En una pequeña ciudad dominada por las tradiciones, Helena se enfrenta a un futuro incierto cuando su padre es acusado injustamente de un crimen que no cometió. Desesperada por limpiar su nombre, acude a Iván del Castillo, un juez implacable y frío, conocido por su estricta adherencia a la ley. Sin embargo, lo que comienza como una simple búsqueda de justicia, rápidamente se convierte en un intenso enfrentamiento emocional cuando Iván, marcado por un oscuro pasado, se siente atraído por la apasionada Helena.
A medida que ambos luchan con sus propios demonios y los misterios que rodean el caso, Helena e Iván descubren que la verdad no solo pondrá a prueba sus convicciones, sino también sus corazones. En un mundo donde la justicia y el amor parecen estar en conflicto, ¿podrán encontrar el equilibrio antes de que sea demasiado tarde?
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Capitulo 16
Helena estaba al borde del colapso. Cada intento por limpiar el nombre de su padre se encontraba con más obstáculos, y la verdad, en lugar de acercarse, parecía alejarse cada vez más. Los días se convertían en noches sin descanso, y el peso de la situación empezaba a aplastarla.
Sentada sola en su apartamento, con la cabeza entre las manos, sentía que las fuerzas la abandonaban. ¿Qué más podía hacer? ¿Cómo podía luchar contra un sistema que parecía estar en su contra? El rostro frío de Iván se le aparecía una y otra vez en su mente. Aunque en el fondo de su ser sabía que él no era el enemigo, su indiferencia ante la nueva evidencia la hería profundamente.
Golpearon la puerta, interrumpiendo sus pensamientos. No esperaba visitas, pero al abrir, se encontró con una figura que no esperaba ver: Mateo, un amigo de la familia y alguien que siempre había estado al margen, observando todo desde las sombras.
—Helena, no podía quedarme sin hacer nada —dijo, su voz calmada pero llena de preocupación.
Ella, sorprendida por su visita, lo dejó pasar, sin saber que ese encuentro cambiaría más de lo que imaginaba. En Mateo encontró algo que no había esperado: comprensión y un hombro en el que apoyarse. Las horas pasaron entre palabras y silencios compartidos, mientras Helena dejaba caer sus defensas. Por primera vez en mucho tiempo, alguien la escuchaba sin juzgarla.
Pero esa cercanía no pasó desapercibida para Iván.
Al día siguiente, en el tribunal, Helena notó algo diferente en él. Sus ojos la seguían de una manera que antes no lo hacían, y su ceño fruncido mostraba una preocupación que nunca había mostrado antes. Cada vez que Mateo se acercaba a ella, Iván apretaba la mandíbula, tratando de mantener su compostura, pero sus sentimientos lo traicionaban.
El frío juez, que siempre había mantenido una distancia profesional, ahora luchaba con los celos que empezaban a brotar, mezclándose con las emociones que llevaba tiempo reprimiendo.
—¿Quién es él para ti? —la sorprendió Iván en uno de los pasillos, su tono más brusco de lo que pretendía.
Helena, desconcertada por su repentina actitud, lo miró fijamente antes de responder:
—Eso no es asunto tuyo, Iván.
Esa respuesta, tan directa, lo hirió más de lo que él esperaba. Pero más allá de la rabia, Iván se dio cuenta de que sus emociones por Helena estaban rompiendo todas las barreras que él había levantado. Y, por primera vez, se preguntó si realmente podría mantenerlas bajo control.
Helena se apoyó en el marco de la ventana, observando la ciudad bajo la tenue luz de la luna. Sus pensamientos la consumían, atrapándola en un ciclo de dudas y angustia. Todo por lo que había luchado parecía desmoronarse, y su desesperación se intensificaba con cada día que pasaba sin respuestas. La nueva pista que tanto le había costado conseguir fue desestimada por Iván, y aquello la dejó al borde de la desesperación.
