Elena, la preciosa princesa de Corté, una joya, encerrada en una caja de cristal por tanto tiempo, y de pronto es lanzada al mundo, lanzada ante los ambiciosos, los despiadados, y los bárbaros... Pureza destilada ante la barabrie del mundo en que vivía. ¿Que pasará con Elena? La mujer más hermosa de Alejandría cuando el deseo de libertad florezca en ella como las flores en primavera. ¿Sobrevivirá a la barbarie del mundo cruel hasta conseguir esa libertad que no conocía y en la cuál ni siquiera había pensado pero ahora desa más que nada? O conciliará que la única libertad certera es la muerte..
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Capitulo 17
A la mañana siguiente, Isabella se levantó temprano, ansiosa por compartir el desayuno con Devon. Pensaba que pasar tiempo juntos era crucial para conocerse mejor. Al preguntar por él a una doncella, recibió una respuesta desalentadora.
—El joven maestro se levantó muy temprano para entrenar, señorita. Probablemente ya haya desayunado.
Isabella no pudo ocultar su desilusión. Aún así, se obligó a mantener una sonrisa mientras se dirigía al comedor. Sin embargo, como siempre, cada detalle que ocurría alrededor de Isabella llegaba a los oídos del Duque. Al enterarse de su desilusión, el Duque dio una orden específica.
Devon, que estaba compartiendo el desayuno con Elena, se vio interrumpido. Visiblemente molesto, dejó a Elena y se dirigió a uno de los jardines, donde una mesa para dos había sido preparada. Al llegar, encontró a Isabella esperando, sus ojos brillando de emoción al ver que compartiría el desayuno con él.
—Buenos días, joven Duque. Me alegra que haya decidido unirse a mí.
Devon, sin embargo, tenía una expresión de arrogancia. Se sentó frente a Isabella, cruzó los brazos.
—Buenos días, señorita Mascia.
Isabella, aunque notando la postura desinteresada de Devon, trató de mantener la conversación.
—Espero que haya descansado bien. La mañana está hermosa, ¿no le parece?
Devon respondió fríamente.
—Es una mañana más.
—Me dijeron que entrena temprano. Debe ser agotador mantener tal disciplina.
—Es parte de mi rutina.
Isabella, tratando de encontrar un tema que pudiera interesarle, continuó hablando sobre diversos asuntos, desde la belleza del jardín hasta su interés en aprender más sobre la vida en la frontera. Pero las respuestas de Devon eran cortantes y esquivas.
—¿Hay algo en particular que le guste hacer en su tiempo libre?
—No tengo mucho tiempo libre.
Isabella, a pesar de la frialdad de Devon, se esforzaba en mantener una conversación amena. Sin embargo, la incomodidad de ser observada mientras desayunaba sin que Devon tocara nada de la comida la ponía nerviosa.
Finalmente, Isabella preguntó con una sonrisa temblorosa.
—¿Seguro que no desea probar algo? Hay frutas frescas y pan recién horneado.
—Ya he comido.
La frialdad en su voz era evidente. Devon estaba disgustado porque su tiempo con Elena había sido interrumpido, y aunque no podía desquitarse directamente con Isabella, no podía ocultar su descontento.
Isabella, sintiéndose cada vez más incómoda, terminó el desayuno sin apenas probar bocado. Sus intentos de conversación eran en vano, pues Devon no mostraba interés alguno en interactuar con ella. A pesar de todo, Isabella no se rendía, determinada a ganarse la simpatía del joven Duque.
Cuando el desayuno terminó, Devon se levantó de inmediato.
—Si me disculpa, tengo asuntos que atender.
Isabella, aunque triste por la forma en que se había desarrollado el desayuno, asintió y forzó una sonrisa.
—Por supuesto, joven Duque. Gracias por acompañarme.
Devon hizo una leve inclinación de cabeza y se retiró sin mirar atrás, dejando a Isabella sola en el jardín, con un sentimiento de desilusión y determinación renovada. Sabía que conquistar el corazón de Devon sería un desafío, pero no estaba dispuesta a rendirse.
Isabella pensó que, antes de intentar encontrarse con la princesa Elena, debía averiguar cómo era su apariencia. Lo primero que se le ocurrió fue ver pinturas familiares. Así que pidió a una doncella que la guiara hacia el salón donde se exponían los retratos de muchas generaciones del Ducado Cortés.
