“Mi niña. Una guerrera. Renaciendo.”
Esta no es solo una novela.
Es un grito ahogado convertido en palabras.
Es la historia de una mujer que fue rota…
Charrill no es solo un personaje.
Es cada mujer que ha callado.
Que ha llorado en silencio.
Que ha sentido que no vale nada…
Que ha perdido las esperanzas…
Esta historia duele.
Esta historia también sana.
Es para ti, que alguna vez pensaste rendirte.
Es para ti, que aún luchas por levantarte.
Acompáñame en este renacer.
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17. No se mezcla trabajo con placer
POV Cristóbal
—¿Cristóbal? —me pregunta un hombre junto a una camioneta negra.
Su traje es pulcro, planchado con una precisión casi militar. Las placas diplomáticas del vehículo me confirman lo que ya intuía.
Asiento, con una ligera tensión recorriéndome el cuerpo. Cada detalle de la escena grita seriedad, como si un paso en falso pudiera tener consecuencias fatales.
—Soy Faber Castell, el hombre de confianza del diputado Gerónimo Báez —se presenta, extendiendo su mano con firmeza.
La tomo, sintiendo la dureza de su agarre. Le devuelvo el gesto con la mirada fija, asegurándome de no mostrar ninguna fisura en mi control.
—Mucho gusto, no pensé que se tomaría tantas molestias —comento, dejando entrever una frialdad que apenas logro disimular.
—Gerónimo es un hombre atento, y en este momento necesita de sus servicios —responde con una sonrisa que, aunque educada, no logra suavizar la intensidad de sus palabras.
Es evidente que la relación entre ellos va más allá de lo profesional. Hay algo más, casi fraternal. Es como la relación entre Patiño y yo. No se trata solo de patrón y empleado. Hay amistad de por medio.
Faber organiza la logística de los vehículos con una eficiencia que inspira confianza. Cada movimiento suyo es firme, medido, sin titubeos. Transmite seguridad, esa clase de presencia que tranquiliza, que te hace saber que estás en buenas manos.
Mis guardaespaldas van atrás, en una de las camionetas. Eso ya lo había coordinado Patiño con anterioridad; se encargó de que el concesionario enviara un par de vehículos a nuestra llegada, para no dejar nada al azar.
A mi lado solo permanece él, Patiño, el único en quien confío ciegamente.
Siempre un paso adelante. Siempre pendiente. Siempre firme.
Después de una hora de viaje, llegamos a la mansión, una fortaleza tan custodiada que parece construida para resistir un apocalipsis.
La camioneta se detiene frente a la puerta principal. Bajamos con rapidez, caminando por una sala enorme y lujosa, donde cada detalle de opulencia y elegancia parece diseñado para dejar claro el estatus de quien la habita.
A un kilómetro más adelante, se revela la casa. Imponente. Cada rincón de su estructura grita: "Soy un hombre poderoso, sé lo que quiero y lo que tengo".
El aire es tranquilo. Avanzamos sin perder tiempo, caminando con paso firme hacia una puerta de madera fina. Faber da un toque suave, casi protocolar, antes de abrirla.
—Adelante —responde una voz profunda y autoritaria, desde el interior.
Al ingresar, ahí está él: Gerónimo Báez. Un hombre corpulento, su figura no solo demuestra fuerza, sino que impone un respeto absoluto.
Ahora entiendo por qué lo llaman "Hulk".
Su sola presencia parece envolver el espacio, llenándolo con una presión que se siente físicamente. No tengo duda de que un golpe suyo podría dejarme fuera de combate en cuestión de segundos.
—Buena tarde —saludo, extendiendo la mano.
La toma con la fuerza de un hombre acostumbrado a dominar cada rincón de su mundo.
—Bienvenido, Cristóbal. ¿Te apetece algo de beber? —pregunta, señalando una botella de vodka sobre el escritorio. —¿O prefieres whisky?
—Para mí está bien el vodka —respondo, mi tono impasible. No estoy aquí para disfrutar. Lo único que quiero son respuestas, no distracciones.
—Toma asiento, por favor —indica, señalando la silla frente a él mientras sirve los vasos—. Faber, dile a Conchita que nos aliste el almuerzo. Imagino que vienes hambriento.
Asiento, aunque el hambre no es lo que me consume. Vengo sediento, pero no de comida. La foto que recibí al bajar del avión me tiene en un estado de furia que apenas logro contener. Martín está trazando el rumbo hacia una confrontación que será fatal... para él.
