al final, un suave beso en la frente, que le hacía recordar que no importaba nada más que su amor.
Emanuel, con una felicidad que no sentía en el estudio, se encontraba en su huerta aún pasado el medio dia. Con la tierra bajo las uñas y el sol en la espalda, la cara roja por el calor, trabajaba en su pequeño gallinero. Las gallinas confiadas, mientras él limpiaba el corral y se aseguraba de que tuvieran suficiente grano y agua fresca. Las obligaciones de la mañana le daban un sentido de paz que los libros nunca le ofrecían.
El aire olía a tierra húmeda y a hierba fresca. Emanuel, tarareando para sí mismo, se inclinó para recoger los últimos huevos de la mañana cuando una voz suave y amable lo sacó de su concentración.
"Qué trabajo tan bien hecho jovencito. Pocos hombres a tu edad saben cómo cuidar de un huerto y un gallinero con tanto esmero."
Emanuel se levantó, asustado. Frente a él, en el camino de tierra, se encontraba un hombre. Vestía ropa sencilla pero limpia y cuidada, y su rostro, de tez morena y unos treinta y algo, era amable y bien parecido. Sus ojos, llenos de curiosidad, se posaron en las manos sucias de Emanuel, pero sin un rastro de juicio.
Emanuel, con el ceño fruncido por la confusión, dio un paso atrás. "¿Quién es usted? ¿Cómo entró aquí?"
El hombre, al ver su desconcierto, levantó las manos en señal de paz. "No te preocupes. No soy nadie peligroso. Me temo que estoy un poco perdido. Iba camino a ver al padre Jonathan en el pueblo, pero me desvié del camino principal y terminé aquí. No se cómo llegué a este lugar."
El brillo en sus ojos y la sinceridad en su voz tranquilizaron a Emanuel. El hombre se acercó a la valla que rodeaba el gallinero y la miró con admiración.
"Este es tu trabajo? El huerto está impecable, y las gallinas se ven muy sanas."
Emanuel sonrió, el orgullo asomándose en su voz. "Sí. Es mío. Y estas gallinas dan los mejores huevos de toda la mansión."
"No me cabe la menor duda," respondió el hombre con una sonrisa genuina. "Se nota que tienen un amo con un corazón de oro. Por cierto, mi nombre es Álvaro medina. Pero, si me permites," dijo, y con un gesto suave, se inclinó y recogió un puñado de hierba seca. "Si mezclas esta hierba con su comida, sus huevos serán más firmes y su sabor más dulce. Y pon un poco de tierra de pino en el corral, evitarás que las plagas se acerquen. Son pequeños trucos que he aprendido a lo largo de mis viajes."
Emanuel lo miró, fascinado. Eran trucos simples, pero valiosos, que nadie más le había ofrecido. El día en la huerta continuaba su ritmo apacible. Emanuel, fascinado por la sabiduría de aquel hombre, escuchaba con atención cada uno de sus "trucos".
¡La princesa está enamorada de Rafael!
Eso no me lo esperaba.
🤔🤔🤔
*volvió
(pequeños deslices al teclear muy rápido)