Después de mí es una historia de amor, pero también de pérdida. De silencios impuestos, de sueños postergados y de una mujer que, después de tocar fondo, aprende a levantarse no por nadie, sino por ella.
Porque hay un momento en que no queda nada más…
Solo tu misma.
Y eso, a veces, es más que suficiente.
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CAPITULO 15
La cafetería estaba casi vacía, el aroma a café recién molido llenaba el aire. Valeria revolvía distraída su taza, sin mirar mucho a Martín, que la observaba con atención desde el otro lado de la mesa.
—Valeria… —empezó él, con cautela—. No quiero meterme donde no me llaman, pero tengo que preguntarte. ¿Quién era ese hombre con el que hablaste afuera de la universidad? Estaba en su carro… y cuando te vi hablar con él, tu cara cambió de inmediato. Te pusiste de malas. ¿Quién es?
Valeria respiró hondo, dejó la cucharita a un lado y lo miró fijamente. Sabía que tarde o temprano tendría que contarlo.
—Ese hombre… se llama Elías.
Martín levantó las cejas.
—¿Elías? ¿Un exnovio?
Valeria soltó una risa seca, sin humor.
—Ojalá hubiera sido solo eso. No, Martín… él es mi esposo.
Martín se quedó en silencio unos segundos, sorprendido.
—¿Tu esposo? —repitió, incrédulo.
Ella asintió, con un nudo en la garganta.
—Nos casamos muy jóvenes, a escondidas de todos. Yo tenía sueños, planes… quería ser médico desde que era una niña. Pero Elías… —su voz tembló— me convenció de dejarlo todo para dedicarme a ser su “esposa perfecta”.
Martín frunció el ceño, sin entender.
—¿Y lo fuiste?
Valeria bajó la mirada a la taza.
—No. Nunca fue suficiente. Mientras él crecía en su carrera, yo… me volví invisible. Ni siquiera su familia me reconocía como su esposa, porque él se encargaba de ocultarlo. Y mientras yo lo esperaba en casa, él iba a eventos con otras mujeres, como si estuviera soltero.
Martín apretó los puños, tratando de contenerse.
—Valeria…
Ella lo interrumpió, con los ojos brillosos.
—Lo peor es que yo lo permití, Martín. Me dejé anular, me creí sus promesas, sus excusas. Y ahora, que por fin me estoy recuperando, él aparece con esas palabras huecas de preocupación, como si de verdad le importara.
Martín se inclinó hacia adelante, serio, con una mezcla de rabia y ternura en la mirada.
—Ese hombre no merece ni un solo recuerdo tuyo, Valeria. Tú vales demasiado para seguir cargando con su sombra.
Valeria terminó de contar su historia, con un hilo de voz apenas audible. Martín la miraba serio, con el ceño fruncido y los labios apretados.
—Valeria —dijo finalmente, con firmeza—. Si Elías intenta buscarte otra vez, no te preocupes. Yo voy a estar ahí. Te prometo que no vas a estar sola.
Ella lo miró, sorprendida por la intensidad en su voz, pero no dijo nada. Solo asintió ligeramente.
Martín desvió la mirada hacia la puerta del café y su expresión cambió de repente.
—Espera… —susurró, observando a unos hombres en la acera, que parecían mirar hacia dentro con demasiado interés—. Creo que vienen por mí, pensó Elías solo para el
Martín se levantó y tomó su brazo con cuidado.
—Mejor vámonos de aquí. —su voz sonaba urgente pero controlada—. Si seguimos aquí, no llegaremos a tu cita con Julián. Y no se me olvida lo que me dijiste: tenemos que ver si estás mejorando con tu anemia.
Valeria lo miró, y no sospechaba nada, Martín mantenía la calma aparente.
—Está bien —dijo finalmente, confiando en él—. Vamos.
Salieron del café, y mientras caminaban rápido hacia la calle, Martín mantenía los ojos en todos los movimientos a su alrededor. Su instinto no le fallaba: algo extraño estaba pasando, y no dejaría que lo encuentren a él y menos que Valeria se vea involucrado en su problema de él también.
Martín llegó al hospital con Valeria, después de haber logrado perder a los hombres que los seguían en la calle. La tensión todavía estaba presente, pero al entrar al consultorio se sintió un alivio inmediato.
Julián, con su bata blanca y una sonrisa amable, los recibió.
—Valeria, vamos a revisar cómo vas —dijo, revisando los resultados y palpitaciones.
Después de unos minutos, levantó la cabeza y sonrió ampliamente.
—Todo está muy bien. Tu recuperación ha sido excelente, Valeria. Tu hemoglobina subió más rápido de lo que esperábamos. Muchas veces la recuperación es muy lenta, pero tú te recuperaste muy rápido. Tu hemoglobina está dentro del rango normal. Felicidades.
