La Caida De Los Angeles

Mientras la joven errante se alejaba del refugio, no podía sacudir la sensación de que su presencia era un presagio de algo mucho más siniestro. La inquietud persistía y los días transcurrían con una tensión palpable en el aire.

Una noche, poco después de que la misteriosa visitante se marchara, el refugio fue sacudido por un ataque inesperado. Un grupo de infectados, liderados por individuos que parecían poseídos por una furia inhumana, irrumpió en las defensas del refugio. Sus ojos brillaban con una intensidad antinatural y sus gritos resonaban con una mezcla de rabia y desesperación.

Tratamos de organizarnos en una defensa desesperada, luchando para proteger a los supervivientes. Pero la batalla no era lo único que causaba terror. En medio del caos, una figura conocida emergió entre los infectados: el alcalde, que todos pensábamos había huido, estaba entre ellos. Sus ojos vacíos y su comportamiento errático lo delataban como uno de los "cordones desviados". Tal vez se acercó demasiado a los "Ángeles" en su intento de escapar.

Durante la confrontación, el alcalde se abalanzó hacia mí, gritando palabras incoherentes. Sus ojos completamente blancos daban una sensación perturbadora, parecía que me tenía odio y un ligero rastro de conciencia. Logré esquivar su ataque y logré hacerlo caer. Trato de inmovilizarlo, pero se mueve demasiado, así que le corto el cuello con un cuchillo. En sus últimos momentos de lucidez, susurró:

—Los "Ángeles"... me prometieron volver... no puedo morir...

Antes de que pudiera decir más, su cuerpo dejó de tener vida, muriendo en el suelo. Con horror, noté una marca similar a la mía en todo su cuerpo, eran arañazos, mordidas y le faltaban partes del cuerpo como si lo hubieran comido en vida. Dejo su cuerpo en el suelo y sigo ayudando a contener a los infectados, matando a tantos como puedo.

El ataque finalmente se contuvo; todos los infectados ya estaban muertos, pero el refugio quedó en un estado de desolación. Las bajas fueron numerosas y el miedo se apoderó de todos. Denis, el profesor Carmona y yo nos reunimos para discutir lo sucedido. El profesor, con una expresión de gravedad, dijo:

—La piedra... tal vez llama la atención de los infectados. Si la mantenemos aquí, puede ser peligroso. Lo que ocurrió aquí no debe ser una coincidencia: primero la errante y después los infectados. Ella vino sabiendo lo que podría pasar y no nos lo dijo. Necesitamos descubrir la verdad detrás de las palabras de esa mujer.

Esa noche, mientras limpiaba mis heridas y me preparaba para descansar, noté algo extraño en la piedra. Había una inscripción que no había visto antes, brillando con una luz tenue. Al acercarme, las palabras se formaron con claridad:

"La ascensión demanda sacrificio. Los elegidos deben enfrentar sus demonios internos para desatar el verdadero poder."

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Comprendí que el camino por delante sería peligroso y lleno de oscuridad. Decidí que al día siguiente partiría solo en busca de respuestas. El refugio ya no era seguro, no mientras esta piedra siguiera aquí.

A la mañana siguiente, hablo con mis amigos. Les daré la noticia y les diré lo que voy a hacer. Siento nerviosismo, pero es mi mejor opción si quiero que este refugio no caiga y no quiero ponerlos en peligro. Después de un rato, los reúno en mi casa: Denis, Abigaíl, el profesor Carmona y Christian, a quien hace tiempo no veía.

—Bueno, hagamos esto rápido. Me voy a ir del refugio con la piedra —digo con firmeza mientras veo cómo Christian se me acerca y me dice:

—Solo ten cuidado. Cuidaré del refugio tanto como pueda mientras estés fuera —dice mientras me pone la mano en el hombro.

—¿Estarás bien? ¿Volverás, verdad? —dice Abigaíl con un tono de preocupación.

—Claramente volveré, aunque tal vez demore un poco de tiempo. Denis, hazte cargo de las cosas, por favor.

—Está bien, sé por qué tomaste esa decisión. Comprendo y te lo agradezco. Solo ten cuidado.

Veo que todos respetan mi decisión sabiendo que es lo mejor. El profesor Carmona se me acerca y me da un mapa de la zona.

—Está incompleto, pero te servirá. Además, toma esto también; te puede servir. Es un regalo mío y de Denis —dice mientras me da un bate de madera reforzado con metal.

—Vaya, ¿cómo hicieron esto? Se los agradezco —lo pongo al lado de la mochila, guardándolo en una funda especial.

—Si tienes problemas, puedes volver cuando quieras.

Con eso dicho, alisto mis cosas y dejo el refugio, sabiendo que estará en buenas manos. Antes de irme, miro hacia atrás y veo el refugio, sabiendo que lo que está por venir será una pesadilla en vida, pero es lo mejor para mantener esta ligera esperanza.