Una mujer de mediana edad que de repente se da cuenta que lo ha perdido todo, momentos de tristeza que se mezclan con alegrias del pasado.
Un futuro incierto, un nuevo comienzo y la vida que hará de las suyas en el camino.
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Un intento fallido
Habían pasado ya quince días desde que Charles se había marchado y Alex se había ido a vivir con él. Al principio, la casa se sintió enorme, hueca, como si faltara algo más que un hijo. Extrañaba el sonido de su risa, sus discusiones tontas con Luana, su presencia fuerte y alegre que parecía llenar cada rincón.
Luana y yo intentábamos hacer de los días algo liviano, pero la ausencia de Alex flotaba en el aire, silenciosa y persistente.
Esa tarde, mientras cocinaba algo sencillo para la cena, escuché la puerta abrirse. Me asomé al pasillo y lo vi: Alex entró, con su mochila colgando de un hombro y una expresión cansada en el rostro. Sonreí de inmediato, dejando la cuchara en la olla para ir a abrazarlo.
—¡Mi amor! —dije, rodeándolo con los brazos. Él se dejó abrazar un momento más largo de lo habitual, como si necesitara llenarse de algo que había estado necesitando.
Nos sentamos en la mesa de la cocina. Luana bajó enseguida, emocionada de verlo. Se abrazaron en silencio, como solo los hermanos que se extrañan pueden hacerlo.
Cuando nos sentamos a comer, Alex no habló mucho. Respondía a nuestras preguntas con monosílabos, sonriendo a medias. Hasta que, después de un rato, dejó el tenedor sobre el plato y suspiró.
—Mamá… —me miró directo a los ojos —Allá con papá… no es como pensaba.
Me acomodé en la silla, dejándolo hablar.
—Él casi no está en casa. —bajó la vista —se la pasa trabajando o saliendo. A veces me despierto y ni siquiera está. Vuelve tarde… y yo… —se encogió de hombros —Me siento solo.
Sentí mi corazón romperse en partes pequeñas. Respiré hondo, tratando de mantenerme serena. No quería que se sintiera culpable por sus elecciones, no quería cargarlo con más peso del que ya llevaba.
—Mi amor —dije, estirando mi mano para tomar la suya —Eso es normal. Tu papá tiene otras responsabilidades, antes no te dabas cuenta porque estábamos nosotras. No es que no te quiera, estoy segura de que sí. Pero a veces, los adultos no sabemos organizarnos bien… y cometemos errores.
Él apretó mi mano con fuerza.
—Te extraño, las extraño a las dos—susurró, casi como si le costara admitirlo —Extraño esta casa, a Luana, a vos. Extraño saber que siempre hay alguien.
Mi voz se quebró un poco cuando respondí...
—Podés volver cuando quieras, Alex. Esta es tu casa, siempre lo va a ser. No importa dónde estés o lo que decidas, siempre vamos a estar acá para vos.
Él levantó la vista, y por primera vez en días, vi a mi hijo de dieciséis años bajar todas sus defensas. Asintió en silencio y, sin decir nada más, dejó su silla para abrazarme. Me apretó fuerte, como cuando era pequeño y tenía miedo de las tormentas.
Luana, que había estado callada hasta entonces, se acercó también. Nos abrazamos los tres, enredados en un mismo dolor y en un mismo amor.
Esa noche, Alex se quedó a dormir otra vez. Se acomodó en su vieja cama, en su vieja habitación, como si nunca se hubiera ido. Lo escuché desde el pasillo reírse bajito con Luana, contándose chismes, compartiendo secretos.
Y por primera vez en mucho tiempo, cuando me metí en la cama, sentí que, a pesar de todo, a pesar de las ausencias y de las heridas abiertas, la vida seguía latiendo en mi hogar.
La mañana que siguió se sintió como antes, tan perfecta, preparé el desayuno para mis hijos con más alegría de la que había estado teniendo días atrás. Y no era para menos tenía a las dos personas más importantes de mi vida a mi lado.
Estaba en la cocina, terminando de acomodar la loza, cuando mi celular vibró sobre la mesa. Vi el nombre en la pantalla y, por un segundo, dudé en contestar. Respiré hondo antes de deslizar el dedo y atender.
—¿Hola?
La voz de Charles sonó un poco forzada, como si buscara sonar casual pero no supiera cómo.
—Hola, Sam… ¿cómo estás?
Me apoyé en el respaldo de una silla, cruzándome de brazos.
—Bien —respondí escuetamente.
—Me dijo Alex que conseguiste empleo —comentó, en un claro intento por entablar conversación.
—Sí, por suerte fue rápido —respondí evitando dar explicaciones, no tenía porque dárselas. Él entendió.
—Quería preguntarte algo… —titubeó —estuve pensando en si podía llevar a los chicos un fin de semana a la playa. Pensé que les haría bien un cambio de aire, después de todo esto...
Cerré los ojos un segundo, buscando paciencia.
—Charles —dije, sin levantar la voz —no es a mí a quien debes preguntarle. Alex y Luana ya son lo suficientemente grandes como para decidir si quieren o no ir. Preguntáles a ellos.
Del otro lado del teléfono hubo un silencio corto, incómodo. Luego, escuché su intento de acercamiento, esa manera suya de buscar caminos a lo conocido.
—Me gustaría poder vernos y hablar ahora que estamos más tranquilos… Tú y yo.
Mi estómago se revolvió. Me tomé unos segundos antes de responder.
—No creo que sea buena idea—dije, firme —No quiero ni puedo hablar de nosotros ahora.
Charles guardó silencio. Era ese silencio que conocía bien, el que llenaba los espacios cuando él no quería o no sabía qué decir.
Aproveché la pausa para ir directo al punto que me quemaba por dentro.
—¿Pudiste solucionar tus cosas, Charles? —pregunté, casi en un susurro, aunque en el fondo ya sabía la respuesta.
Del otro lado hubo más silencio. Esa falta de palabras fue la única respuesta que necesité.
—Seguís viéndote con Annette, ¿verdad? —agregué, sin rabia, solo con una tristeza cansada. Había guardado la esperanza de que la hubiera dejado y...
Él no respondió. No hizo falta.
—Entonces no tiene sentido que quieras hablar de nosotros —concluí, tratando de mantener la voz firme. Sentí cómo se me cerraba un poco la garganta, pero no iba a llorar, no esta vez —Cuando quieras coordinar algo con los chicos, hablalo con ellos. Yo no voy a impedirles nada. Pero no los uses como excusa para intentar algo que no se puede.
Corté antes de que pudiera decir algo más. Dejé el celular sobre la mesa y apoyé las manos en la madera fría. Respiré hondo varias veces, mirando hacia la ventana como si afuera, entre los árboles movidos por el viento, pudiera encontrar la paz que adentro me era esquiva.
Cada vez me sentía más lejos de aquel hombre que había amado profundamente, el mismo que alguna vez, había sido mi hogar.
Seguiré leyendo
Gracias @Angel @azul