En esta historia, se encontrarán con Ángel, una niña que fue abandonada al nacer y creció en una abadía, donde un grupo de religiosas le ofreció amor y cuidado. Sin embargo, a medida que Ángel va creciendo, comienza a sentir un vacío en su interior: el anhelo de tener un padre, como los demás niños que la rodean. A pesar de su deseo, no se atreve a manifestar sus sentimientos por miedo a lastimar a quienes la han criado, y su vida tomará un giro inesperado una noche fatídica.
Una enigmática mujer aparece y le revela a Ángel un oscuro secreto: es una heredera y debe buscar venganza por la muerte de su madre. Así inicia su transformación en la Duquesa Sin Corazón, una niña destinada a cumplir con un legado de venganza que no es suyo. ¿Qué elecciones hará Ángel en su camino? ¿Podrá encontrar su verdadera identidad en medio de la oscuridad que la rodea?
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CAPÍTULO 18. EL COMPROMISO DE LA LEONA.
CAPÍTULO 18. EL COMPROMISO DE LA LEONA.
El estudio de Ágata emanaba el aroma a madera envejecida y tinta seca. En los floreros de plata, aún quedaban flores marchitas, sobre el escritorio, resguardada por candelabros apagados, reposaba una carta sellada con cera negra. Ángel la tomó con delicadeza, sintiendo que ese pequeño sobre portaba más peso que todos los logros del mundo. Se sentó en el lugar donde su abuela tantas veces la invitó a reflexionar, a escuchar, a cuestionar.
Y rompió el sello.
La escritura era inconfundible: elegante, decidida, carente de adornos superfluos.
Querida niña: Es extraordinario escribirte sin saber si estaré aquí cuando esto llegue a tus manos. Pero, si mis cálculos son correctos, moriré pronto, por eso seré breve y dejare mi tarea completa. Siempre supe que eventual te entrenaría, no como una madre pues me hubiera encantado que Angela lo hiciera, pero el destino se la llevo, y quise que cuando llegara el momento, estuvieras preparada para tomar posesión de lo que te pertenece. Por eso he fingido debilidad, he mantenido la farsa ante mis adversarios y he esperado. . . tanto.
Sin embargo, hay algo para lo que no pudimos prepararnos juntas. Una decisión que debí tomar en soledad.
Tu matrimonio.
Ángel cerró los labios con fuerza, con el corazón latiendo desbocado. Antes de que te dejes llevar por la ira, escúchame. No tomé esta decisión por capricho. Ni por romanticismo. Fue por ofrecerte la única defensa auténtica que este mundo cruel puede brindar a una mujer poderosa: un vínculo irrompible.
Tu prometido, si eliges aceptarlo, es Édouard de Arquemont, efectivamente, el segundo príncipe. Hijo de mi hermana Adelaida.
Ángel se quedó paralizada. Sintió que el aire que la rodeaba se tornaba denso. ¿El hijo de la reina?
No es un extraño para mí. Lo he visto crecer. Es ambicioso, pero justo. No es un caballero de cuentos de hadas, ni un monstruo. Es un hombre con responsabilidades, con buena sangre. No lo seleccioné para que te rescate. . lo elegí porque tú podrías salvarlo a él de la disputa por el trono.
Juntos, tienen la posibilidad de reclamar lo que la historia ha tratado de usurparnos.
No es una obligación, hija mía. Ya no estás bajo mi tutela. Pero te lo imploro, como tu abuela: reflexiona con la mente fría. Piensa como la duquesa que te convertirás.
Acepta la unión. Establece tus condiciones. Hazlo tuyo. Y hazlo fuerte. Si decides que no. . . entonces, renuncia. Y desaparece. Porque lo que se aproxima no es un juego para niñas.
Te amo, Ángel. Tu madre estaría profundamente orgullosa de ti.
Ágata de Manchester, la última leona. . . que ahora te deja la corona.
Al concluir la lectura, Ángel se sintió perdida entre el impulso de llorar, gritar o huir.
La duquesa había sido su todo: abuela, maestra, sombra y protección.
Y ahora le había legado el mayor regalo y la carga más pesada.
Una boda con la Corona.
Un pacto con el poder.
Y la soledad de la elección.
La puerta se abrió suavemente.
Era la reina Adelaida. Ella llevaba un vestido negro adornado con bordes de hilo plateado. Su expresión era de seriedad, aunque sus ojos, similares a los de Ágata, estaban repletos de recuerdos.
—¿Tuviste la oportunidad de leerlo?
Ángel asintió, todavía incapaz de pronunciar palabra alguna.
—Fue una sugerencia de ella —expresó Adelaida al tomar asiento frente a ella—. No se me habría ocurrido a mí. Sin embargo, en cuanto lo solicitó, entendí que iba más allá de una simple alianza política.
—¿Él está al tanto?
—Sí, está al tanto. Y lo acepta. Aunque también, al igual que tú, tiene sus dudas.
Ángel cerró la carta, la depositó sobre el escritorio y levantó la mirada.
—Lo aceptaré.
La reina mostró un signo de alivio, pero Ángel levantó la mano en señal de advertencia.
—Pero no sin condiciones. No seré como un cordero llevado al sacrificio.
Impondré mis términos. Y no serán discutibles.
La reina esbozó una sonrisa lenta.
—Llevas a tu abuela en la mirada, ¿lo sabías?
—Soy consciente de ello, me enseño con empeño.
Esa misma noche, en la mansión de Douglas él se encontraba en la biblioteca, bebiendo.
La penumbra lo abrazaba. Solo una vela iluminaba la copa que sostenía. En el escritorio, una carpeta roja permanecía cerrada, aguardando por su momento de ser abierta.
De repente, Isabel irrumpió, llena de furia.
—¿Cómo puedes permanecer tan tranquilo? ¡El príncipe! ¡Se va a casar con el príncipe!
Douglas sonrió con suficiencia.
—Perfecto.
Eso implica que cuando revele lo que tengo… la caída será aún más impactante.
Isabel lo miró con recelo.
—¿Qué estás tramando?
Douglas tomó un sorbo pausado, disfrutando de la oscuridad que lo rodeaba.
—Nada.
Solo espera y veras, las cosas están resultando a mi favor.