Luna siempre fue la chica invisible: inteligente, solitaria y blanco constante de burlas tanto en la escuela como en su propio hogar. Cansada del rechazo y el maltrato, decide desaparecer sin dejar rastro y unirse a un programa secreto de entrenamiento militar para jóvenes con mentes brillantes. En un mundo donde la fuerza no lo es todo, Luna usará su inteligencia como su arma más poderosa. Nuevos lazos, rivalidades intensas y desafíos extremos la obligarán a transformarse en alguien que nadie vio venir. De nerd a militar… y de invisible a imparable.
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Reconstruyendo lo roto
El viento olía distinto esa mañana. A tierra mojada, a esperanza, a un nuevo comienzo. Me levanté temprano, sin que el despertador sonara. Tenía una razón especial para hacerlo: Dalia estaba de regreso.
Después de varias semanas en recuperación, la dieron de alta. La noticia se corrió por el campamento como fuego en pasto seco. Todos sabían lo que significaba. No solo porque ella había sobrevivido, sino porque éramos uno de los pocos escuadrones que habían vuelto completos de una misión activa.
Me dirigí al área médica con una mezcla de ansiedad y emoción. Cuando llegué, ella ya estaba fuera, sentada en una banca bajo el árbol que solíamos visitar para repasar tácticas o simplemente quejarnos del entrenamiento.
—¿Te parece si retomamos desde donde lo dejamos? —dijo ella al verme.
No pude evitar sonreír.
—Solo si prometes no hacerte la heroína otra vez.
Ella se rió con una mueca de dolor.
—Trato hecho.
Nos abrazamos, más fuerte de lo que pensé que podría soportar. No necesitábamos palabras. Solo ese gesto fue suficiente.
Más tarde, Eliza y Maya se unieron a nosotras. Trajeron café robado del comedor y una bolsa de dulces que claramente no era del menú oficial.
—Lo logramos —dijo Eliza, mirando a las tres con una sonrisa tranquila.
—No todas salen vivas y enteras —agregó Maya, con la voz más seria—. Y sin embargo, aquí estamos.
Nos sentamos en el suelo, en círculo. Por primera vez en semanas, no éramos soldados, ni cadetes, ni futuros oficiales. Solo éramos cuatro chicas que habían sobrevivido algo más grande que ellas.
—¿Sabes qué fue lo peor? —dijo Dalia, rompiendo el silencio—. No el disparo. Ni la sangre. Ni siquiera pensar que podía morir. Lo peor fue la incertidumbre. No saber si volvería a verlas.
—No digas eso —murmuré.
—Lo pienso, Luna. Porque mientras estuve inconsciente, ustedes fueron lo único en mi mente. Y entendí que esto ya no es solo entrenamiento. Es algo más. Somos familia ahora.
Y tenía razón.
Ese vínculo que se forma cuando atraviesas el infierno con alguien a tu lado… no se rompe. No se olvida.
Pasaron los días, y poco a poco retomamos el ritmo. Pero ya no éramos tratadas como antes. Había un nuevo respeto en las miradas. Incluso los instructores nos observaban con una mezcla de orgullo y precaución.
—Los halcones ya no son polluelos —nos dijo el Sargento Renzo durante una práctica de tiro—. Ahora son cazadoras.
Maya le guiñó un ojo.
—Siempre lo fuimos. Solo que ahora lo saben.
Mientras tanto, el proceso para integrarnos al programa de oficiales comenzó. Era otro nivel. Horarios más duros. Entrenamientos más técnicos. Simulaciones realistas. Evaluaciones psicológicas. Era como entrar a otra dimensión dentro del mismo campamento.
Nos reunieron en una sala privada. Allí estaban otros siete cadetes, seleccionados también. Todos con historial destacado. Pero algo quedó claro desde el primer segundo: nadie tenía la misma conexión que nosotras.
El instructor a cargo era el teniente Valerio. Un hombre frío, delgado como una sombra, con ojos de halcón y una voz que no subía nunca de volumen, pero se sentía como un cuchillo.
—Este grupo representa lo mejor que esta generación tiene para ofrecer —comenzó—. Pero solo seis de ustedes serán aceptados en el Escuadrón Táctico de Reacción. Y para eso, deberán enfrentarse entre ustedes.
La tensión en la sala subió como una marea violenta.
—¿Competencia directa? —preguntó uno de los cadetes, alto, con actitud arrogante.
—Exacto. Trabajo en equipo, sí. Pero también individualidad. Liderazgo. Resistencia. Y visión. Solo los mejores seis. Sin excepciones.
Nos miramos entre nosotras. Nadie lo dijo, pero todas pensábamos lo mismo: no queríamos competir entre nosotras. No quería que ninguna quedara fuera. Pero sabíamos que no podíamos rendirnos.
Las pruebas comenzaron al día siguiente.
Primero, resistencia física. Correr bajo lluvia, arrastrarse por el lodo, cargar peso durante kilómetros.
Después, pruebas mentales: acertijos bajo presión, mapas para interpretar en tiempo límite, simulaciones de decisiones éticas.
Y luego, la más difícil: el simulador de decisiones de vida o muerte.
—Tendrán que elegir —dijo Valerio—. A quién salvar, a quién dejar atrás. No hay respuestas correctas. Pero sí consecuencias.
Me tocó la prueba sola. Me colocaron un visor. La simulación empezó.
Estaba en medio de una emboscada. Maya herida. Eliza atrapada. Dalia desarmada. Solo podía rescatar a una.
El corazón me latía tan fuerte que pensé que me desmayaría. Las voces digitales gritaban, pedían ayuda. Lloraban. No era real. Lo sabía. Pero se sentía real.
Elegí salvar a Dalia. Y usar el dron para cubrir a Maya. Eliza… en la simulación, murió.
Cuando salí del visor, temblaba. Valerio me observaba con atención.
—Tomaste una decisión lógica. Pero emocionalmente pesada. ¿Por qué no salvaste a Eliza?
—Porque… Dalia podía correr. Maya aún tenía su arma. Eliza estaba más expuesta. Pero en esa situación, una pérdida era inevitable.
—¿Te culpas?
—Sí.
—Bien.
—¿Bien?
—Significa que aún te importa. Y eso es lo único que mantiene humanos a los soldados.
Me fui sin entender del todo si había aprobado o no. Pero algo en sus ojos me dijo que sí.
Días después, se anunciaron los nombres seleccionados para el Escuadrón Táctico.
Uno por uno.
Eliza. Maya. Yo.
Cuando dijeron el nombre de Dalia, solté el aire que no sabía que retenía.
Habíamos pasado.
Las cuatro.
—
Esa noche, nos reunimos en el campo de entrenamiento. Sin uniforme. Solo nosotras. Llevamos comida, música baja en el fondo, y una fogata improvisada.
—Lo logramos —dije, alzando una taza de café.
—No, Luna. Tú lo lograste —respondió Eliza—. Fuiste nuestro pilar.
—No fue solo ella —dijo Maya—. Fue cada una. Sin ti, Eliza, no habría cobertura. Sin Dalia, no tendríamos apoyo estratégico. Sin Luna… no habría liderazgo.
Dalia se rió.
—¿Se dan cuenta de que ahora somos oficiales en entrenamiento? Que la próxima vez, podría ser una guerra real.
—Sí —dije—. Pero vamos juntas.
Levantamos las tazas. Chocamos suavemente.
Y por primera vez, supe que aunque aún había miedo, aunque el futuro era incierto… no estaba sola.
Nunca más.