Ángeles Y Demonios 2 La Sombra De La Verdad

   Un día antes del inicio del diluvio

Primera advertencia.

Alexa

Mi cuerpo se estremece con el ruido que genera el motor del auto de Axel bajo nosotros. Mis ojos están fijos en lo que hace mi hermano, mientras mis oídos están absortos en lo que me está diciendo. Anoto cada cosa que hace y dice, y las ganas de tener mi propio auto se incrementan con cada instante que pasa.

Axel baja la capota del carro y la brisa de la mañana nos golpea el rostro. El cabello se me sacude, pero no me importa; solo dejo que mis manos se agiten en el aire cuando Axel enciende la radio, dejando sonar las notas de "Sen Başkasın". Su gusto por este tipo de música ha sido desde que papá nos llevó a Turquía de vacaciones, y cada vez que la escucho, me transporta a esos momentos felices.

Mi hermano comienza a tararear las letras de la canción, y yo disfruto de escucharlo.

Unos minutos después, la estructura de la empresa familiar queda a la vista, alzándose como un gigante en medio de la ciudad. La letra "A" tallada en acero resplandece en la entrada del edificio, un símbolo de nuestro legado.

Axel detiene el auto, y Aithana lo hace detrás de nosotros. Las camionetas con los de seguridad se estacionan junto a cada auto, creando un ambiente de seriedad que contrasta con la alegría de esta mañana.

—¿Puedo quedarme con Aithana? —pregunto, y la castaña de labios rojos niega rápidamente.

—No, pequeño diablillo —suelta, con una sonrisa burlona—. Yo tengo trabajo que hacer y tú no sabes quedarte callada ni dejar las manos quietas.

Tuerso el gesto y ambos se ríen.

—Qué cruel.

—Tranquila, Alexa, puedes venir a mi oficina, o en su defecto, ir a la sala de juntas que estará desocupada —me dice Axel con cariño.

—Por eso eres mi trillizo favorito —me cuelgo de su cuello y beso su mejilla, bajo la mirada burlona de Aithana.

Apenas son las diez de la mañana, y el aburrimiento está acabando conmigo. En menos de tres horas, le he dado más de diez vueltas a toda la empresa.

Le hago una seña al hombre de traje que está en la puerta de la sala de juntas donde estoy, y este no tarda en acercarse.

—¿Podrías encontrarme una baraja de cartas, por favor? —le pido, y asiente antes de darse la vuelta y salir.

En menos de cinco minutos regresa con una caja de

cartas y la deja sobre la mesa frente a mí.

—¡Muy bien! —digo con entusiasmo, sacando las cartas.

—¿Necesita algo más? —pregunta, con una expresión de confusión.

—Por supuesto, necesito que te sientes y seas un excelente contrincante, por favor —digo, y él frunce el ceño como si no me entendiera.

—¿Qué?

—No puedo hacer tal cosa, señorita, yo...

—Tú estás trabajando, lo sé —lo interrumpo—, pero estamos seguros aquí, nadie se atreverá a entrar. Además, estoy muy aburrida y mis hermanos están ocupados. Cuando me aburro demasiado, me suelen dar ciertas crisis y...

—De acuerdo, señorita —dice al fin, y no puedo ocultar la sonrisa que me provoca haberme salido una vez más con la mía, un buen truco que llevo años aplicando y que siempre da frutos.

Comenzamos a jugar y, de inmediato, me siento mejor. A medida que avanza la partida, Elias comienza a relajarse un poco más. Es algo que debería hacer siempre; no tiene más de 25 años, y estar amargado todo el día no le ayuda en nada.

El hombre de ojos oscuros frente a mí medio celebra cuando me gana la primera partida.

—¡Quiero revancha! —dejo claro, y él acepta.

La hora siguiente la pasamos jugando, hasta que las puertas se abren y deja ver a mi otro guardia, Oziel.

