Aunque su corazón se destrozara en mil pedazos tras el dolor que sufrió a causa del padre de su hijo, aún no nato, está dispuesta a seguir adelante por la pequeña vida, aunque su alma aun grite por el dolor.
En la vida a veces comenzamos muchas cosas de la forma equivocada, y el amor no está exento de caer en ese error, pero no por eso deja de ser verdadero.
Esta es la historia de un amor que aunque empezó de la forma equivocada encontró el camino.
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Diecisiete
Ninete ya se había ido hacía un rato de la casa de Mariana, después de comer debía volver a la tienda y Renato dormía descansando la locura que armaba siempre que estaba cerca de su madrina.
Mariana miraba un jarrón de cristal fino con los Príncipes negros dentro puesto sobre su mesa, siempre le había gustado tener rosas en su casa y que estas estuvieran en un recipiente hermoso y este era el caso.
El olor de las rosas le inundó los sentidos y el recuerdo de Greg vino a su mente, el hombre siempre le había dicho que el olor a rosas en su cuerpo lo volvía loco, por eso las sales de su baño eran de rosas, pero después de su engaño y de saber que esa mujer también las había usado nunca más se las puso, ahora tenía unas con olor a jazmín.
Tocó con delicadeza una de las flores a medio abrir y pensó en lo que le dijo Ninete, quizás sí debía darse otra oportunidad de seguir con su vida, probar, tener nuevos recuerdos, pero ¿y si le salía mal?¿si volvía a sufrir? ¿Y si Luigi tenía razón y la relación con Greg había matado sus ilusiones?
Respiró profundo y agachó la cabeza sobre la mesa, ya estaba decidido, se iba a arriesgar y si no salía bien dejaría de ser Mariana Ferrara para convertirse en su verdadero yo, en Mariana Cesare, de todas formas eso era algo que debía de suceder más tarde o más temprano y el abogado le había notificado que la persona a la que tanto temía su abuelo que le hiciera daño había muerto.
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- Señor Hudson otra vez por aquí. - Ninete recibió al hombre una semana después de su última visita y por el rabillo del ojo notó como su cuñada que estaba de espaldas a la entrada se tensó, pero no se giró a mirar.
- Yo siempre digo que a los buenos lugares debemos regresar.- los ojos del hombre miraban con insistencia el largo cabello de la chica caer por su espalda aprisionados por una cinta dorada, habían pasado muchos días sin verla y no sabía porqué estaba nervioso como un adolescente desde que decidió volver a la tienda.
- Gracias por lo que nos corresponde.- le contestó y vio a su cuñada casi que correr a la parte trasera de la floristería sin voltear.
- ¿No le gustaron las rosas?- le preguntó muy bajo a la francesa.
- Sí, creo que por eso es que se fue.- le dijo con indiscreción y una sonrisa adornó la cara del hombre.
- Entonces que me recomienda, ¿orquídeas o repito rosas?
- Orquídeas azules, son sus favoritas entre todas las que hay.- Ninete estaba decidida a despertar a su amiga y él se dio cuenta de que en la rubia podía encontrar una aliada aunque ella no supiera que estaba ayudando al hombre equivocado.
- Pues que sean esas.- la sonrisa no dejaba su cara.
El hombre sacó una tarjeta de crédito y la puso sobre el mostrador esperando que la francesa trajera las orquídeas.
- ¿Así son de su agrado?- le mostró un ramo que parecía una fantasía.
- Son hermosas, pero si le soy sincero prefiero que le agraden a ella pues yo no sé mucho de flores, y ahora me retiro, no quisiera molestarla, hasta la próxima.
- Hasta la próxima señor Hudson y muchas gracias.
- Necesito algo más- la rubia lo escuchó hablar antes de girarse para separarse del mostrador- No sé su nombre.- sí que lo sabía, lo sabía de sobra, pero no podía delatarse.
- ¿El mío o el de ella?- el hombre sonrió con malicia.
- Los dos si se puede.
- Pues yo soy Ninete y ella es Mariana.
- Muchas gracias.- fue su contestación y ahora sí se giró para irse.
El sonido de la puerta se escuchó y Ninete corrió con las orquídeas a donde su amiga.
- ¡Huuuuy! Orquídeas azules para ti.- la francesa daba pequeños brinquitos alrededor de Mariana.
- Ponlas en agua para que no se marchiten.- le dijo como si no le interesara.
- Por supuesto que las pondré en agua, pero la próxima vez le vas a agradecer personalmente o te anotaré en una web de citas y pondré una fotografía tuya en bañador.
- No serías capaz de hacerme eso.
- Pruébame.- Mariana la miró y en sus ojos vio que si lo haría.
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Varios días después una mujer se tomaba un café sentada sola en una terraza mientras maldecía en voz baja.
