Luna Vega es una cantante en la cima de su carrera... y al borde del colapso. Cuando la inspiración la abandona, descubre que necesita algo más que fama para sentirse completa.
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Capítulo 16: Inspiración
Un hombre, unos metros más adelante, bajo la sombra de una marquesina. Alto, hombros anchos, la postura cerrada de alguien que espera.
El corazón de Selena se encoge con violencia. Su cuerpo se tensa y sus pasos se frenan de golpe. Por un instante, está convencida.
Es Él.
La ha encontrado.
El pánico le sube como un golpe seco al estómago. La garganta se le cierra, el aire no entra, y su mente se llena de una sola idea: correr.
Siente que el mundo a su alrededor se reduce a esa silueta, a la posibilidad imposible de que haya salido, de que esté ahí, frente a ella, esperándola.
El temblor le sacude las piernas. Una gota de sudor frío recorre su espalda. Su instinto la arranca un paso atrás, como si esa mínima distancia pudiera protegerla.
Pero cuando el hombre levanta la cabeza y se aproxima, la luz lo revela: facciones desconocidas, ojos cansados de oficinista, nada que ver con el rostro que tanto teme.
El aire que retenía en los pulmones escapa de golpe. Casi se tambalea, aliviada y agotada en el mismo instante. No era él. No podía serlo. Él sigue en la cárcel.
Aun así, el eco del miedo permanece, como si su cuerpo no hubiera entendido la diferencia.
¿Cuántas veces más voy a revivir ese momento hasta que sea capaz de olvidar? Se pregunta, mientras intenta reanudar el paso.
El camino hasta la ubicación señalada se hace más llevadero a medida que su respiración recupera el ritmo. Cuando por fin llega al punto marcado en el mapa, no hay nada. Solo una esquina anodina de la ciudad.
Lugar perfecto para recoger a alguien sin levantar sospecha alguna.
Apenas pasan dos minutos cuando un coche negro, idéntico al que la llevó días atrás al hotel, se desliza por la acera y se detiene justo frente a ella. La ventanilla trasera baja con suavidad.
Detrás de unas enormes gafas negras, Luna Vega.
Selena suspira. ¿De verdad creen que eso funciona? Se pregunta. Todos los famosos usan el mismo disfraz: gafas grandes, gorra, ropa oscura, gesto neutro. Como si bastara para borrar rostros que medio mundo reconoce.
—¿Subes? —pregunta Luna, con un deje de sonrisa.
Selena aprieta los labios y abre la puerta.
Entra al coche, acomodándose en el asiento mientras descubre que al volante no hay otra que Jennifer.
—¿Has esperado mucho? —pregunta Luna con tono casual, quitándose las gafas y dejándolas sobre su regazo.
Selena la mira de reojo.
—Sabes que ese disfraz es ridículo, ¿no?
Luna parece ofendida, aunque el brillo en sus ojos la delata.
—¡Ouch! —exclama la cantante de forma teatral, llevándose una mano al pecho.
Jennifer suelta una risa breve, casi contenida.
—Es verdad lo que me dijiste. Esta chica no tiene filtros.
La atmósfera dentro del coche se vuelve inesperadamente ligera, una burbuja donde por un instante no hay acuerdos ni presiones, solo tres mujeres compartiendo la carretera.
El trayecto dura lo suficiente para que Selena se pierda en el paisaje urbano que va quedando atrás. Edificios altos, luces de neón, calles cada vez más anchas y limpias. Hasta que, de pronto, el coche gira por un camino privado flanqueado por árboles perfectamente alineados.
Y entonces la ve.
Una mansión. Enorme, imponente, rodeada de jardines que parecen sacados de una revista.
Selena abre los ojos de par en par. ¿En serio? ¿Luna Vega me está llevando a su casa?
La idea le resulta absurda, casi irreal. ¿Quién en su sano juicio abre las puertas de su hogar a una desconocida? A alguien que, en teoría, solo está "de paso".
Pero enseguida lo recuerda.
Estamos hablando de Luna Vega.
El escándalo en persona, la estrella mundial capaz de llenar estadios, la mujer que ha convertido cada rumor en un arma de fuego contra sí misma o contra los demás.
Y, sin embargo, esa misma estrella la ha contratado a ella.
A una persona sin experiencia en la industria.
¿La razón? Porque se atrevió a decir lo que otros callaban. Porque criticó su música sin filtro alguno.
Por mucho que intente darle vueltas, la mente de Luna Vega sigue siendo un misterio para Selena. Un misterio que, según su acuerdo, debe descubrir. Su biografía, su historia real, no la de los focos.
Y si consigue escribirlo bien, no será solo un libro: será el trabajo de toda su vida.
Así que mientras pueda -mientras ella salga ganando- le seguirá el juego.
