El Amado De La Archiduquesa

— Cariño, te ves hermosa. Es sorprendente el parecido que tienes con tu padre; tienen la misma mirada de águila, cazadores natos por naturaleza. Aún no puedo creer que sean tan parecidos, ja, ja, ja. Desde el primer momento en que él te tomó en sus brazos, pude ver tu conexión con él, y a medida que ibas creciendo, tu parecido fue innegable. Tienen los mismos gestos, mañas y ocurrencias. Me cuesta aceptar que mi pequeña ya sea toda una mujer. Serás una gran archiduquesa; no tengas miedo, mamá, siempre estaré para ti y recuerda que eres más fuerte de lo que imaginas. — Margaret abrazó a su niña tal y como lo hacían desde que era una bebé.

Bianca recibió el abrazo de su madre, cargado de cariño, con tanto anhelo que su corazón se hinchó de emoción dentro de su pecho.

— Yo estaré a tu lado todo el tiempo que me sea posible. El pueblo te ama, no tengas miedo. — le dijo su hermano, dándole unas palmadas en la cabeza.

— Desde que te tuve en mis brazos, sabía lo grande que serías. Naciste para gobernar estas tierras; tu pueblo te aclama. Eres mi hija, el liderazgo corre por tu sangre. No tengas miedo, papá siempre estará contigo a donde quiera que vayas. Cada una de mis enseñanzas está plasmada en tu alma. Confía en ti y en tus habilidades. — Bastian abrazó a su hija con ternura, evitando llorar ante el abrazo. Irremediablemente, su pequeña había crecido y tenía que dejarla volar; sin embargo, no sería un padre indulgente, siempre estaría informado de lo que pasara con su primogénita.

En el carruaje, Bianca iba acompañada de sus seres queridos; el apoyo de cada uno de ellos era fundamental. Aunque su corazón anhelaba a alguien más, la presencia del gran general terminaría de apaciguar sus nervios.

Al llegar al palacio, los archiduques se retiraron junto a su hijo. Bianca tenía que caminar sola hacia su nombramiento.

Bianca se sentía agobiada; sus sentimientos estaban a flor de piel. La incertidumbre acechaba lo que sería su día más importante y, para colmar su paciencia, llegó la persona que menos esperaba ver.

— Bianca, me alegra tanto verte. Quisiera que me dieras el honor de hablar contigo. El destino fue cruel y caprichoso con nosotros, pero siento que nos debemos una última conversación —expresó Paul con un anhelo latente en su mirada.

— Joven duque, no hay nada que hablar entre nosotros. A diferencia de usted, no pienso que el destino haya sido cruel y caprichoso. Siento que el deber del destino es corregir los senderos por los cuales transitan las almas desorientadas. Eso éramos nosotros: dos almas desorientadas, siguiendo un deber impuesto. Nuestro destino siempre fue diferente al que trazaron terceros, y por primera vez en mucho tiempo creo fielmente que nuestras vidas tomaron el rumbo correcto, un rumbo en el cual nunca deberíamos volver a toparnos. Así debió ser siempre. Yo no te debo nada y tú a mí tampoco —dijo Bianca con tranquilidad.

— Por favor, Bianca, te lo ruego, será una conversación breve — dijo Paul acercándose.

— Detente, no te acerques más, y Lady Chevalier para usted; no somos cercanos, joven duque — expreso Bianca, frunciendo el ceño.

— Sé que mi conducta no fue la más adecuada; estaba realmente desesperado. No veía mi vida sin Catalina. Acepto que, por mi egoísmo, terminé lastimándote. Te juro que al principio no fue mi intención, pero...

— Pero después, ¿sí? ¿Sí fue intencional lastimarme? Pudiste romper nuestro compromiso de una forma favorable para ambos. Si ella era tu felicidad, yo no iba a aprisionarte a una vida infeliz a mi lado. Sin embargo, tu cobardía fue mayor que tu coraje; tomaste mis sentimientos como el más vil estropajo y limpiaste con ellos el suelo por donde caminaste hacia el altar junto el amor de tu vida. La humillación pública y el escarnio de la nobleza no se comparon en lo absoluto con el dolor que sentí con cada una de tus palabras y acciones —dijo Bianca con frialdad. No tenía por qué tener consideración con ese hombre; aunque ya no sintiera nada por él, aún recordaba lo que sintió en ese tiempo, cómo lastimaron cruelmente sus sentimientos.

— Bianca, yo... lo lamento tanto, Bianca, t...

— Tú no lamentas nada. Lo lamentarás el día que sientas lo mismo, cuando tu alma se desgarre y tu corazón se quiebre en pedazos ante un dolor incesante en tu pecho. — Bianca quería terminar con esta infame conversación, pero Paul no se la soltaria tan fácil.

— Por supuesto que lo hago; me arrepentiré de mi actuar todos los días de mi vida — declaro Paul con desespero. Bianca no solo había sido su prometida; ella había sido su mejor amiga, y perder su compañía fue fatal para él. No podía negar que necesitaba la presencia de Bianca para sentirse en paz.

— Eso sería vivir de forma miserable; es realmente patético —dijo Bianca, mirando hacia las puertas del palacio.

— Es el precio que tengo que pagar por lastimarte; no hay justificación alguna. Pero ver a Catalina llorando tan desconsolada me puso de mal humor. Descargué mi rabia contigo cuando tú no eras culpable de nada. Fueron mis propias acciones las que llevaron mi matrimonio por un mal camino. Lamento haberte tratado de ese modo; solo venía a despedirme —dijo Paul, tomando una pausa. La indiferencia de Bianca le calaba en los huesos.

— Hoy renunciaré al título; me iré del imperio; es lo mejor para el ducado. Sin embargo, no quería irme sin hablar contigo; solo busco el perdón de mi mejor amiga — declaro Paul, con la cabeza agachada.

— No te guardo rencor. El rencor y el odio son sentimientos demasiado fuertes; se necesita mucha fuerza para mantenerlos vivos, y tú no eres tan importante para mí — confeso Bianca, volteando para mirarlo a los ojos—. Te veo y no siento nada; no tengo nada que perdonarte. Vive tranquilo, ten una buena vida —fueron las últimas palabras que Bianca dijo con cariño.

— Bianca, sé que lo que solicitaré no es correcto, ¿podría darte un último abrazo?

— No, ya te lo dije, no somos cercanos; es hora de irte. Me estás retrasando. — Bianca ya estaba fastidiada por la actitud de Paul.

Paul se lanzó, tomando a Bianca por sorpresa y apresionándola en sus brazos a la fuerza.

— ¡Suéltame! ¿Acaso te has vuelto loco? — gritó Bianca, tratando de zafarse del agarre.

Paul la soltó, tomando distancia; no quería que Bianca lo odiara más.

— Solo quería abrazarte una última vez. — Paul se retiró, dejando a Bianca furiosa; quería romperle la cara a ese atrevido.

Mientras Bianca maldecía a Paul a los cuatro vientos, hubo alguien que vio la interacción desde el primer momento y, desde su punto de vista, la situación era bastante confusa.