Bajo La Ley Del Silencio

Cuando Tae llegó a casa, el mundo ya no era el mismo. La verdad le había arrancado el suelo bajo los pies: el padre de Yeong, el hombre al que amaba, había sido el asesino del suyo. Con el corazón destrozado, tomó una decisión que nunca pensó considerar. Habló con su madre y su hermana. La oferta de trabajo en Tailandia, que antes había rechazado sin dudar, ahora se volvía su única salida. Le ofrecían casa, estabilidad… y distancia. Necesitaba alejarse. De Yeong. De todo. Porque por más que lo negara, Yeong llevaba en la sangre la herida que arruinó su vida.

Ya a decidido llamo a la firma de abogados que lo contrataría, quedaron en viajar esa misma noche.

Yeong por otro lado lo notó desde la primera llamada no contestada.

Al principio no se alarmó; Tae era ocupado, siempre corriendo de un lado a otro. Pero luego vinieron los mensajes sin respuesta, el silencio prolongado, y finalmente, el vacío absoluto. Ni un rastro. Ni una excusa.

Los días pasaron. Tres. Cuatro. Siete.

La mansión se sentía más grande, más hueca. La taza de té de Tae seguía sobre la encimera, aún con la marca de sus labios. Nadie se atrevía a tocarla.

Yeong se repetía que era una discusión mas. Que volvería. Que siempre volvía.

Pero en el fondo, algo ardía. Una sospecha. Una punzada de miedo.

Porque si Tae sabía la verdad... entonces, tal vez, no habría regreso.

Esperó.

Esperó hasta que el reloj dejó de tener sentido.

Hasta que el sonido del teléfono le rompía el alma de solo sonar... y luego no era él.

Hasta que decir su nombre se volvió un castigo.

Los meses pasaban y Yeong no sabía nada de Tae, ya se estaba rindiendo.

Ahora volvió a sumergirse en su mundo criminal. Pero está vez, más cruel, más impasible. Nadie volvió a ver en él un gesto de emoción. Se volvió casi una sombra, intocable, inhumano.

Su organización creció, se expandió por todo el país. El nombre "Seonho" era temido en toda corea. Pero su vida se volvió más vacía, más fría. Su casa estaba más silenciosa qué nunca. Desde que TAE se fue todo su brillo se fue con él.

Por otro lado cuando Tae llegó a Tailandia cayó en una profunda tristeza, acompañada de irá. No contra Yeong, sino contra ese hombre que arruinó todo. Toda la tristeza que tenía la convirtió en odio hacia las personas de ese mundo.

Su talento y su carácter lo hicieron sobresalir rápidamente. Fue endureciendo su visión al mundo, sin perder su humanidad. Dejo de ser ingenuo, se volvió firme, más fuerte.

En tres años se convirtió en uno de los abogados pensalistas más repestado del país. El gobierno lo nombró fiscal en una corte especial gracias a que en esos años atrapó a cada delincuente de ese país. Era temido por los criminales y admirado por los jueces.

Su vida iba de maravillas, su mamá y hermana estaban bien económicamente. Él era feliz atrapando a cada uno de esos criminales.

Pero apesar del exito que tenía, no sano del todo. Nunca volvió a enamorarse. Cada logro sabía a victoria vacía, por qué nunca pudo olvidar a Yeong.

Un día de la nada a Tae le llegó una invitación, más bien una súplica. Él gobierno Coreano quería que regresará al país para atrapar a tres grandes líderes.

Querían que atraparán a los líderes. Ryuuji , Salvatore... Y Seonho.

Tae no sabía que hacer el país le pedía que regresará, pero está vez tenía que volver a declarar la guerra a esos criminales. Entre ellos Yeong.

Tae no lo pensó mucho, hablo con su familia y decidió volver sólo. No quería involucrarlos en esta guerra.

Después de tres largos años regresa, Pero ya no como un niño inocente. Sino como una figura influyente. Su reputación lo precede.

El zumbido constante del aeropuerto se ve interrumpido por una ola de murmullos y flashes. Reporteros, cámaras y micrófonos se agolpan tras las vallas de seguridad, esperando. No es una celebridad, ni un político. Es alguien que se ha vuelto una figura pública en silencio: Tae Min-jun, el fiscal estrella que desapareció tres años atrás.

Una voz entre la multitud grita:

—¡Ahí está! ¡¡Es él!!

Las puertas automáticas se abren con un susurro. Tae aparece con una maleta negra y una postura que irradia confianza. Traje gris oscuro impecable, sin corbata, camisa blanca ligeramente desabotonada al cuello. Su rostro es sereno, pero sus ojos... fríos, determinados. Nada queda del joven idealista que partió.

Los flashes lo ciegan por un instante, pero no pestañea. Solo camina. Con paso firme.

—¡Fiscal Tae! —pregunta un reportero, empujando el micrófono—. ¿Por qué decidió regresar después de tres años?

—¿Es cierto que viene a liderar la unidad especial contra el crimen organizado?

—¿Es personal? ¿Tiene relación con los últimos movimientos del Clan Salvatore?

Tae se detiene. Mira directamente a una de las cámaras.

—He regresado porque este país necesita justicia. Y yo se la voy a dar.

El silencio dura un segundo... hasta que la multitud estalla con más preguntas. Pero Tae ya está caminando de nuevo, cruzando la puerta que lo llevará al coche del fiscal general. No mira atrás.

Lo único que lleva consigo, además de su maleta, es un expediente clasificado con un nombre en la portada:

Ji Yeong(Seonho)