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ABRIENDO PLACERES EN EL EDIFICIO

ABRIENDO PLACERES EN EL EDIFICIO

Status: En proceso
Genre:Acción / Comedia / Aventura / Amor prohibido / Malentendidos / Poli amor
Popularitas:1k
Nilai: 5
nombre de autor: Cam D. Wilder

«En este edificio, las paredes escuchan, los pasillos conectan y las puertas esconden más de lo que revelan.»

Marta pensaba que mudarse al tercer piso sería el comienzo de una vida tranquila junto a Ernesto, su esposo trabajador y tradicional. Pero lo que no esperaba era encontrarse rodeada de vecinos que combinan el humor más disparatado con una dosis de sensualidad que desafía su estabilidad emocional.

En el cuarto piso vive Don Pepe, un jubilado convertido en vigilante del edificio, cuyas intenciones son tan transparentes como sus comentarios, aunque su esposa, María Alejandrina, lo tiene bajo constante vigilancia. Elvira, Virginia y Rosario, son unas chicas que entre risas, coqueteos y complicidades, crean malentendidos, situaciones cómicas y encuentros cargados de deseo.

«Abriendo Placeres en el Edificio» es una comedia erótica que promete hacerte reír, sonrojar y reflexionar sobre los inesperados giros de la vida, el deseo y el amor en su forma más hilarante y provocadora.

NovelToon tiene autorización de Cam D. Wilder para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Accidentes en la Fiesta

Intentando recuperar algo de dignidad, Rogelio dio un paso atrás, olvidando que en las fiestas la gente tiende a moverse. Su espalda chocó contra Don Pepe, quien ejecutaba en ese momento una versión muy personal de "la macarena". El impacto envió a Rogelio hacia adelante, y la bandeja, en un acto de rebeldía final, decidió que era el momento perfecto para volcar su contenido.

La siguiente secuencia de eventos pareció desarrollarse a cámara lenta: las copas describiendo una parábola perfecta en el aire, el líquido rojo de la sangría dibujando espirales carmesí, y los ojos de Rogelio abriéndose con horror al ver que toda esa cascada vínica se dirigía inexorablemente hacia la blusa de seda de Marta.

—¡Cuidado! —gritó alguien, demasiado tarde.

El impacto fue espectacular. La blusa champán se transformó instantáneamente en un lienzo abstracto de manchas rosáceas, y Rogelio, en su intento por ayudar, solo consiguió tropezar con sus propios pies y aterrizar de rodillas frente a Marta, en una posición que parecía más una propuesta de matrimonio que un accidente.

—¡Ay, perdón, perdón! —balbuceó, su cara tan roja como la sangría derramada—. ¡Yo... la blusa... el baile... Don Pepe...!

—¡Por todos los santos, Rogelio! —intervino Elvira, apenas conteniendo la risa mientras acudía al rescate con un puñado de servilletas—. ¡Que pareces nuevo! Ven, Marta, vamos al baño a arreglar este desastre antes de que parezcas el telón de un teatro experimental.

Mientras las dos mujeres se alejaban, Rogelio permaneció de rodillas en el suelo, contemplando los destrozos de su dignidad esparcidos por el suelo junto con los restos de sangría. A su espalda, podía escuchar la risa contenida de Don Pepe, quien, olvidando momentáneamente su propio espectáculo con Virginia, comentó:

—Muchacho, hay formas más sutiles de llamar la atención de una mujer. ¡Aunque he de admitir que esta ha sido bastante memorable!

En un rincón estratégicamente iluminado del salón, Rosario se había acomodado en un pequeño sofá tapizado, su conjunto negro —una falda larga con una abertura lateral discretamente provocativa y una blusa de cuello alto— creaba un tono conservador y un contraste intrigante con su juventud. La tela fluida de la falda jugaba con las sombras cada vez que cruzaba las piernas, sugiriendo siluetas que hacían trabajar la imaginación más de lo necesario.

Ernesto, quien había pasado los últimos quince minutos fingiendo un repentino interés por la decoración de esa esquina en particular, finalmente reunió el valor para acercarse, sosteniendo dos copas de sangría como si fueran su salvavidas social.

—¿Te apetece una copa? —ofreció, intentando que su voz sonara casual y fallando estrepitosamente.

Rosario elevó una ceja con la precisión de quien ha perfeccionado el arte de la ironía silenciosa.

—Gracias, pero soy menor de edad —respondió con una sonrisa que sugería que estaba más que consciente de sus intenciones—. Aunque supongo que eso no es algo que te preocupe demasiado, ¿verdad, Ernesto?

El aludido casi se atraganta con su propia sangría.

—No, yo... es decir, sí... ¡No! Solo intentaba ser amable —balbuceó, mientras sus ojos traicioneros seguían el movimiento de la falda cuando Rosario volvió a cruzar las piernas, esta vez más lentamente.

—¿Amable? —Rosario soltó una risita que sonaba más a advertencia que a diversión—. Como cuando llevas diez minutos admirando el "papel tapiz" detrás de mí? Que, por cierto, es solo una pared pintada.

Ernesto sintió que su cara ardía más que las luces de la fiesta.

—Yo... estaba estudiando las técnicas de pintura —improvisó, aferrándose a su copa como si fuera el último vestigio de su dignidad.

—¿Las técnicas de pintura? —Rosario se inclinó ligeramente hacia adelante, en un gesto que pareció casual pero estaba calculado al milímetro—. Qué interesante. ¿Y qué opinas del... claroscuro?

—Es... ¿muy oscuro? —aventuró Ernesto, sudando más que Don Pepe en sus clases de baile improvisadas.

—Fascinante análisis —respondió Rosario, conteniendo una carcajada—. Casi tan profundo como tus intentos de disimular que no estás mirando la abertura de mi falda cada vez que me muevo.

Ernesto escupió un poco de sangría, manchando su camisa.

—¡No! ¡Yo nunca...! Es decir... ¡Marta! ¿Has visto a Marta? —miró frenéticamente alrededor, buscando una vía de escape.

—Está bailando con Arturo —señaló Rosario con dulce malicia—. Aunque supongo que estabas demasiado ocupado con tus... estudios arquitectónicos para notarlo.

—¿Con Arturo? —la voz de Ernesto subió una octava.

—Mmmm... —asintió Rosario, ajustando su falda con deliberada lentitud—. Parece que ambos tienen intereses... extracurriculares esta noche.

Ernesto se quedó allí parado, atrapado entre la urgencia de ir a buscar a su esposa y el magnetismo de la sonrisa sardónica de Rosario.

—Si me disculpas —dijo ella finalmente, levantándose con la gracia de quien sabe que está ganando un juego que el otro ni siquiera sabe que está jugando—, voy a buscar algo de beber. Algo sin alcohol, por supuesto. No queremos que te sientas más incómodo de lo que ya estás, ¿verdad?

Y con un movimiento que hizo que la falda ondeara como una cortina de teatro al final de una función, Rosario se alejó, dejando a Ernesto con dos copas de sangría, una camisa manchada y la clara sensación de que acababa de ser magistralmente burlado por alguien diez años menor que él.

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Alba Hurtado
se ve excitante vamos a leer que pasa con la vecina del tres b
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