—Dime —mi tono se hace más grave, más tenso—. ¿Qué medidas has tomado para protegerla? —No me gustan las vueltas. No soy de esos que preguntan sin antes saber exactamente lo que quieren.
Gerónimo me explica. Me pone al tanto de todo. Decidieron que Charrill “muriera” para el mundo. Una jugada brillante. Nos dará tiempo para reconstruir su entorno, su fuerza. Porque Martín... ese bastardo va a pagar. Eso lo juro.
Antes de pasar a la mesa, me ofrece una de las habitaciones de su hogar para que descanse y me refresque. Realmente necesito una ducha con urgencia, así que acepto.
Una hora después, pasamos a la mesa. Un almuerzo exquisito.
—Quiero verla —menciono sin rodeos. Muero por conocerla. Ese fue el afán de mi viaje. Conocer a mi niña, mi guerrera.
"¡Dios! ¿Te escuchas, Cristóbal? Ella es una cliente más. Recuerda: no se mezcla trabajo con placer", me reprendo mentalmente..
—Vamos. Le dije que eras un detective que nos ayudaría a encontrar al desgraciado —agrega.
Mi ceño se frunce. Me molesta que aún lo mencione. Hulk lo nota.
—No la juzgues —dice con voz baja pero firme—. Ha sido manipulada. Está en un proceso, como una niña aprendiendo a distinguir entre el bien y el mal. Requiere tiempo.
—Disculpa mi expresión —respondo, conteniendo la tensión—. No es por ella. Es por ese malnacido.
—Lo entiendo. Pero, por más que te revuelva el estómago, vas a tener que fingir —dice apretando la mandíbula. Puedo ver el esfuerzo que le cuesta, y eso me hace admirarlo aún más.
—Llegamos —anuncia al detenernos frente a un edificio discreto.
Entramos. El lugar parece un refugio seguro. Silencioso, aislado, casi invisible. Caminamos por un pasillo bañado en luz natural.
—Char —la llama Gerónimo.
Entonces la veo. Su cabello rojo, revuelto, brilla bajo el sol. Está con otras chicas pintando una pared. Se ve concentrada, tranquila. Hay algo terapéutico en su expresión.
Gira al escucharlo, y nuestros ojos se cruzan. El aire se me queda en el pecho. Es una diosa. Más hermosa de lo que imaginé. ¿Cómo carajos ese infeliz se atrevió a dañarla?
—¡Padrino! —dice con voz alegre, corriendo hacia él.
Gerónimo la envuelve con sus brazos, la aprieta con fuerza y besa su cabeza.
—Preciosa, ¿cómo has estado?
—Bien. Y ahora que te veo, mucho mejor —responde, aún aferrada a él como si le devolviera el alma.
Quisiera estar en ese abrazo. Ser quien le dé esa paz.
—Nena, ¿recuerdas que te hablé del investigador? El que nos ayudará a encontrar a Martín.
Al escuchar su nombre, me revuelve el estómago. Pero trago la rabia. No lo demuestro. Sonrío. Por ella.
—Señorita Charlie Sebastián, mucho gusto, soy Cristóbal León Sáenz —extiendo mi mano. Al hacerlo, noto en ella un leve gesto de temor… duda… algo instintivo, un reflejo involuntario.
Gerónimo le aprieta suavemente la mano. Ella lo mira a los ojos, y entonces sonríe. Esa señal de confianza basta. Me toma la mano con delicadeza, y en ese simple gesto, confirmo lo que ya sentía: ella es especial. Una mujer que no pienso abandonar.
—Hola —dice con su voz suave, casi un susurro. Como un ángel caído del cielo.
—¿Podemos ir a algún lugar para hablar? —pregunto, esforzándome por mantener la compostura.
Porque lo único que deseo es abrazarla, aferrarla a mi pecho y jurarle que nadie volverá a hacerle daño.
—A mi habitación —responde, y ambos asentimos.
Nos guía por el pasillo mientras le cuenta a Gerónimo lo que ha hecho últimamente, cómo se ha sentido, cada pequeño avance que ha logrado.
Y yo… yo la sigo como un idiota, completamente deslumbrado.
Fascinado por su belleza, su risa, el vaivén suave de sus caderas… tan viva, tan fuerte… tan mía, y al mismo tiempo, tan ajena.
Y es ahí cuando lo entiendo.
Ya no puedo mentirme... No a mí mismo.
Esto ya dejó de ser solo un trabajo.
(…)
Creo que las reglas de Cristóbal están a punto de desaparecer. ¿Qué opinan?
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