En el corazón vibrante de Corea del Sur, donde las luces de neón se mezclan con templos ancestrales y algoritmos invisibles controlan emociones, dos jóvenes se encuentran por accidente… o por destino.
Jiwoo Han, un hacker ético perseguido por una corporación tecnológica corrupta, vive entre sombras y códigos. Sora Kim, una apasionada estudiante de arquitectura y fotógrafa urbana, captura con su lente un secreto que podría cambiar el país. Unidos por el peligro y separados por verdades ocultas, se embarcan en una aventura que los lleva desde los callejones de Bukchon hasta los rascacielos de Songdo, pasando por trenes bala, mercados nocturnos, templos milenarios y festivales de linternas.
Entre persecuciones, traiciones, y escenas de amor que desafían la lógica, Jiwoo y Sora descubren que el mayor sistema a hackear es el del corazón. ¿Puede el amor sobrevivir cuando la memoria se borra y el deseo se convierte en código?
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El festival de las linternas
La noche en Jinju parecía suspendida en un sueño que no quería despertar.
Miles de linternas flotaban sobre el río Namgang, cada una con un deseo escrito a mano, cada una con una luz temblorosa que parecía respirar. El festival era un espectáculo de belleza ancestral, pero este año tenía un brillo distinto: patrocinado por Daesan Tech, las emociones no solo se celebraban… se inducían.
Sora caminaba entre los puestos con una chaqueta ligera, el cabello suelto, los ojos abiertos como si intentara absorber cada detalle. Jiwoo la seguía en silencio, con una expresión que mezclaba asombro y contención. Habían llegado a Jinju huyendo del caos en Seúl, donde la filtración del Proyecto Namsan había desatado disturbios, rupturas, y una adicción colectiva a las emociones falsas.
—Es hermoso —dijo Sora, deteniéndose frente a un puente cubierto de linternas rojas.
—Sí —respondió Jiwoo mientras la miraba
Sora lo miró. Él no sonreía.
Jiwoo desvio la mirada hacia una pareja que se abrazaba junto al río. Sus rostros estaban iluminados por visores emocionales: dispositivos que inducían estados afectivos temporales. “Amor seguro”, decía el paquete. “Sin riesgo de rechazo.”
—La mitad de las personas aquí no están sintiendo. Están simulando.
Sora bajó la mirada. En Seúl, los visores se habían convertido en refugio. En Jinju, eran parte del espectáculo. La empresa detrás del sistema —Daesan Tech— había transformado el festival en una vitrina emocional. “Vive lo que no puedes sentir”, decía el eslogan proyectado sobre el agua.
Caminaron hasta una plataforma flotante donde se ofrecían linternas para soltar en el río. Sora escribió su deseo en silencio. Jiwoo lo hizo también. No se mostraron lo que habían escrito. Solo soltaron las linternas juntas, viendo cómo se alejaban entre reflejos dorados.
—¿Qué pusiste? —preguntó ella.
Jiwoo dudó. Luego respondió.
—“Que la verdad no me destruya.”
Sora lo miró. Su expresión se volvió más suave.
—Yo puse: “Que lo que siento no sea una réplica.”
La música cambió. Un grupo de músicos tradicionales comenzó a tocar haegeum y janggu. Las linternas se elevaron en el cielo, guiadas por drones invisibles. El río parecía un espejo de estrellas.
Sora y Jiwoo se sentaron en una colchoneta junto al agua. Ella apoyó la cabeza en su hombro. Él la rodeó con el brazo. El silencio entre ellos era íntimo, pero cargado de vértices.
—Hay algo que necesito decirte —murmuró Jiwoo.
Sora levantó la mirada. Sus ojos brillaban bajo la luz de las linternas.
—¿Qué cosa?
Jiwoo tragó saliva. Su voz temblaba.
—Sobre mi familia, sobre quién soy…
Pero antes de que pudiera continuar, las pantallas gigantes del festival se encendieron. La música se detuvo. El río se volvió un espejo de silencio.
Una figura apareció en la transmisión: Kang Minjae, fundador y presidente de Daesan Tech. Su rostro, siempre pulcro, ahora tenía la solemnidad de una ceremonia.
—Queridos ciudadanos —dijo con voz grave—. En medio de la confusión emocional que nos ha sacudido, Daesan Tech reafirma su compromiso con el bienestar afectivo de todos. Esta noche, en el Festival de Jinju, anunciamos el lanzamiento de la versión 2.0 del Sistema Namsan.
La multitud aplaudió. Algunos lloraban. Otros se abrazaban. Sora se tensó.
—¿Versión 2.0?
La transmisión continuó.
—Y para que no haya dudas sobre la integridad de nuestro sistema, revelamos por primera vez la identidad de su creador original. El arquitecto del algoritmo base. Mi nieto: Jiwoo Kang.
Sora se congeló.
—No…
La pantalla mostró una imagen de Jiwoo, más joven, frente a una consola. Luego, una secuencia de código con su firma digital. La multitud en Jinju se volvió hacia ellos. Algunos con admiración. Otros con miedo.
Jiwoo no se movía. Su rostro estaba pálido. Sora lo miraba como si no pudiera reconocerlo.
—¿Es cierto?
Jiwoo la miro, sin poder hablar.
—¿Tú eres el nieto de Kang Minjae? ¿El dueño del sistema que manipula lo que sentimos?
—Sí —susurró él
Sora se levantó. La brisa movía su cabello. Las linternas seguían flotando. Pero algo en ella se había hundido.
—Entonces todo esto… ¿fue parte del sistema? ¿yo? ¿Yo…. tú eras quien me dabas las instrucciones todo este tiempo?
Jiwoo se acercó.
—No. Contigo no hubo código. Contigo hubo miedo. Y deseo. Y culpa. Todo lo que no puedo programar.
Sora cerró los ojos. La música volvió, pero ya no era dulce. Era punzante.
Sora caminó entre los puestos, entre las parejas inducidas, entre los niños que reían con emociones prestadas. El festival era hermoso. Pero también era una mentira. Y ahora, ella no sabía si su historia con Jiwoo era parte de esa mentira.
Jiwoo la seguía de cerca.
Entonces, el cielo se rompió.
Un zumbido grave descendió sobre el festival. Helicópteros negros, sin insignias, comenzaron a rodear el área. Luces blancas se encendieron, agentes descendieron por cables, armados, con visores tácticos.
—¡Sora Kim! ¡No se mueva!
La multitud gritó. Algunos corrieron. Otros grababan. Las linternas seguían flotando, ajenas al caos.
Sora giró. Jiwoo estaba de pie, con los brazos en alto, los ojos fijos en ella.
—Lo siento —dijo.
Y entonces, los rodearon.
El festival de las linternas se convirtió en una escena de captura. Y la verdad, finalmente, tenía rostro.