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El Eco De Tu Nombre

El Eco De Tu Nombre

Status: En proceso
Genre:La Vida Después del Adiós / Reencuentro
Popularitas:4.3k
Nilai: 5
nombre de autor: Tintared

Un giro inesperado en el destino de Elean, creía tener su vida resuelta, con amistades sólidas y un camino claro.
Sin embargo, el destino, caprichoso y enigmático estaba a punto de desvelar que redefiniria su existencia. Lo que parecían lazos inquebrantables de amistad pronto revelarian una fina línea difuminada con el amor, un cruce que Elean nunca anticipo.
La decisión de Elean de emprender un nuevo rumbo y transformar su vida desencadenó una serie de eventos que desenmascararon la fachada de su realidad.
Los celos, los engaños, las mentiras cuidadosamente guardadas y los secretos más profundos comenzaron a emerger de las sombras.
Cada paso hacia su nueva vida lo alejaba del espejismo en el que había vivido, acercándolo a una verdad demoledora que amenazaba con desmoronar todo lo que consideraba real.
El amor y la amistad, conceptos que una vez le parecieron tan claros, se entrelazan en una completa red de emociones y revelaciones.

NovelToon tiene autorización de Tintared para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Prohibida tentación.

Doña Meche se despidió con un arrastrar de pies, la sombra de su cansancio y somnolencia cerniéndose en el umbral antes de que la puerta se cerrara con un eco lúgubre. Apenas el cerrojo hizo clic, me precipité hacia Carter, quien yacía sumida en un sueño que parecía demasiado profundo, demasiado pacífico.

Su figura se desdibujó en el pasillo, dejándome solo con mis pensamientos, con el peso de Carter en mi cama y la cruda verdad de mis errores.

Un escalofrío me recorrió al ver su vestido, empapado por las toallas; una mancha oscura y húmeda se extendía por su espalda.

La preocupación me invadió como una corriente fría. Podría enfermar gravemente.

Encendí la calefacción, esperando que el calor desterrara el frío que ya sentía en el ambiente.

Del clóset, saqué una pijama nueva, una prenda suave que, en otras circunstancias, habría sido un simple detalle. Pero ahora, se sentía como una misión urgente, un acto de desesperación contra el frío inclemente que amenazaba con atraparla.

"No puedo dejarla así", me repetí, la frase un mantra en mi mente.

"Después de todo, somos amigos".

"Bien, aquí vamos...", susurré, mi voz apenas audible en el silencio tenso.

"Carter, necesito que me ayudes", le dije, intentando sonar firme, pero con un matiz de súplica.

Sus ojos se abrieron apenas una rendija, un destello fugaz de conciencia antes de volver a cerrarse, como si la realidad fuera una carga demasiado pesada para su letargo.

"¡Vamos, Carter, necesito que me ayudes!", insistí, mi voz elevándose con la frustración.

"¡Debo ponerte estos pantalones, ¿sí?!"

No hubo respuesta, solo el peso inerte de su cuerpo.

"¡Carter, no me estás ayudando en nada!", exclamé, la exasperación punzándome.

"¡No puedo dejarte así!"

Un suspiro gutural escapó de mis labios. "¡Aj! Esto es... es como vestir a un bebé", murmuré, la impotencia mezclándose con la urgencia en cada palabra.

El reloj avanzaba, y cada segundo que pasaba, el riesgo de que la enfermedad se apoderara de ella aumentaba.

 La noche se sentía más larga, más fría, y yo, contra el tiempo, intentaba librar una batalla silenciosa contra la inercia del sueño.

Tomé cada uno de sus pies, sintiendo la piel increíblemente suave bajo mis dedos, una suavidad que, extrañamente, hacía que mis manos se volvieran torpes, inútiles para la tarea más sencilla.

Intenté introducirlos en la pernera del pantalón, pero era como luchar contra una fuerza invisible.

"¡Maldición, esto es imposible!", la frustración estalló en un susurro áspero.

Dejé el cigarrillo a un lado, su humo efímero disipándose como mi paciencia. Lentamente, con una precisión que se sentía agónica, comencé a subir la tela por sus piernas. Cada milímetro era una tortura, un avance lento y doloroso que me acercaba a la cadera, a ese punto donde la intimidad se volvía un campo minado.

Ella se encogió, una pequeña figura asustada en la penumbra. Intentó empujarme, un vano intento de defensa que solo revelaba su vulnerabilidad, su incapacidad para luchar contra la situación.

"Deja de patear o terminarás quemándote", mi voz sonó más dura de lo que pretendía, una advertencia brusca.

 Intentó levantarse, pero su cuerpo la traicionó, colapsando de nuevo, la confusión grabada en su rostro.

El sudor comenzó a perlar mi frente, frío y pegajoso. Con un nudo en el estómago, tomé sus piernas de nuevo, dispuesto a terminar esto.

Subir el pantalón, levantar su cadera, se convirtió en el acto más difícil que había realizado en mi vida, una batalla contra mi propia moral, contra la conciencia que gritaba. Ella se resistía, a pesar de que sus ojos ya me habían reconocido.

