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Ecos De Un Tiempo Perdido

Ecos De Un Tiempo Perdido

Status: Terminada
Genre:Completas / Elección equivocada
Popularitas:976
Nilai: 5
nombre de autor: Litio

En un pequeño pueblo donde los ecos del pasado aún resuenan en cada rincón, la vida de sus habitantes transcurre en un delicado equilibrio entre la esperanza y la desesperanza. A través de los ojos de aquellos que cargan con cicatrices invisibles, se desvela una trama donde las decisiones equivocadas y las oportunidades perdidas son inevitables. En esta historia, cada capítulo se convierte en un espejo de la impotencia humana, reflejando la lucha interna de personajes atrapados en sus propios laberintos de tristeza y desilusión. Lo que comienza como una serie de eventos triviales se transforma en un desgarrador relato de cómo la vida puede ser cruelmente injusta y, al final, nos deja con una amarga lección que pocos querrían enfrentar.

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Capítulo 17: Palabras que No Dijimos

El aire en San Gregorio estaba cargado de un silencio tenso, como si el propio pueblo estuviera expectante de lo que estaba por venir. Clara caminaba con paso lento, el eco de sus zapatos resonando en las calles vacías, mientras los recuerdos de la casa de su infancia aún pesaban en su pecho. Había enfrentado las sombras de su pasado, pero el vacío seguía ahí, profundo y oscuro, como si nunca fuera a llenarse del todo.

Al llegar a su casa, Gabriel estaba sentado en la escalera del porche, su rostro iluminado por el último rayo de sol de la tarde. Se levantó cuando la vio acercarse, y sus ojos reflejaban una mezcla de preocupación y alivio.

—Clara —dijo con suavidad, su voz envolviendo el aire como un susurro—, me preocupé cuando no regresaste.

—Lo sé —respondió ella, su tono cansado pero sincero—. Tenía que ir a la vieja casa. No podía seguir huyendo de eso.

Gabriel asintió, sin hacer más preguntas, comprendiendo que algunas heridas no necesitaban ser explicadas en palabras. La tomó suavemente de la mano y la guió hacia el interior de la casa, donde la calidez de la chimenea ofrecía un contraste acogedor al frío emocional que había envuelto a Clara durante todo el día.

Se sentaron en el sofá, uno al lado del otro, pero Clara no podía evitar sentir la distancia que aún existía entre ellos. No era la distancia física, sino una barrera invisible hecha de recuerdos no compartidos, de secretos no contados, de palabras que ambos habían dejado de decir.

—Gabriel —comenzó Clara, mirando el fuego que crepitaba ante ellos—, siento que he estado distante, pero no sé cómo hablar de todo esto... de lo que llevo dentro.

Gabriel la observó, su expresión seria pero llena de ternura.

—No tienes que decirme todo ahora —dijo en voz baja—, pero estoy aquí, y siempre lo estaré. No tienes que enfrentarlo sola.

Clara bajó la mirada, sus dedos jugando con el borde de su camisa, como si necesitara algo físico a lo que aferrarse. Había tantas cosas que quería decir, pero las palabras parecían quedar atrapadas en su garganta, como si el peso del pasado le impidiera hablar.

—Hoy fui a la casa donde crecí —confesó finalmente, su voz quebrándose un poco—. Todo sigue igual, pero... todo es tan diferente. Como si una parte de mí aún estuviera atrapada ahí, en esa casa, esperando... esperando algo que nunca va a suceder.

Gabriel se inclinó hacia ella, acercándose un poco más.

—¿Cómo te sientes ahora? —preguntó, su voz llena de un cuidado genuino.

—Vacía —respondió Clara, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con salir de nuevo—. Como si al enfrentar ese lugar, al ver todo lo que perdí, nada hubiera cambiado realmente. Mi madre se fue, y yo me quedé... vacía.

Gabriel frunció el ceño, como si intentara absorber el dolor que ella llevaba consigo.

—Clara, perder a alguien no es algo que se supere de un día para otro. Lleva tiempo, y sé que has estado lidiando con eso por mucho tiempo, pero no tienes que cargar con esa soledad para siempre. Estoy aquí. Tienes derecho a sentirte rota, pero no tienes que serlo para siempre.

