¿Qué harías si el personaje que creaste se materializa en tu habitación? bueno eso mismo le paso a nuestra querida Arianna... quien aun no sé explica como es que eso sucedió.
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capítulo 16
La luz del sol entraba a raudales por las ventanas del departamento cuando un gemido lastimero rompió el silencio de la sala. Mauricio entreabrió los ojos con dificultad, sintiendo la boca seca como papel, el estómago revuelto y un tambor retumbando en su cabeza. Parpadeó varias veces y trató de incorporarse… sin éxito.
—¿Dónde... estoy? —murmuró con la voz rasposa.
La respuesta no tardó. Unas pisadas se aproximaban firmes por el pasillo y, segundos después, Arianna apareció en la sala, con el cabello aún húmedo cayendo en ondas sobre su espalda y una bata de satén anudada a la cintura. Sus ojos fulminaban.
—¡Por fin despiertas! —exclamó con tono seco.
Mauricio parpadeó y la observó desorientado, sin poder evitar notar que se veía... impresionante, incluso molesta. Trató de incorporarse, pero una punzada aguda en la cabeza lo obligó a llevarse la mano a la sien.
—Agh... ¿sabes qué me pasó anoche? Siento que la cabeza me explota...
Sus dedos recorrieron su cuero cabelludo hasta que toparon con un pequeño bulto inflamado.
—¿Acaso me caí?
—Sí —respondió Arianna, cruzándose de brazos—. Y muy fuerte. Quisiste irte tambaleando por las escaleras y rodaste como saco de papas. Tuvimos que subirte nuevamente. No soy una desalmada, no iba a dejarte tirado afuera con esa borrachera.
Mauricio intentó procesar la información, pero su atención se desvió cuando algo —o mejor dicho, alguien— apareció en su campo de visión.
Caleb caminaba tranquilamente hacia la cocina, el cabello aún mojado peinado hacia atrás, con una camisa blanca entreabierta que dejaba ver su torso definido y un pantalón de vestir oscuro que se ajustaba perfectamente a su figura. Avanzaba descalzo, con un aire relajado y despreocupado, como si aquella fuera su casa. Al notar la mirada atónita de Mauricio, Caleb sonrió con calma y comenzó a abotonarse la camisa lentamente, uno a uno, como si estuviera en una pasarela y no en una sala de tensión post-borracheril.
Arianna también lo miró por un segundo, algo desconcertada, olvidando momentáneamente la reprimenda que tenía preparada.
Mauricio notó el cambio en su expresión y frunció el ceño.
—¿Quién...?
—Ah —Arianna parpadeó, recuperando el hilo—. Nada. Como decía... lo que pasó anoche fue un desastre. No sé qué se te cruzó por la cabeza viniendo aquí en ese estado.
—Yo... no sé cómo llegué —repitió Mauricio, rascándose la nuca, todavía confuso—. Solo recuerdo que… estaba molesto, y luego bebí… y después...
—Sí, ya me di cuenta —lo interrumpió ella, seca—. Estabas tan ebrio que intentaste entrar con TU llave sin siquiera tocar el timbre. ¿Sabes lo peligroso que pudo haber sido eso?
—¿Mi llave? —repitió, mirando su pantalón en busca de ella—. Espera... ¿todavía la tengo?
—No por mucho tiempo —dijo Arianna, extendiendo la mano con la palma abierta—. Devuélvemela, Mauricio.
Mauricio dudó un momento, visiblemente incómodo, pero finalmente sacó el llavero de su bolsillo y lo depositó en su mano. Sus ojos vagaron nuevamente hacia Caleb, quien ahora preparaba café como si llevara años viviendo ahí. Silbaba una melodía suave mientras servía dos tazas.
—¿Quieres café, cariño? —preguntó Caleb con voz serena, dirigiéndose a Arianna sin mirarlo a él.
—Claro —respondió ella, fingiendo naturalidad, aunque un leve rubor le coloreó las mejillas.
Mauricio los observaba sin poder creerlo. La escena frente a él parecía una postal de pareja consolidada: desayuno, rutina compartida, complicidad tácita.
—¿Entonces... él se quedó a dormir? —preguntó sin poder evitarlo, señalando a Caleb.
—¿Tú también —respondió Caleb antes de que Arianna hablara—, aunque con menos estilo, y sin consentimiento.
Mauricio se atragantó con su propia saliva, pero Caleb solo le dedicó una mirada ladeada, provocativa, como si quisiera decirle sin palabras: “Yo sí pertenezco aquí.”
Arianna suspiró.
—Mira, Mauricio. No quise que esto terminara así, pero lo hiciste inevitable. El comunicado, la ruptura, todo fue mi forma de protegerme. Lo que tú llamas un ‘desliz’ para mí fue una traición. Yo nunca miré a nadie más mientras estuvimos juntos.
—Lo sé... —dijo él bajando la cabeza, avergonzado.
—Y no puedes simplemente aparecer en mi puerta, intentar entrar como si nada, como si esto aún fuera tu espacio. Ya no lo es.
Mauricio bajó la mirada al suelo. A pesar de su dolor de cabeza, su chichón, su confusión… entendía. No tenía derecho a reclamar nada.
—Lo siento —murmuró.
—Yo también —respondió Arianna con suavidad—. Ahora que estás mejor y me devolviste las llaves, te pido que no regreses. Esto… no está bien para ninguno de los dos.
Mauricio asintió, y se levantó con torpeza. Al dar el primer paso tambaleó un poco y Caleb se acercó como si fuera a ayudarlo, pero en lugar de ofrecerle una mano, le dio una suave palmadita en el hombro.
—Cuídate la cabeza… parece que rodaste bastante —dijo con tono amistoso, aunque con una chispa burlona en los ojos.
Mauricio lo miró de reojo, sabiendo perfectamente que no había caído solo por las escaleras, pero prefirió no decir nada.
Se dirigió a la puerta, abrió y antes de salir, se detuvo un segundo.
—Adiós, Arianna.
Ella asintió con una media sonrisa.
—Adiós, Mauricio.
Y sin más, se fue.
Cuando la puerta se cerró, el silencio volvió por un instante. Arianna se quedó mirando las llaves que acababa de recuperar con un suspiro. Entonces Caleb se acercó, le tendió su taza de café y dijo:
—Admito que me excedí un poco anoche… pero al menos no lo maté.
Arianna soltó una carcajada inesperada y negó con la cabeza.
—Podrías haberte contenido un poco... aunque admito que fue una entrada bastante dramática.
—¿Y ahora qué sigue? —preguntó él, tomando un sorbo.
—Ahora… —ella lo miró de arriba abajo, notando aún cómo la camisa marcaba su figura— me das una explicación de por qué saliste tan... “arreglado” esta mañana.
Caleb levantó una ceja con una sonrisa de medio lado.
—¿Acaso no estoy cortejando a una dama moderna?
Arianna rió de nuevo.
—Sigues con eso del cortejo…
—Claro. Ya te dije que soy anticuado —respondió él, llevándose la taza a los labios mientras la miraba con diversión.
Y así, la mañana continuó, con café, bromas y un ambiente mucho más relajado. Aunque nadie lo decía en voz alta, ambos sabían que, después de esa noche, algo había cambiado entre ellos. Solo quedaba ver hasta dónde los llevaría ese juego que, sin querer, ya no parecía tan ficticio.
Gracias por esto...
La Felicito Autora.