Katerina murió por salvar a una joven. No esperaba despertar en una historia que no era suya... con un destino aún más cruel.
Cuando abre los ojos, ya no está en su mundo. Ha reencarnado como Avery, una noble ignorada por su padre, despreciada por su hermana y condenada a morir junto a su madre en una historia que no escribió. Pero Katerina conoce ese final: lo leyó. Sabe quién mata, quién sobrevive… y quién sufre en silencio.
Solo que esta vez, ella no va a permitirlo.
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Capítulo 16
Antes de todo les quiero comentar que edite todos los capítulos que están publicados hasta ahora. Perdonen la confusión Pero les prometo que di lo mejor de mi para que queden bien. Si les gusta no olviden comentar o dar me gusta, es importante y motivante.... Muchas gracias 💖🫂
Eliana corrió entre los pasillos del jardín como si el aire le quemara los pulmones. No sabía por qué huía. Tal vez porque, por primera vez en años, alguien la había tocado… sin dañarla. La calidez de aquel abrazo aún latía en su piel, como un eco que se negaba a desvanecerse.
Se detuvo bajo un arco de rosas blancas, jadeando.
Apoyó la frente en una columna de mármol y se abrazó a sí misma, confundida.
—¿Qué me pasa? —susurró.
No era solo la cercanía. Era la sensación de haber sido vista. Escuchada. Comprendida. Sin máscaras. Sin miedo.
Eliana cerró los ojos con fuerza. Apretó los dientes. No podía permitirse flaquear. No ahora, cuando Avery dependía de ella.
—Madre.
La voz de Avery la sacó de su ensimismamiento. La joven se acercó con rapidez, visiblemente preocupada.
—¿Estás bien? ¿Qué haces aquí sola? Las damas te estaban buscando. Me dijeron que saliste a tomar aire, pero tardaste mucho…
Eliana tragó saliva, forzando una sonrisa.
—Estoy bien, solo necesitaba un momento de silencio.
Avery la observó con atención. Había algo distinto en sus ojos… como si hubieran llorado, pero no de tristeza.
—¿Madre, qué pasó? ¿Alguien te molestó?
—No, al contrario… alguien fue amable —confesó en un susurro, como si no pudiera creérselo del todo.
Avery entrecerró los ojos, con un gesto de sorpresa.
—¿Quién?
—No lo sé —dijo Eliana con una risa nerviosa, llevándose una mano al pecho—. Solo… apareció cuando lo necesitaba. Me ofreció su pañuelo, me escuchó. Me habló de su hijo… parecía roto. Y yo… lo abracé, sin pensarlo.
Avery la miró en silencio. El rostro de su madre irradiaba una calidez que no recordaba haber visto en ella desde que reencarnó en este mundo.
—¿Te hizo sentir segura? —preguntó con voz suave.
—Sí —respondió Eliana, casi en un suspiro—. Y eso me asusta, Avery. Me asusta mucho.
La joven tomó su mano con firmeza.
—No hay nada de malo en sentirse segura. Es un derecho que te arrebataron. Pero ahora… podemos empezar de nuevo.
Eliana asintió, conteniendo las lágrimas.
—Te tengo a ti… y eso me basta.
Avery sonrió, apretando su mano.
—Vamos. Te esperan muchas nuevas amigas allá dentro. Y sé que no quieres darles más excusas para venir a buscarte.
Madre e hija regresaron tomadas del brazo, con el corazón latiendo al unísono. El eco de ese encuentro misterioso quedó grabado en el alma de Eliana, como una brisa suave que, sin avisar, había comenzado a sanar viejas heridas.
Y al otro lado del jardín, el hombre de ojos grises permanecía en silencio, observando el pañuelo en su mano.
El que ella le había devuelto con una sonrisa temblorosa.
Lo sostuvo contra su pecho y cerró los ojos.
—¿Quién eres…? —murmuró, sin saber que esa mujer desconocida cambiaría su destino para siempre.
Por otra parte, en el salón, Avery se había rendido. Intentó buscar al príncipe heredero Xylon. También al emperador, por mera cortesía, pero no había rastro de ninguno de los dos. Preguntó discretamente a un par de caballeros y todos ofrecían la misma respuesta: "no se encuentra disponible en este momento".
—Qué extraño... —murmuró entre dientes—. Ni rastro del heredero ni del emperador. ¿Acaso se esconden?
Antes de que pudiera comentar su frustración con Eliana, las campanas del salón resonaron. El sonido era fuerte y grave, solemne. Todas las conversaciones se apagaron al instante.