Por más descabellado que eso pueda parecer.
El coche avanza por un sendero privado y, al final, la mansión aparece en todo su esplendor. Amplia, de arquitectura moderna, con ventanales enormes que reflejan la luz de los jardines perfectamente cuidados.
La puerta principal se abre apenas el vehículo se detiene. Dos empleados esperan discretamente a un costado, pero es Luna quien, con una naturalidad desconcertante, se adelanta y la invita a entrar con un gesto.
—Bienvenida —dice, como si estuviera recibiendo a una amiga de toda la vida.
Selena traga saliva. El mármol bajo sus pies, las lámparas de cristal, el aire fresco que huele a rosas blancas... todo la abruma.
Y no puede evitar pensar en Marcus.
Si supiera dónde está en este preciso instante, si pudiera verla cruzando el umbral de la mansión de Luna Vega... probablemente estaría en el suelo, convulsionando de emoción.
El interior de la mansión es tan impresionante como el exterior.
Un recibidor amplio, de techos altos, coronado por una lámpara de cristal que parece flotar en el aire. El suelo de mármol pulido refleja la luz que entra a raudales por los ventanales. Cada detalle transmite una elegancia medida, sin ser ostentosa, pero innegablemente lujosa.
Selena apenas puede disimular su asombro. Ha visto fotos de casas de famosos en revistas, pero estar aquí, pisando ese suelo brillante, aspirando el perfume caro que impregna el ambiente... es otra cosa.
Luna, en cambio, se mueve con absoluta naturalidad. Camina delante de ella, deslizándose con esa seguridad que parece formar parte de su piel.
—Ven —dice, girándose apenas, como si la invitara a recorrer un lugar familiar.
Suben un par de escalones y atraviesan un pasillo decorado con cuadros modernos, piezas abstractas que parecen escogidas no solo por gusto, sino para provocar conversación.
Finalmente, entran en el salón principal. Un espacio abierto, con sofás de tonos claros, una mesa de madera oscura y una pared entera convertida en ventanal hacia el jardín.
—Siéntate —dice Luna, señalando uno de los sofás mientras se quita esa chaqueta tan característica de cuero que acostumbra a llevar.
Su tono es ligero, como si no estuviera llevando a una completa desconocida a su santuario más íntimo.
Selena obedece, aunque algo en ella permanece en tensión. Mira a Luna y, por primera vez desde que cruzaron la puerta, se atreve a soltarlo:
—¿Siempre invitas a extrañas a tu casa?
Luna arquea una ceja, divertida.
—¿Extraña? Después de nuestro acuerdo en el hotel, eres mi socia.
Jennifer aparece unos segundos después, impecable como siempre, con ese porte de control absoluto que parece envolverla como un aura. Trae una bandeja perfectamente equilibrada con dos vasos de agua mineral y un cuaderno cerrado de tapas negras, tan pulcro que parece un objeto de colección.
Selena la observa de reojo.
Hay algo en esa mujer que no encaja del todo en el rol de "asistente". Demasiado eficiente, demasiado presente, demasiado... necesaria. Su manera de anticiparse, de moverse sin ruido, transmite la sensación de que no existe detalle en la vida de Luna que escape a su control. Y lo que más la desconcierta es cómo la cantante parece calmarse siempre con su cercanía.
—Gracias, Jen —dice finalmente Luna con un gesto breve de la mano—. Pero ahora necesitamos privacidad.
Jennifer asiente y se retira hacia la puerta sin discutir, sin una mirada de más. Apenas la puerta se cierra, el salón queda cargado de un silencio denso.
Luna se gira hacia Selena con los ojos brillando de impaciencia.
—Bien. Aquí estamos —se inclina hacia adelante, apoyando ambos brazos sobre la mesa—. ¿Y ahora qué?
Selena arquea una ceja y se cruza de brazos.
—Eso digo yo. ¿Empezamos o no?
Una risa breve escapa de los labios de Luna, teñida de ironía.
—¿Cómo se supone que voy a enseñarte algo que ya no sé hacer? No hay un manual para esto, socia.
Selena aprieta la mandíbula.
—Al menos podrías orientarme un poco... ¿qué hacías normalmente para inspirarte?
Luna se queda pensativa. Demasiado pensativa. La verdadera respuesta quema en su garganta, pero no puede decirla. Ni alcohol, ni cigarrillos, ni esas noches interminables de excesos. No todavía.
—Escribo frases sueltas, pensamientos al azar... —miente—. Lo que me ronda la cabeza en ese momento.
Selena ladea la cabeza, incrédula.
—¿Solo eso?
—¿Por qué? ¿Esperabas una revelación divina? —replica Luna con una sonrisa desafiante.
—No —responde Selena, sin apartar la mirada—. Esperaba que me contaras la verdad.
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