"No puedo seguir así...", el murmullo se ahogó en mi garganta, una confesión de derrota.

"Solo estoy ayudándote, deja de moverte", mi voz era apenas un suspiro, un ruego.

Con una delicadeza extrema, casi reverente, deslicé mi brazo por debajo de ella, atrayéndola hacia mí. Sus ojos se fijaron en los míos, y en esa mirada, vi un destello de reconocimiento, una chispa que encendió una esperanza diminuta.

Su cabeza encontró refugio en mi hombro, y el aliento cálido en mi cuello me inquietó, una sensación que me recorrió la piel. La aparté un poco, solo un instante, y ella me regaló una sonrisa, una curva dulce en sus labios que me desarmó. Volvió a acomodar su cabeza en mi cuello, su cuerpo caliente irradiando una calma inesperada.

La mantuve así, abrazada a mí, durante unos minutos que parecieron una eternidad. Sentía la curva de su espalda bajo mis manos, cada pequeña respiración, cada imperceptible movimiento.

Mi corazón comenzó a latir con una furia desbocada, un tambor impetuoso que amenazaba con saltar de mi pecho en cualquier instante. Sentí un temblor incontrolable recorrer mi cuerpo, y mis manos en su espalda, esas mismas manos que antes habían sido torpes, ahora temblaban como nunca en mi vida, no por la torpeza, sino por la abrumadora mezcla de emociones que me inundaban.

"Esto es más que inmoral. No puedo seguir así", mi voz apenas un susurro ahogado por la creciente desesperación. Grite el nombre de doña Meche una y otra vez, cada llamada resonando con la urgencia de mi pánico. Los minutos que tardó en aparecer se estiraron hasta la eternidad, cada tic del reloj una condena. Cuando finalmente irrumpió en la habitación y su

mirada captó la escena, una risa inevitable brotó de sus labios al ver mi rostro, pálido y sudoroso.

"Está empapada", murmure, la pequeña figura

temblando bajo el peso del agua.

"No se preocupe, joven. Es pequeña, no será difícil", la voz de doña Meche fue un ancla en medio de mi tormenta, aunque sus palabras apenas registraban en mi mente.

La recosté con una lentitud tortuosa, cada movimiento una lucha contra mis propios nervios. Pero en el instante en que su cuerpo tocó la cama, su ropa interior, empapada y adherida a su piel, quedó expuesta.

Fue como si un volcán hiciera erupción dentro de mí. Mi cara ardió, el calor subiendo desde el cuello hasta la raíz del cabello, tiñéndome de un rojo furioso. Sin pensarlo, sin un gramo de control, la solté.

Doña Meche intentó atraparla, sus manos extendiéndose en un gesto inútil. Con un leve golpe, Carter cayó de nuevo sobre la cama, como un muñeco de trapo, y el sonido reverberó en el silencio, un eco de mi imperdonable error.

El golpe sordo de su pequeño cuerpo contra el colchón fue un puñetazo directo a mi conciencia. Doña Meche, con una agilidad sorprendente para su edad, se agachó de inmediato, levantandola con la delicadeza con la que se sostiene una pluma. Mi torpeza, mi pánico irracional, la había dejado caer como si fuera un bulto sin importancia. La vergüenza me invadió, un calor distinto al de la excitación, uno que me quemaba desde adentro.

"Joven, ¡cuidado!", la reprimenda de doña Meche fue suave, pero sus ojos, fijos en los míos, hablaban de una desaprobación silenciosa que me incomodó más que cualquier grito.

"Está bien, está bien. Solo fue un susto, mi niña". Acarició el cabello húmedo de Carter, quien, ajena a mi tormento, sollozó débilmente antes de acurrucarse contra el pecho de la mujer.

Me quedé inmóvil, observando cómo doña Meche se encargaba de todo. Con movimientos expertos, le quitó la ropa mojada, la envolvió en una toalla suave y limpia, y luego la arropó cuidadosamente en la cama. Cada acción suya era un reproche silencioso a mi propia ineptitud, a mi falta de control. La visión de Carter, tan vulnerable y pequeña, dormida pacíficamente, solo acentuaba el peso de mi dilema. Esto era mucho más que una niña mojada; era una línea que temía haber cruzado, o que estaba peligrosamente cerca de cruzar. Y la idea me carcomía.

"Ahora sí descansará tranquila", la voz de doña Meche se deslizó por la habitación como una brisa tenue, un contraste brutal con la tempestad que rugía dentro de mí.

Carter solo pudo asentir, sus pequeños párpados ya rendidos al sueño, ajena a la tormenta que acababa de desatar con su inocente presencia.

Me recargue en la pared mirando hacia la ventana, mi postura era firme, nada había cambiado, sería yo quien cuidaría de ella. Con un último vistazo cargado de sabiduría, doña Meche se desvaneció por la puerta, dejándome varado por elección en una isla de silencio y culpa.