—¿Qué haces? —le pregunta a Elias, quien se pone de pie de inmediato, como si lo que hacía fuera un delito.

—Lo siento, Oziel —se le nota el respeto que le tiene al otro hombre, que parece de la edad de papá más o menos.

—Hey, hey, relájense los dos —les pido—. No es un delito sentirse.

—Pero no es bien visto hacerlo con la persona para la que trabajas —me dice el hombre rubio.

—Trabajan para papá —les recuerdo—, así que conmigo pueden dejarse de formalidades.

—Lo siento, señorita, pero no creo que sea adecuado.

—Mi hermana tiene razón —la voz de Axel llega de repente.

Me giro hacia él y termina de cruzar el umbral de la puerta.

—Intenten relajarse un poco —dice mi hermano con una sonrisa amable—. Además, es lo menos que pueden hacer cuando se trata de cuidar a esta cabezota —lo que dice nos hace reír.

—De acuerdo, joven —dice Oziel, con un tono más relajado.

—Perfecto —mi hermano le da dos palmadas en la espalda y le sonríe, un rasgo tan propio de él.

Axel me dice que ya es hora de comer, así que ambos nos dirigimos al restaurante que hay cerca de la empresa. Somos solo los dos, ya que cuando pensábamos ir por Aithana, Jared apareció llevando bolsas de comida.

Comimos degustando la rica comida que siempre pedíamos cuando veníamos aquí, y para cuando terminamos, era justo la hora en la que se supone debería volver a casa por el día de hoy del instituto.

—¿Quieres que te lleve a casa? —pregunta Axel.

—Puedo irme con los guardias, hermano. No quiero seguir quitándote el tiempo —soy sincera, pero él me mira mal.

—No me quitas el tiempo, Alexa —me gruñe—. Soy el más feliz de poder pasar todo el rato que sea posible con ustedes.

—Lo se guapo —tomo sus manos por encima de la mesa—, pero no quiero que te disgustes con papá, así que me iré ahorita con los choferes y así papá no sospechará —le guiño un ojo y él sonríe.

—Vale, pero no quiero que vuelvas a decir algo como lo de ahorita.

—Prometido —le ofrezco el meñique para cerrar esta promesa, y él se ríe.

La camioneta se estaciona frente a la villa. El auto de la tía Tamara y la tía Lauren aún están aquí, lo que indica que siguen adentro con mamá.

Oziel me abre la puerta para que baje, le doy las gracias y me adentro en la casa.

Al abrir la puerta principal, en medio del salón veo a las tres mujeres que me miran y sonríen.

—¡Hola, mi pequeña! —me saluda mamá, y me acerco hasta ella para darle un beso—. ¿Cómo estuvieron las clases?

—Muy bien, mamá, como siempre —sonrío para que no note nada—. Ya he comido, así que me iré a la habitación, me daré una ducha y luego me acostaré un rato a leer —le digo, y ella asiente.

—De acuerdo, amor, en media tarde te llevaré un trozo de pastel —me asegura.

Me despido de las otras dos mujeres y sigo mi camino hacia las escaleras.

Me doy un baño de agua fría, y mientras conecto mi móvil al sistema de música para escuchar un poco mientras me ducho, comienzo a cantar. Pero la inspiración me dura poco cuando la música se apaga.

—¡Joder! —exclamo.

La música se detiene, cierro la llave de agua y me envuelvo en la toalla. El móvil está sobre el lavabo. Seco mis pies en la alfombra para no hacer desastre en el piso y lo cojo.

Es un mensaje el que me ha llegado; el número es desconocido.

Tardo un par de segundos en procesar lo que dice el texto:

"El juego ha comenzado, y tú has sido la primera en la lista de los que provocarán lágrimas de sangre en tu preciosa madre. Nos estaremos viendo, Alexa Al Jaramane."

Mis dedos se paralizan en la pantalla del móvil, mi piel se eriza y un escalofrío me recorre la columna. Es una advertencia, o mejor dicho... una amenaza.