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LA NOCHE DE LAS BRUJAS

LA NOCHE DE LAS BRUJAS

Status: En proceso
Genre:Vampiro / Equilibrio De Poder / Demonios / Brujas
Popularitas:1.9k
Nilai: 5
nombre de autor: lili saon

Ivelle es una estudiante de segundo año en la Academia de la Flor Dorada, una institución prestigiosa donde muchos estudiantes estudian los Elementos, habilidades mágicas ancestrales que han sido transmitidas a través de generaciones. Hasta ahora, su vida en la academia ha sido normal y sin complicaciones, centrada en sus estudios y en fortalecer sus habilidades mágicas. Todo cambia con la llegada de un grupo de estudiantes nuevos. La presencia de estos nuevos estudiantes desencadena una serie de eventos que sacuden la tranquilidad de la academia y alteran la vida de Ivelle de maneras inesperadas.

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CAPITULO DIECISEIS

Ambos ingresaron a Sallym, un acogedor café de estilo rústico con una cálida iluminación amarilla que invitaba a quedarse. Optaron por la última mesa junto a la ventana, desde donde se podía observar la calle empedrada y las personas que caminaban apresuradas bajo la llovizna que empezaba a caer. El murmullo constante de las conversaciones y el aroma a café recién hecho creaban un ambiente que solía ser relajante, pero no esta vez. Ivelle se dejó caer en la silla, pasando sus manos temblorosas por su rostro. La frustración y el agotamiento eran evidentes en cada uno de sus gestos. Quería llorar, lo necesitaba, pero la vergüenza la retenía. Nunca había sido abierta con sus emociones, especialmente frente a sus amigos. Solo unos pocos elegidos, principalmente su familia, conocían su lado vulnerable.

Percy, sentado frente a ella, la observaba en silencio, su mirada llena de preocupación. Sin decir una palabra, extendió sus manos hacia las de ella y las sostuvo con firmeza, transmitiendo apoyo pero con una suavidad que dejaba claro que no quería lastimarla. Él la conocía mejor que nadie en su grupo de amigos. Desde siempre había sido quien más se fijaba en los detalles de su comportamiento: cómo actuaba, cómo se movía, incluso las más pequeñas expresiones faciales. Sabía que algo muy grave debía haber ocurrido para que Ivelle estuviera tan afectada. La sensación de impotencia lo invadía, deseando poder hacer algo para aliviar el dolor de su amiga. Sus ojos recorrieron el rostro de Ivelle, buscando alguna pista, algún indicio de lo que la estaba atormentando.

Ivelle cerró los ojos por un momento, tratando de encontrar algo de calma en medio del caos de sus pensamientos. Tomó una profunda bocanada de aire y lo soltó lentamente antes de abrir los ojos de nuevo. Sus hermosos ojos violetas, que solían brillar con una luz propia, ahora estaban apagados, como si alguien les hubiera robado todo el brillo que los caracterizaba. Sus ojos, que solían reflejar el fulgor de su espíritu y su fuerza interior, ahora parecían vacíos y opacos. Eran como dos espejos que devolvían una imagen de desolación y tristeza, una realidad que ella intentaba ocultar pero que era imposible de disimular en ese momento. Ivelle se encontraba sola y perdida en un mar de incertidumbre, sin un faro para guiarla, atrapada en un abismo emocional del cual no veía salida.

Percy, al verla así, sintió un dolor punzante en su pecho. Nunca había visto a Ivelle tan abatida, tan desconectada de sí misma. La Ivelle que conocía era fuerte, resuelta y siempre dispuesta a enfrentar cualquier adversidad con una determinación inquebrantable. Pero la persona que tenía frente a él parecía una sombra de esa joven llena de vida. Él apartó su mirada por un momento y observó la escena a su alrededor, buscando algo que pudiera romper la tensión. La lluvia seguía cayendo afuera, formando pequeños ríos en las calles empedradas y creando un suave murmullo constante que, en otras circunstancias, podría haber sido reconfortante. Las luces del café creaban un ambiente cálido, pero no lograban penetrar la frialdad que sentía en el aire.