Cubrí a Carter con otra sábana, un intento desesperado por erigir una barrera entre nosotros, entre mis ojos y la visión que me atormentaba. Pero mi mirada, traicionera, se fijó en los botones desabrochados de su pijama. Su cuerpo, tan frágil y delicado, la silueta de su cintura marcada, una curvatura perfecta que me atraía con una fuerza gravitacional. Era una imagen de una belleza inmaculada, y mi corazón, lejos de encontrar calma, latía a un ritmo frenético, un tamborileo ensordecedor que clamaba por algo que no debía.

Esos últimos dos botones, sueltos, eran un eco de la prisa de doña Meche. Mis dedos, torpes y temblorosos, se movieron para abrocharlos. Cada toque era una descarga. Al llegar a la altura de su ombligo, mis manos se detuvieron, paralizadas, hechizadas por el suave roce de su piel. Un escalofrío perceptible la recorrió, y fui testigo de cómo su piel se erizaba. Mi atención quedó anclada en su diminuta cintura, una tentación sutil, casi imperceptible, pero para mí, un abismo.

El mismo escalofrío, frío y punzante, me atravesó el cuerpo, y un sudor gélido resbaló por mi frente. La confluencia de estas sensaciones me había dejado completamente aturdido, flotando en un mar de confusión y deseo prohibido. Tragué saliva, sintiendo el nudo en mi garganta, y fijé mis ojos en la ventana, buscando un escape, una distracción. Pero la imagen de su inocencia se había grabado a fuego en mi retina, dejándome incrédulo y avergonzado de la oscuridad que se gestaba en mi interior.

Terminé de abrochar los botones, mis movimientos mecánicos. La pijama, tan suave y tierna, la envolvía como un capullo. Ella, tan dulce y ajena a la batalla que se libraba en mi alma. ¿Cómo podía la inocencia más pura desatar una tormenta tan devastadora en el corazón de un hombre? La pregunta resonaba, sin respuesta, mientras la noche avanzaba, cargada de un silencio que gritaba.

El silencio de la habitación era un lienzo sobre el que mi mente pintaba los escenarios más retorcidos. El demonio, ese susurrante habitante de mi psique, no cesaba. Me mostraba imágenes, una y otra vez, de esos labios. Podía casi sentir su suavidad, la presión. Cada fantasía era un martillo golpeando mi conciencia, recordándome la línea delgada que separaba la cordura de la locura, el bien del mal.

No, no podía. Mi cuerpo temblaba con la negación, una negación que sonaba hueca incluso para mis propios oídos. ¿Qué clase de hombre era yo para siquiera concebir tal cosa? Ella era… inocencia. Y yo, en esta oscuridad, era la personificación de todo lo que la mancharía. Era una batalla campal en mi interior: la bestia que quería tomar, y el eco de la moralidad que, aunque débil, aún luchaba.

La urgencia crecía, una marea que amenazaba con arrastrarme. La idea de que estaba aquí, en mi cama, vulnerable, hacía que cada fibra de mi ser gritara. No era solo un beso; era la rendición, el primer paso hacia un abismo del que sabía que no habría retorno. Y la parte más aterradora era que, a pesar de todo, una parte de mí, esa parte oscura y latente, quería dar ese paso.

La lucha era feroz, y mi alma, en este ring invisible, podría poner fin a este tormento ahora mismo, extinguir esta llama antes de que me consumiera. O, por el contrario, sucumbir a la tentación, dejarme arrastrar por esta marea y convertirme en un adicto a ella, a su sola presencia, a la idea de lo que podría ser. Cualquiera que fuera el camino, la agonía de la espera era insoportable.

¿Por qué le daba tantas vueltas?

Sería solo un beso, un mísero instante robado al tiempo, que calmaría esta fantasía que se había arraigado en lo más profundo de mi ser.

Sin testigos que juzgaran, sin promesas que se hicieran añicos, sin el peso de un recuerdo que la persiguiera.

Un beso que acallara esta tormenta en mi cabeza.

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Gabriel García
buena novela muy bien escrita
Kio Hernández
autora por favor suba más capítulos 🥺
Angélica Hernandez
se va con otras para olvidar a la que ama
Dani Ela
los celos siempre hechan a perder las amistades
Kio Hernández
me preguntó si no estará realmente enamorado de Nelly porque del amor al odió
Kio Hernández
que diálogo tan intenso me encanta
Secreto M
tenía que ser hombre tiene miedo al amor verdadero
Secreto M
la chica celosa es bien tóxica
Alexxa Ela
pobrecito prefiere una aventura al verdadero amor 😔
Shi Shin Garcia
me gusta mucho la novela por qué habla de valores que hoy en día se han perdido
Shi Shin Garcia
con ésas amigas para que queremos enemigas
Alexxa Ela
me está gustando mucho
Dani Ela
celos maldetos celos jajaja
Dani Hernández
no nacimos para echar raíces me encanta la villana es tan divertida
Dani Hernández
que emoción ya que pasé algo entré ellos
Michael Porta
me está gustando la trama
Dani Ela
con cada capítulo más me enamoro de Elan
Dani Ela
que barbaridad como pudieron hacerle eso a Cárter lo bueno es que Elan la salva
Dani Ela
ojalá no tarde en subir los capítulos como en otras novelas
Dani Ela
desde el principio se nota que va a ver mucha acción ojalá no me equivoque
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