Las puertas principales se abrieron con lentitud.
Y entonces lo vio.
Un hombre elegante, de porte majestuoso, avanzaba entre las columnas. Su cabello oscuro estaba cuidadosamente peinado, los ojos grises reflejaban una frialdad imponente y una autoridad que atravesaba la estancia con solo una mirada.
Los murmullos se hicieron presentes como un murmullo reverente.
Todas las damas se enderezaron. Algunos caballeros inclinaron ligeramente la cabeza. El aire se volvió denso, casi ceremonial.
Pero Eliana no se movió.
Sus ojos se abrieron como platos. La copa que sostenía tembló en su mano.
—¡No puede ser…! —murmuró.
Su pecho se contrajo de golpe.
¡Era él! ¡El mismo hombre que había abrazado en el jardín momentos atrás! ¡El que le ofreció su pañuelo! ¡El que escuchó sus penas como un simple extraño!
¡Cielo santo!
¡Estuvo frente al emperador… y no lo supo!
El rostro de Eliana se desfiguró por el pánico. Comenzó a hiperventilar. El aire no le alcanzaba. La sensación de que el suelo se deslizaba bajo sus pies la invadió. Sus labios se secaron. Su corazón latía tan rápido y con tanta fuerza que sintió que iba a desplomarse.
El emperador comenzó a hablar, pero ella no pudo oír. El mundo se volvió un eco lejano, como si estuviera sumida en el agua. Solo veía sus labios moverse, el gesto imponente, la seguridad con la que manejaba el salón.
Frunció el ceño, confundida y aterrada.
¿Qué consecuencias puede acarrear haber hecho lo que hizo? ¿Y si lo consideraba una ofensa? ¿Una imprudencia? ¿Un acto vulgar?
Avery, que la conocía demasiado bien, notó su estado al instante y le tocó el brazo con suavidad.
—Madre… respira. Estás a salvo.
Eliana cerró los ojos con fuerza, asintiendo apenas. Se obligó a controlar su respiración, una inhalación lenta, una exhalación aún más pausada.
Mientras tanto, el emperador concluía su discurso de bienvenida. Su voz, grave y clara, llenaba el gran salón con naturalidad.
—...y en nombre de la corona, agradezco vuestra presencia en este banquete. Que esta noche marque el inicio de nuevas alianzas y días de prosperidad para todos los presentes aquí representados.
Los aplausos resonaron con fuerza.
Luego, giró ligeramente hacia el lateral del estrado y anunció con solemnidad:
—Con vosotros, el segundo príncipe Ossian.
Mitad de los invitados aplaudieron con entusiasmo. La otra mitad, en cambio, se mantuvo en un silencio incómodo. Todos comprendían lo que aquello significaba: una vez más, los rumores acerca del príncipe heredero Xylon parecían ser ciertos. No estaba en el palacio, y si algo le había sucedido, el trono pasaría, sin duda, al "buen para nada" de Ossian.
Avery entrecerró los ojos cuando lo vio subir al estrado.
Alto, apuesto, cabello caoba peinado con esmero. Su piel era pálida como la porcelana y sus ojos azul claro irradiaban una arrogancia refinada. Su sonrisa, sin embargo, le pareció... excesiva. Coqueta. Inoportuna.
Las jóvenes nobles le devolvían el gesto, con abanicos agitados y mejillas sonrojadas.
Avery chasqueó la lengua, frustrada.
—Mujeriego. No importa la época… aquí y en la China, son todos iguales —pensó.
Eliana le susurró al oído:
—Hija… no me gusta. No se ve como un muchacho de bien.
—A mí tampoco me gusta —murmuró Avery, cruzando los brazos.
—¿Y cómo piensas librarte del compromiso?
Avery desvió la mirada hacia Ágata. La vio cuchicheando animadamente con la Archiduquesa Kaenia. Ambas intercambiaban miradas con el príncipe Ossian, calculadoras, seductoras.
—No lo haré yo —dijo con una sonrisa ladeada—. Lo hará ella.
Sabía exactamente lo que estaba por ocurrir. En la historia original, Ágata y Ossian se conocían justo en este evento. Compartían un baile y quedaban perdidamente enamorados. Un amor de cuento, de esos donde suenan campanas de boda en tu cabeza al mirar al ser amado.
Esta Avery no piensa ser una piedra en ese camino.
Pese a ser su prometida, su plan no incluye atarse a un príncipe mujeriego y egocéntrico. Su objetivo está en otro lado. En su madre. En Fania. En la libertad.