Luego de morir Oriana entra a una de las últimas novelas que leyó. Amor sin barreras.
Una historia la cual le había parecido un poco patética la verdad, pero le encantaba ver cómo las cosas a la villana nunca le salían bien.
¿Podrá Oriana cambiar la suerte de nuestra jodida villana, sabiendo que de eso mismo depende su vida?
Nueva historia, odienme, critiquenme, pero está historia la llevo pensando desde hace un tiempo. Iré subiendo capítulo hasta que me acomode con la trama de las otra dos. Prometo no dejarlas colgadas. Bueno dicho esto... Empecemos .
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capítulo 17
**Esa misma tarde**, en el hogar del ministro de Guerra, llegó una caja con una carta en su interior.
*“Espero que con este instrumento su imaginación vuele y la inspire para seguir creando y deleitándonos con su hermosa voz.”*
**P. Manuel**
Después de leer la carta, Oriana abrió el paquete y se encontró con un hermoso banjo. Sonrió radiante al ver el instrumento y comenzó a afinar sus cuerdas.
A la mañana siguiente, le pidió permiso a su padre para ir al palacio. El marqués, algo dudoso, aceptó. Su hija había crecido, y le costaba dejarla ir… a ella también.
Oriana se dirigió al palacio acompañada por una de las doncellas de su tía. Al llegar, los guardias abrieron las rejas rápidamente al reconocer el escudo de la familia Navarro. En la entrada, el mayordomo real la recibió y la condujo a una sala de estar donde podría esperar al príncipe.
No pasó mucho tiempo antes de que Manuel entrara en la habitación, acomodando apresuradamente sus ropas, ya que prácticamente había corrido hasta allí. Esperó unos segundos y luego cruzó la puerta. Camila lo miró con una sonrisa y dijo:
—Hola, Manuelito.
Manuel puso los ojos en blanco, pero luego sonrió. Esa mujer sabía cómo irritarlo. Caminó hacia ella, tomó su mano y, depositando un beso en el dorso, respondió:
—Hola, mi hermosa prometida.
Oriana frunció el ceño y, retirando su mano, replicó:
—Tranquilo, galán. Deja tus métodos de conquista para pobres ingenuas.
Manuel dejó de sonreír y, en silencio, tomó asiento.
—Vine a agradecerte por el regalo —continuó ella.
—¿Te gustó?
—Sí. Antes de salir de Alfea compré algunos instrumentos, pero no tenía un banjo.
—Me alegra entonces.
—Lo he traído conmigo. ¿Te gustaría que te tocara algo?
Manuel asintió con una sonrisa. Oriana siempre había sido así: natural y despreocupada. Era raro no verla con un instrumento en las manos. Pronto, la dulce voz de la joven comenzó a sonar e inundó toda la habitación con su maravillosa melodía.
**Ecos de amor**
Cuando terminó de cantar, levantó la vista y se encontró con la emperatriz y el príncipe Luis, que la miraban con emoción en los ojos. Manuel tenía una expresión confusa, como si mil emociones se agolparan en su interior, y solo salió de sus pensamientos al escuchar los aplausos de su madre y su primo.
—Bravo, mi niña —dijo la emperatriz, acercándose a ella—. Qué hermoso cantas.
—Hola, señora. Qué gusto volver a verla.
Oriana se levantó del asiento e hizo una reverencia ante ambos.
—Gracias por sus palabras, majestad. Hola, príncipe Luis. Lo mismo digo.
La emperatriz los miró, algo sorprendida.
—¿Ya se conocían?
Antes de que Oriana pudiera responder, Luis intervino:
—Sí. Ella fue quien me salvó la vida cuando era niño.
La emperatriz miró asombrada a su sobrino.
—Pero entonces…
—Es por eso que estoy aquí, tía.
Estela no entendía nada. Según su hermana, su sobrino se casaría con la señorita que le había salvado la vida… pero ahora todo parecía una confusión.
Manuel, al ver la situación, intervino:
—Luis, lleva a mi madre al jardín y explícale todo.
Luis asintió, pero antes de marcharse miró a Oriana.
—Lamento haberla confundido. Le debo mi...
—No me debe nada, príncipe. Eso pasó hace muchos años y tampoco lo hice esperando una recompensa. En ese entonces, solo me lancé a salvar a un niño que se había caído al agua. Lo habría hecho por cualquier persona.
Luis sonrió con gratitud.
—Igualmente, gracias. Quiero que sepa que sé distinguir entre asuntos personales y lo que sucedió.
—Se lo agradezco. No dije nada antes precisamente por eso. No buscaba su atención ni una recompensa por lo ocurrido.
—Lo entiendo. Muy bien, la dejo a solas con su prometido.
La emperatriz siguió a su sobrino, aún sin comprender del todo lo que acababa de escuchar.
Manuel miró con el ceño fruncido a Oriana y murmuró:
—Sigo aquí...
Ella lo miró con atención y respondió:
—Ya lo noté. Bueno, creo que tengo que...
—Me gustaría dar un paseo contigo al aire libre.
Camila alzó una ceja al notar el cambio de actitud repentino.
—¿Qué sucede? ¿Por qué tanto interés de pronto?
Manuel la miró fijamente, recordó a su primo y dijo con seriedad:
—No fue de pronto. Llevo enamorado de ti desde hace años.
Oriana lo observó con sorpresa.
—La primera vez que te vi fue en una plaza. Tenías una voz mágica y unos ojos soñadores, imposibles de ignorar. Cantaste una canción de mi banda favorita, Queen. Cuando terminaste, te di mi tarjeta… pero nunca llamaste. Días después volví a buscarte y…
—¿Daniel…?
Los ojos de Oriana se llenaron de lágrimas. No podía creer que su viejo amigo estuviera frente a ella.
Manuel asintió con una sonrisa.
—Lo soy, mi estrella principal.
—Soy la única que tienes —respondió ella, sin soltarlo del abrazo—. No me mientas. ¿De verdad eres tú?
—Sí. Y esta vez no me rendiré. Voy a conquistarte.
El corazón de Oriana tembló ante su declaración. Aunque lo había rechazado varias veces, nunca imaginó volver a encontrarlo… y mucho menos que esta vez él la eligiera de verdad. Oriana no era tan inmune a sus encantos como él creía, pero al conocerlo bien, nunca quiso ser una más en su lista de conquistas.
En su último encuentro, él le había confesado sus sentimientos, pero ella no tuvo tiempo de reaccionar, de responderle, de decirle que lo había escuchado. Todo fue tan abrupto que apenas pudo salir del estado de shock.
Retomó su postura, se sentó de nuevo, y con el rostro serio dijo:
—Muy bien. Te escucho…