Valeria sonrió, aliviada, y Martín no pudo evitar mostrar su felicidad también.
—¡Por fin estás recuperada! —dijo él con entusiasmo—. Ahora ya no tendremos que comer sangrecita.
Julián lo miró con curiosidad y río suavemente.
—¿Pero tú por qué la comías?
Valeria respondió, un poco avergonzada.
—Lo que me enviase fue lo que me indicó el nutricionista… pero igual le hace bien a él también.
Martín se encogió de hombros, sonriendo con picardía.
—Es que soy el vecino de Valeria y casi siempre coincidimos a la hora de la comida. Ella siempre tenía que preparar sangrecita y cosas así, y yo también comía… incluso algo que no me gustaba. Como me da flojera cocinar, comía con ella. Además, compartimos los gastos cuando se trata de comida. Y en el caso de Valeria, no era bueno que ella comiera sola.
Julián soltó una carcajada ligera, mientras Valeria rodaba los ojos divertidos.
—Bueno, al menos alguien se beneficia de tu buena compañía —dijo Julián—. Pero sigue con la comida saludable, ambos. No se descuiden.
Martín asintió, feliz de verla recuperada y de poder acompañarla, mientras Valeria respiraba aliviada, sabiendo que tenía un aliado confiable a su lado.
Después de eso Martín y Valeria salieron del hospital con sonrisas auténticas. La noticia de su recuperación les devolvió un aire de ligereza que hacía tiempo no sentían. El sol de la tarde caía cálido, en semanas, Valeria caminaba sin sentir ese cansancio constante que la había acompañado.
—Me alegra tanto verte así, Valeria —dijo Martín mientras se alcanzaba su caco para subirse a la moto —. Te lo mereces.
—Gracias, Martín —respondió ella con sinceridad—. Tú también has sido parte de esto.
El trayecto de regreso lo pasaron entre bromas y recuerdos ligeros, como si ambos intentaran aferrarse a ese momento de calma. Al llegar al edificio, subieron juntos las escaleras, intercambiaron una sonrisa y cada uno se dirigió a su puerta.
—Nos vemos mañana, vecina —dijo Martín, levantando la mano con un gesto amistoso.
—Nos vemos, Martín —contestó Valeria, antes de entrar a su hogar.
Dentro de su departamento, Martín soltó un suspiro y se dejó caer en el sofá. Apenas encendió la luz, sacó su celular y marcó de inmediato el número de su mejor amigo. Había pasado demasiado tiempo sin contarle lo que ocurría. Cuando al fin escuchó su voz al otro lado de la línea, no pudo contenerse.
—Hermano, no sabes lo que me ha pasado este último mes… —comenzó, y su tono mezclaba incredulidad y desahogo—. Si te contara, no me lo creerías.
Mientras tanto, en el departamento contiguo, Valeria empujó la puerta y lo primero que vio fue a Renata, su adorada amiga, sentada en el sofá con los brazos cruzados y una sonrisa traviesa.
—¿Así que vas al hospital y no me avisas? —dijo Renata, levantándose para abrazarla.
Valeria soltó una carcajada emocionada, y sin pensarlo corrió hacia ella.
—¡Renata! —exclamó, rodeándola con los brazos—. No sabes lo feliz que estoy de verte aquí.
Conversación entre Martin y Gabriel (su amigo)
—¿Recuerdas que te conté de Valeria, mi vecina?
—Sí, claro —respondió Gabriel con rapidez—. ¿Qué pasa con ella?
—Hoy estuve con ella en una cafetería —continuó Martín—, y me di cuenta de que unos tipos nos estaban observando. No era mi imaginación, incluso nos siguieron un buen rato. Por suerte soy muy bueno conduciendo y pude despistarlos, pero… —hizo una pausa breve, bajando la voz—, Gabriel, ¿qué voy a hacer si mi padre ya dio conmigo?
Del otro lado de la línea hubo silencio unos segundos.
—¿Estás seguro de que eran sus hombres? —preguntó Gabriel con cautela.
—Los reconocería, aunque se disfrazaran —respondió Martín con firmeza—. Han trabajado para él demasiado tiempo y los conozco desde que tengo uso de razón
Se dejó caer sobre la cama, apretando el celular contra su oído.
—Me gusta la vida que llevo ahora, ¿me entiendes? No quiero regresar a mi vida anterior. No quiero volver a ser el hijo obediente de un hombre que me controlaba hasta la respiración.
Gabriel suspiró, y su tono cambió a uno más serio:
—Entonces tienes que moverte con cuidado. Si ya encontraron tu rastro, no se van a detener. Y Valeria… Martín, si ella está cerca de ti, también estará en la mira de tu padre.
por dar y no recibir uno se olvida de uno uno se tiene que recontra a si mismo