Clara lo miró, sus ojos brillando con lágrimas no derramadas.

—No sé cómo seguir adelante, Gabriel. Cada vez que trato de avanzar, siento que estoy traicionando su memoria... como si olvidarla significara que todo lo que ella fue no importó.

Gabriel negó con la cabeza suavemente.

—No se trata de olvidar —dijo, tomando su mano entre las suyas—. Se trata de aprender a vivir con esos recuerdos, de permitirte sentir el dolor, pero también de permitirte sentir la alegría cuando llegue. No estás traicionándola por seguir adelante, Clara. Estás honrando lo que ella significó al encontrar la fuerza para vivir tu vida.

Clara cerró los ojos, dejando que las palabras de Gabriel se filtraran en su mente. Había una verdad en lo que decía, una verdad que ella había estado evitando aceptar. El dolor no desaparecería, pero eso no significaba que tenía que ser lo único que definiera su vida.

—¿Y si nunca aprendo a vivir con eso? —preguntó, su voz apenas audible.

—Entonces yo estaré aquí, caminando contigo, incluso si tropiezas —respondió Gabriel con suavidad.

Se quedaron en silencio por unos momentos, el fuego crepitando suavemente en la chimenea. El calor comenzaba a derretir la barrera de hielo que Clara había levantado a su alrededor, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que tal vez, solo tal vez, podría encontrar una manera de seguir adelante.

—Gabriel —dijo finalmente—, gracias.

Él sonrió, una sonrisa pequeña pero llena de significado.

—No tienes que agradecerme. Solo quiero que sepas que no estás sola en esto.

La noche se fue asentando, envolviendo la casa en un manto de calma que contrastaba con la tormenta emocional que había dentro de Clara. El silencio ya no parecía tan insoportable, sino más bien un espacio donde ambos podían existir juntos, sin prisas ni expectativas.

Al día siguiente, Clara decidió que necesitaba reconectar con otra parte de su pasado. Sabía que no bastaba con visitar la casa de su infancia; también tenía que enfrentar a las personas que había dejado atrás. Con esa idea en mente, tomó su teléfono y marcó un número que no había llamado en años. Su corazón latía con fuerza mientras esperaba que contestaran.

—¿Hola? —La voz al otro lado de la línea sonaba más madura, más grave, pero inconfundible.

—Sofía... soy Clara.

Hubo un largo silencio.

—Clara —respondió Sofía finalmente, su tono lleno de sorpresa—. No puedo creerlo... ¿Eres tú de verdad?

—Sí —dijo Clara, sintiendo cómo la tensión en su pecho comenzaba a relajarse—. He vuelto a San Gregorio y pensé que... tal vez podríamos vernos.

Sofía rió, una risa nerviosa pero sincera.

—¡Claro! No sabes cuánto he pensado en ti. Dime dónde y cuándo, y estaré ahí.

Al colgar el teléfono, Clara sintió un extraño alivio. Había sido difícil enfrentarse a su pasado, pero también estaba descubriendo que había algo liberador en reconectar, en hablar con las personas que una vez formaron parte de su vida.

Más tarde, en el café del pueblo, Clara y Sofía se encontraron después de tantos años. Al principio, la conversación fue torpe, llena de silencios incómodos y risas nerviosas. Pero poco a poco, las barreras fueron cayendo.

—No puedo creer que estés aquí —dijo Sofía, sus ojos llenos de emoción—. Después de todo lo que pasó, pensé que nunca volverías.

—Yo también lo pensé —admitió Clara—. Pero aquí estoy, tratando de reconstruir lo que quedó atrás.

—Siempre fuiste fuerte —dijo Sofía, sonriendo con melancolía—. Incluso cuando no lo sabías.

Clara negó con la cabeza, una sonrisa triste en su rostro.

—No soy tan fuerte como crees, Sofía. Pero estoy intentando serlo. Estoy aprendiendo.

Sofía asintió, tomando la mano de Clara con un gesto de apoyo.

—Y eso es todo lo que importa.

1
Raquel Aboyte
muy buena historia inspira a yebarla acabo
Raquel Aboyte
esta lectura esta triste
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