El salón era amplio, con paredes cubiertas de retratos antiguos. Isabella observó con atención los rostros de los duques y duquesas de antaño, maravillándose por la historia y la herencia que cada pintura representaba. Finalmente, llegó a los retratos más recientes.
Primero, vio un retrato del Duque Franco con la madre de Devon. La mujer tenía un aspecto serio, con ojos azules y cabello oscuro, irradiando una belleza fría y distante. Devon se parecía completamente al Duque, con el mismo porte autoritario y los ojos penetrantes. Luego, vio un retrato del Duque Franco con la madre de Elena, Cecilia. Era una mujer hermosa, con cabello rubio brillante y ojos azules suaves. Su mirada transmitía dulzura y tranquilidad, en contraste con la severidad de la madre de Devon.
Isabella pensó que era probable que la joven Elena se pareciera al Duque así como a Devon. Sin embargo, al avanzar en su recorrido, se dio cuenta de algo desconcertante. No había ningún retrato de Elena. Llegó al último de los retratos y era uno de Devon, sin ninguna imagen de su hermana.
Esta ausencia solo aumentó su curiosidad y determinación. Si no había retratos de Elena, tendría que buscar otras formas de descubrir cómo era y, eventualmente, encontrar una manera de conocerla. Pero por el momento, esta duda no podría ser resuelta.
Isabella decidió que su próxima estrategia sería sutil y paciente. Tal vez debía observar los lugares donde las doncellas decían que Elena pasaba tiempo, e aquí su primera piedra en el camino, nunca las doncellas hablaban frente a ella y menos de la princesa, esa vez en el jardín, fué la primera y la única vez que a escondidas logró escuchar algo sobre ella. Quizás, con suerte, tropezar con ella en los jardines o en los salones menos frecuentados podría resultar. Si Devon y Elena eran cercanos, ella podría eventualmente encontrarlos juntos, y eso le daría la oportunidad de conocerla.
Con la excusa de conocer el lugar que podría ser su hogar en un futuro cercano, Isabella recorrió en solitario diferentes salones de la mansión, sus vastos jardines y alrededores pero no encontraba señal alguna de la dichosa princesa Elena. La frustración de Isabella era tal que hasta se cuestionó la existencia de Elena.
—¿Será posible que ni siquiera exista? ¿Por qué no he encontrado ningún rastro de ella? ¿Dónde se oculta?
Isabella caminaba con el ceño fruncido, sus manos apretadas en puños. La sensación de impotencia se mezclaba con la creciente curiosidad y determinación. Estaba en uno de los jardines traseros más alejados de la mansión cuando, de repente, se encontró con otra gran mansión, más pequeña que la principal pero igualmente impresionante.
—¿Qué es esto? No había oído hablar de esta parte del ducado...
La curiosidad la impulsó a acercarse. Al llegar más cerca, pudo ver por una de las ventanas a Devon. Estaba sentado, bebiendo té. La expresión en su rostro era lo que más la sorprendió: los ojos rojos que la habían mirado con distancia y frialdad se veían ahora suaves y cálidos. La boca, que había permanecido en una línea recta y apenas se había abierto para dedicarle algunas palabras, estaba ahora curvada en una dulce sonrisa.
Isabella sintió una por una punzada en el corazón y escalofríos recorriendo su espalda. ¿A quién estaba mirando así el joven Duque? ¿A quién le sonreía? La duda se apoderó de ella y se acercó un poco más, tratando de ver mejor. La suave brisa sopló y movió un poco las cortinas, revelando un jarrón con flores azules de Kargath.
—¡Esas flores! Si están aquí, significa que la princesa también debe estar aquí... Sí es así, debo actuar...
La comprensión la golpeó con fuerza, haciéndola temblar. Apretando los puños con fuerza, pensó en llamar su atención. Aunque no fuera nada casual como originalmente había querido, era una oportunidad que no podía desperdiciar. Sin embargo, antes de que diera siquiera otro paso, una doncella apareció tras ella.
—Señorita, no puede estar aquí. Debe retirarse de inmediato.
La voz de la doncella era severa, y su mirada igual de autoritaria. Isabella no pudo hacer nada más que regresar a la mansión principal, más perturbada que nunca. En su cabeza, la imagen del joven duque comportándose de aquel modo hacía que quisiera llorar.
—¿Por qué no ha sido así conmigo? ¿A quien le sonreias de ese modo?... Sin tan solo hubiera visto de quién se trataba...
Isabella se contuvo para no derramar una lágrima frente a nadie, pero la mezcla de celos y dolor era innegable.