La lluvia comenzó a caer más fuerte afuera, creando un suave golpeteo contra los cristales de la ventana. El sonido parecía acentuar el silencio que se había instalado entre ellos. Percy se inclinó ligeramente hacia adelante, apretando un poco más las manos de Ivelle, intentando transmitirle toda la seguridad y el consuelo que él mismo sentía que le faltaban. En ese instante, una camarera se acercó con una amable sonrisa, interrumpiendo brevemente la tensión del momento.

—¿Qué les traigo? — preguntó, mirando primero a Ivelle y luego a Percy. Ivelle dudó por un segundo, pero Percy intervino suavemente:

—Dos capuchinos, por favor, y unos croissants. — La camarera asintió y se retiró, dejando a ambos amigos de nuevo en su burbuja de silencio compartido.

La mirada de Percy no se apartaba de Ivelle. Quería que supiera que estaba allí para ella, que podía contar con él sin importar lo que pasara. Apretó más fuerte sus manos, después llenó una al rostro de su amiga y limpio las lágrimas que comenzaron a caer.  Su contacto fue como el sol iluminando un día gris. Ella llevó su mirada a él, mirándolo directamente. Sus ojos, a pesar de su debilitamiento, todavía eran los de la chica que amaba a Percy, su amigo y uno de sus confidentes de por vida. Una sonrisa se apoderó de sus labios y soltó una pequeña carcajada, lo que alivió la tensión entre los dos.

 —Ivelle, —dijo finalmente, con una voz baja y llena de comprensión. — No tienes que enfrentarlo sola. Estoy aquí contigo. — Ella levantó la vista, encontrando consuelo en los ojos de Percy, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que quizá, solo quizá, podría abrirse y compartir lo que tanto le pesaba en el corazón. — Habla conmigo, cuéntame qué está pasando. Deja que te ayude.

Ivelle lo miró, sus ojos aún reflejando esa tristeza profunda. Tomó un sorbo de aire, intentando encontrar las palabras que se le atragantaban en la garganta.

—Percy, es tan complicado… — murmuró, su voz apenas un susurro. — No sé por dónde empezar. — Percy apretó sus manos suavemente, animándola a continuar.

— Empieza por donde puedas, no importa si no tiene sentido al principio. Solo quiero entender y estar aquí para ti.

—Mis padres están… Percy, mis padres están muertos— confesó Ivelle, su voz temblando con cada palabra. —Nunca pensé que algo como esto ocurriría. Fue tan… repentino. Vante entró a mi habitación y me sacó de ahí. Lo noté tan raro, pero no pensé que fuera por eso. Cuando él me llevó a casa… encontré a mis padres muertos.

El silencio se abatió entre ellos como un velo negro, dominando cualquier ruido que pudiera llegar desde el exterior. La atmósfera en el café, normalmente animada y llena de vida, se volvió opresiva y sofocante. Percy sintió que la misma pena y el estupor que atenazaban a Ivelle lo atenazaban a él. Con su mano libre, la acarició en el brazo en un intento de ofrecer alguna clase de consuelo, aunque sabía que sus gestos eran insuficientes para aliviar un dolor tan profundo.

—Me siento tan mal porque nunca pensé que vería a mis padres muertos. Nunca me hice a la idea de que en algún momento ellos ya no estarían a mi lado, pero ahora… todo se siente como un sueño del que quiero despertar rápido porque siento que se me rompe el alma. — Sollozó con fuerza, apretando las manos de su amigo con fuerza —. Tengo miedo, miedo de que no pueda hacerlo sola. Mamá siempre estuvo conmigo, ella me apoyó en todo, me cuidó, me consoló cuando más lo necesitaba, y ahora que ella no está, siento que me voy a perder en este mundo tan grande.