Anabel Hill estaba perdida en su pensamiento en una cafetería cualquiera tratando de encontrar una solución a su problema, había regresado a Italia buscando nuevamente a Greg, más de un año atrás lo había convencido de que nunca habían dejado de amarse, destruyó su relación con una tonta dependienta de una floristería y lo hizo reclamar su herencia para poder casarse con ella y unos meses después, nada más tuvo la oportunidad se escapó con su amante y el dinero, dinero que el muy cretino perdió al total en un casino en Montecarlo dejándola otra vez sin un céntimo.
Ella había vuelto y ahora traía un nuevo plan, haría creer a Greg que fue obligada a llevarse el dinero bajo amenaza, estaba segura de que él la recibiría con los brazos abiertos en cuanto la viera llorar, pero resultó que al llegar se entera de que el muy tonto había decidido morirse.
Greg nunca le dijo que estaba enfermo, si se lo hubiera dicho en vez de robarle se habría casado con él, a fin de cuentas ya el compromiso estaba hecho y lo que recibiría por ser la viuda de un Patel iba a ser cinco veces mayor que lo que le robó o lo que una vez pagó su padre para que ella dejara en paz a un muy joven Greg.
Tres meses, era lo que repetía en su mente, si hubiera esperado tres malditos meses más a su lado ahora sería la viuda de Greg Patel, de todas formas, no había mucho que sacrificar, después del compromiso y de que su noviecita los descubriera ni siquiera la había tocado nunca más por mucho que ella insistiera, pero no, el tonto tenía que esconderle el hecho de que se estaba muriendo.
- ¿Anabel?¿Eres tú?- escuchó una voz de trueno decir su nombre y al levantar la vista vio a Gabriel Patel y sintió que la sangre salía de su cuerpo.
Si Greg antes de morir le dijo algo a su hermano de lo que sucedió con el dinero estaba perdida.
- ¿Gabriel?- intentó ser cortés mientras temblaba.
- Anabel eres la última persona que esperé encontrar aquí.- por el tono parecía amable, además podría decirse que casi sonreía.
Gabriel hacía muchos años había conocido a Anabel como una amiga de su hermano, nunca supo que ellos tuvieran una relación, eso solo era conocimiento de su padre.
- ¿Supiste de la muerte de mi hermano?- le preguntó el hombre con tristeza sin esperar y eso le indicó a ella que gracias al cielo él no sabía nada de lo del dinero.- Hoy se cumplen seis meses.
- Sí, todavía no supero ese dolor, las últimas veces que hablamos fueron desgarradoras.- la mujer comenzó a meterse en un papel, las únicas dos personas que podían dar fe de quien era ella en realidad estaban muertas.- Pero siéntate por favor, hablemos un rato.
- ¿Ustedes seguían en contacto?- le preguntó mientras movía la silla que estaba frente a ella.
- Sí, de hecho unos meses antes de su muerte estuve visitándolo, pero no pude quedarme mucho pues no era del agrado de la chica que vivía con él aunque nunca nos conocimos personalmente.
Gabriel apretó los puños.
- Esa...- fue todo lo que dijo.
- Qué ha hecho, seguro les reclamó algo.
- No, al parecer no le hace falta, se encargó de robarle todo a mi hermano antes de que él muriera y dejarlo tirado como si fuera un perro.
Anabel casi brinca de la alegría, el hermano menor estaba enterado de que una mujer le había robado pero había dado por hecho que esa mujer era la noviecita engañada.
- Greg no estaba muy errado de sus sospechas entonces.- dijo por lo bajo pero asegurándose de que Gabriel lo escuchara.
- ¿Que te había contado?
- No mucho, que ella parecía esconder algo, y la última vez que hablamos por teléfono me dijo que hasta había perdido su trabajo por culpa de ella.
- ¿ Perdió su trabajo por ella? Me dijeron que fue un problema con el heredero de la familia a la que pertenecía la empresa.
- No, lo que me contó es que al parecer ella tenía o tuvo algo con otro ejecutivo que con artimañas logró quedarse con su puesto.- la mujer tenía una gran imaginación para entretejer injurias y poner la historia a su favor.
- Esa mujer es lo peor. - Gabriel recordó el rostro de Mariana tan inocente, con aquellos ojos de un color que parecían un cielo limpio y no supo como un ser de apariencia tan cándida podía contener tanta maldad.- Pero va a pagar todo, yo voy a encargarme de eso, puedo jurarlo.
- Ten cuidado Gabriel- la mujer deslizó su mano sobre la mesa y tomó la del hombre, ya había usado a un hermano, pero quedaba otro, y si este era tan tonto como el mayor ella podría convertirse en la señora Patel- Esa mujer es capaz de cualquier cosa, tu hermano sufrió mucho en sus manos.
- Gracias Anabel, siempre fuiste una buena amiga para él.
- Y si quieres lo seré para ti también, es una forma de honrar la memoria de tu hermano.
Gracias autora! Felicitaciones!