En ese momento, el timbre del apartamento sonó. Helena no esperaba a nadie a esas horas, pero al abrir la puerta, vio a Mateo con una expresión de sincera preocupación. Sin decir nada, él la abrazó, brindándole el consuelo que tanto necesitaba. La cercanía de su viejo amigo la tranquilizó por un instante, permitiéndole llorar sobre su hombro. Era algo que no había podido hacer en mucho tiempo.
Mateo le habló en voz baja, susurrándole palabras de aliento, pero Helena sabía que había algo más profundo entre ellos, algo que ambos estaban evitando enfrentar. Sin embargo, ella no podía permitirse complicaciones emocionales en ese momento; todo su enfoque debía estar en liberar a su padre de la injusta acusación.
Al día siguiente, en el juzgado, Iván observaba desde lejos, sus ojos se clavaban en Helena y Mateo, incapaz de contener la rabia que sentía al ver esa conexión entre ellos. Por primera vez, el frío juez sintió que estaba perdiendo el control sobre la situación. El aire entre ellos era tenso, las miradas de Iván quemaban de una manera que Helena no entendía del todo.
—Helena, debemos hablar —dijo Iván, interceptándola en uno de los pasillos.
—No tengo nada que decirte, Iván —respondió ella, tajante.
—¿Ese hombre...? —comenzó él, con la voz cargada de celos.
Helena lo miró fijamente, furiosa ante su atrevimiento.
—¿Qué te importa? No tienes ningún derecho a preguntar sobre mi vida personal —dijo, su voz firme pero herida.
Iván apretó los puños, intentando controlar el torbellino de emociones que lo consumía. Pero mientras se alejaba, una verdad innegable crecía en su interior: no podía seguir ignorando lo que sentía por Helena, y esos celos eran la señal más clara de que la situación estaba a punto de cambiar drásticamente.
Helena sintió el peso del día aplastándola cuando se desplomó en el sofá. Su respiración era entrecortada, el agotamiento mental y emocional la tenía al borde del colapso. Mientras pasaba sus manos por el rostro, intentando controlar el temblor en sus dedos, volvió a pensar en Iván. Ese hombre la desconcertaba, la hacía enojar, y sin embargo, no podía dejar de pensar en él. El juez frío y distante que había decidido ignorar las pruebas que podrían salvar a su padre ahora parecía diferente... confundido, pero no por el caso, sino por ella.
—¿Por qué me afecta tanto lo que haga o deje de hacer? —se preguntó en voz alta, sintiendo la frustración agolpada en su pecho.
Un mensaje en su teléfono rompió el silencio de la habitación. Era Mateo, ofreciéndole su apoyo una vez más. Helena sonrió débilmente, sabiendo que él siempre estaría allí cuando lo necesitara. Pero también era consciente de que, por más que apreciara la compañía de Mateo, sus pensamientos volvían una y otra vez a Iván. Ese fuego latente, esa tensión que se respiraba en cada intercambio de miradas, no se apagaba fácilmente.
Por su parte, Iván no encontraba la paz. Su lógica, normalmente impecable, ahora se veía enturbiada por las emociones que Helena despertaba en él. Cada vez que la veía, sentía su autocontrol desmoronarse lentamente. Esa noche, mientras revisaba los documentos del caso, no podía evitar recordar la cercanía de Helena y Mateo. Un ardor desconocido lo consumía, y sabía que no era solo el caso lo que lo tenía así. La línea entre la justicia y sus sentimientos por Helena se desdibujaba más con cada día que pasaba.
—Esto no puede seguir así —murmuró para sí mismo, cerrando de golpe los expedientes.
Decidido a hablar con ella, Iván se levantó de su escritorio. Sabía que no podía permitir que sus emociones interfirieran con su juicio, pero el control que siempre había ejercido sobre sí mismo parecía escapársele entre los dedos. ¿Cuánto más podría soportar esa lucha interna?