Percy escuchaba atentamente, su corazón roto por la angustia palpable en la voz de Ivelle. La vio mirar hacia la ventana, donde la lluvia caía incesantemente, y pensó en cómo ese día sombrío reflejaba perfectamente el estado de su amiga.

—Y papá... —continuó Ivelle, su voz quebrándose—. Sé que él no me quería lo suficiente, pero yo siempre lo quise. Lo amaba porque me cuidaba, a su manera, pero lo hacía. Cuando era pequeña, él me leía los cuentos que tanto me gustaban, me llevaba con él a todas partes. Pero ahora… todo se quedó en el pasado. Me hubiera gustado decirle que lo amaba tanto y que, a pesar de que él se convirtió en alguien distante conmigo, jamás dejaría de amarlo. También me hubiera gustado escuchar de su boca un "estoy orgulloso de ti, hija".

Percy sintió un nudo en la garganta mientras escuchaba a Ivelle. No había palabras que pudieran consolar el vacío que sentía. Se levantó y se sentó a su lado, el ruido de la silla deslizándose fue apenas un susurro en medio del silencioso café. Sin decir nada por el momento, la abrazó con ternura, envolviéndola en sus brazos. Ivelle, sintiendo el calor y la seguridad de su amigo, pegó su rostro en el cuello de Percy y lloró con fuerza.

Ya no le importaba verse débil porque sabía que no era nada malo. Ser débil en muchas situaciones donde las personas no saben cómo lidiar con lo que sentían dentro era normal. No había porqué avergonzarse de eso. No es nada malo, no es pecado. No somos menos fuertes por mostrar debilidad y romper en llanto si es eso lo que se necesita para tener un poco de liberación dentro de un corazón herido.

Los brazos de Percy la rodeaban como si fueran una almohada suave y protectora. Parecía entender exactamente lo que necesitaba: estar allí con ella, aceptar sus lágrimas sin juzgarla ni criticarla. Su abrazo era un refugio en medio de la tormenta emocional que azotaba el alma de Ivelle. Ella se permitió dar lugar a su pena y se derrumbó contra él, mientras sus lágrimas caían como gotas pesadas que se evaporaban en el cuello de su camisa. El café seguía con su bullicio usual, pero para Ivelle y Percy, el mundo exterior se había desvanecido. En ese momento, solo existían ellos dos, compartiendo una tristeza profunda y abrumadora. Percy acariciaba suavemente la espalda de Ivelle, su toque transmitía una mezcla de comprensión y consuelo. No necesitaba palabras para hacerle saber que estaba allí para ella, incondicionalmente.

Mientras Ivelle lloraba, recordó los momentos felices con sus padres, las risas compartidas, los abrazos cálidos y las palabras de amor. Cada lágrima que caía llevaba consigo un pedazo de esos recuerdos, un intento de aliviar el peso que sentía en el pecho. Percy, por su parte, pensaba en cómo podría apoyar a su amiga en los días venideros. Sabía que el dolor no desaparecería rápidamente, pero estaba decidido a acompañarla en cada paso del proceso. Finalmente, cuando el llanto de Ivelle comenzó a calmarse, ella levantó la vista, sus ojos enrojecidos y llenos de lágrimas. Percy la miró con una expresión de infinita ternura y comprensión.

— Gracias — murmuró ella, su voz quebrada pero agradecida.  —Gracias por estar aquí. Me da tanta vergüenza eso. — Rió, mirando  sus manos. — Perdón por ser tan débil… es solo que… olvídalo. Gracias por escucharme, Percy.

—Siempre estaré aquí para ti, Ivelle —respondió Percy suavemente—. No tienes que enfrentarlo sola. Vamos a superar esto juntos. Puedes llorar todo lo que quieras. No trates de fingir que eres fuerte. Nadie es fuerte en este tipo de situaciones. Si quieres llorar, gritar, hazlo. Nadie tiene derecho a minimizar tus sentimientos, ni siquiera tú misma. Todo empieza por nosotros, y si tú crees que llorar te quita lo fuerte, todos utilizarán tu llanto como tu punto débil.

