Siempre he pensado que el hombre que nace malo, nunca en su vida vuelve a recuperar la bondad de su corazón, nadie se hace malo porque quiere, la vida, la sociedad y el mundo te obligan.
Pero que haces si a tu vida llega una persona que no te teme y que cambia el rumbo de tus pensamientos.
Soy Jarek y necesito una madre para mi hijo, no importa lo que tenga que hacer para conseguirla.
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Capítulo 16: Un refugio donde nace el amor
Días después…
Casa de Dalila…
La partida de Demetrio por tanto tiempo tenia a Dalila desesperada, él no se había comunicado con ella, no respondía sus mensajes y sus hombres de confianza no le daban razón de él.
Tampoco había recibido la noticia esperada de la muerte de su nieto y eso la tenía más enfadada de lo que esperaba, solo tenía una solución, averiguar ella misma que estaba sucediendo en la Mansión Ortega.
Dalila llegó a la casa de su hijo con paso firme y decidida a encontrar la verdad que calmara su preocupación, estaba convencida de que su lugar en esa casa jamás podría ser cuestionado. Pero en el portón, los guardias la detuvieron.
—¿Qué significa esto? —preguntó con voz fría, alzando la barbilla—. Soy la madre de Jarek. Como se atreven a negarme la entrada.
El guardia mayor bajó la mirada con algo de incomodidad.
—Lo sentimos, señora Dalila. Son órdenes directas de Jarek.
Dalila se quedó paralizada unos segundos.
—¿Órdenes… de mi hijo?
En ese instante apareció Dylan, con la mirada dura y la voz como una sentencia.
—Jarek no quiere verla aquí, Dalila. Y esas órdenes no se discuten.
—¿Cómo te atreves a hablarme así? —gritó ella, herida en su orgullo—. ¡Soy la madre de Jarek!
—Y, aun así, es su voluntad, o es que usted olvida porque Jarek la echo de la mansión—replicó Dylan con frialdad—. Si intenta forzar su entrada, será tratada como cualquier intrusa.
Las palabras de Dylan fueron como un puñal. Dalila temblaba de ira, sintiendo cómo la sangre le hervía.
—Ese ingrato… —murmuró con voz ronca—. Se olvida que sin mí no sería nada.
Dylan se inclinó apenas hacia ella, con un tono bajo pero amenazante:
—Él lo tiene muy claro, Dalila. Justo por eso no la necesita.
Ella lo fulminó con la mirada antes de marcharse con el corazón envenenado por el desprecio de su propio hijo.
Dylan la siguió con la mirada, asegurándose de que se alejara. Una vez solo, sonrió con calma.
—Que hierva en su propia rabia. Mientras más aislada esté de la familia, menos daño les podrá hacer.
Con Dalila lejos y Demetrio aún ocupado en la entrega, la mansión respiraba por primera vez en mucho tiempo.
Las cenas en la mansión Ortega se convirtieron en una costumbre que toda la familia disfrutaba.
Jacob, recuperado y de buen ánimo, había pedido quedarse en la mesa un rato más jugando Monopolio con Dylan y con su tía Paulina, Alba al ver la felicidad de sus nietos no protesto y se fue a su habitación.
Jarek y Victoria observaban la escena con emoción, al parecer la calma había llegado por fin a la mansión Ortega.
Que Dylan y Paulina estuviesen jugando con Jacob les dio a Jarek y a Victoria un pequeño instante de para estar juntos, para sestar solos.
Decidieron entonces salir de la casa hacia los jardines, a respirar un poco de aire.
La brisa nocturna agitaba los árboles y la luna iluminaba el camino.
—No recuerdo la última vez que la casa estuvo con esta felicidad y en calma —comentó Jarek, con la voz baja.
Victoria sonrió.
—Te entiendo Jarek. Es como si, por fin, pudiéramos bajar la guardia.
Se detuvieron bajo un arco cubierto de rosas en medio del jardín.
El silencio se hizo denso, cargado de algo que ninguno de los dos quería nombrar pero que se sentía en el aire.
Jarek dio un paso hacia ella, acortando la distancia.
—Victoria… —su voz se quebró apenas—. No pensé que esto sería tan difícil.
—¿Qué cosa? —preguntó ella nerviosa, aunque en el fondo lo sabía.
Él la miró a los ojos, con esa intensidad que siempre la desarmaba.
—Resistirme a ti.
Victoria sintió cómo el corazón le palpitaba más rápido de lo normal. Trató de apartar la mirada, pero Jarek tomó su rostro con una mano firme y, sin darle espacio para pensar o hablar, la besó.
Fue un beso cargado de todo lo que ambos habían callado: la rabia, el dolor, el miedo y la esperanza mezclados en un solo instante.
Ella, al principio, dudó… pero luego sus brazos rodearon su cuello y respondió a ese beso con una entrega que la sorprendió a sí misma.
Cuando se separaron, ambos respiraban agitados.
—Esto no debería estar pasando —murmuró Victoria, temblando.
—Quizá no —respondió Jarek, apoyando su frente en la de ella—. Pero no voy a fingir que no lo siento.
El mundo parecía haberse detenido. La mansión, por primera vez, no era una prisión, sino un refugio donde el deseo y el amor podían nacer.