Percy hizo una pausa, mirando a Ivelle con una intensidad que solo los verdaderos amigos pueden tener. Sus palabras resonaban con una sinceridad y un cariño profundos.

—Somos humanos, Ivelle —continuó—. Y no hay nada malo en mostrar lo que sentimos. Las lágrimas son el lenguaje de la pena, pero también de la sanación. No hay vergüenza en llorar, en admitir que estamos heridos. Es un signo de que tenemos un corazón capaz de amar profundamente y, por ende, de sufrir profundamente. Estar triste o herido no es un signo de debilidad; es un signo de humanidad.

Ivelle sollozó con más fuerza, sintiendo cómo las palabras de Percy comenzaban a aliviar un poco el peso que llevaba en su corazón.

—Lo sé, Percy —dijo entre lágrimas—. Pero es tan difícil. Me siento tan sola sin ellos. Mamá siempre estuvo ahí para mí, apoyándome, cuidándome. Y papá... aunque teníamos nuestras diferencias, lo amaba tanto. Quisiera haberle dicho eso antes de que se fueran.

Percy asintió, comprendiendo la magnitud de su dolor.

—Es natural sentirse así, Ivelle. La pérdida de alguien a quien amamos nos deja un vacío que parece imposible de llenar. Pero aquí estoy, dispuesto a ayudarte a encontrar la manera de seguir adelante. No tienes que tener todas las respuestas ahora mismo. Solo toma un día a la vez, y recuerda que tienes a alguien que te apoya. — Le sonrió con ternura —. Ivelle, cada vez que sientas que el dolor es demasiado, recuerda que tus padres siempre vivirán en tu corazón y en tus recuerdos. Nadie puede quitarte eso. Y cada lágrima que derrames es una forma de honrarlos, de mantener viva su memoria. Llora todo lo que necesites, pero también permite que esos recuerdos te den fuerza.

En ese momento, la camarera regresó con los capuchinos y los croissants, interrumpiendo la conversación pero ofreciendo un breve respiro. Percy le dio las gracias y esperó a que se marchara antes de volver su atención a Ivelle.

—Toma un poco de café — le sugirió suavemente.  —Puede que te ayude a relajarte un poco.

Ivelle asintió y tomó la taza entre sus manos, sintiendo el calor reconfortante del café. Dio un pequeño sorbo, y aunque no podía deshacerse de su tristeza de inmediato, agradeció el gesto de Percy y su presencia incondicional. Sabía que, aunque el camino por delante sería difícil, no tendría que recorrerlo sola. Y eso, en ese momento, era todo lo que necesitaba saber.

Los días pasaron e Ivelle no veía a su hermano, y la preocupación empezaba a carcomerla. Desde que sucedió lo de sus padres y Vante fue al parlamento a reportar el asesinato, él había desaparecido de su vida cotidiana. Aunque tenía a sus amigos a su lado, se sentía sola sin el apoyo y la presencia de su hermano. Un día, después de horas de intentar estudiar sin éxito en la biblioteca, decidió que necesitaba un cambio de escenario. Recogió sus cosas y se dispuso a salir. Sus pensamientos estaban tan centrados en Vante que apenas notó al director cuando cruzó el pasillo. Él la miró por unos segundos, con una expresión que Ivelle no logró descifrar. Ella lo miró de reojo y siguió su camino, sumida en su propio mundo. A medida que avanzaba por el pasillo, sus pensamientos giraban en torno a su hermano y el dolor persistente de la pérdida de sus padres. De repente, sin darse cuenta de quién venía en dirección contraria, chocó de frente con Asher. El impacto fue suficiente para hacer que ambos cayeran al suelo, esparciendo los libros y pergaminos por todas partes.

—¡Ay! —soltó Ivelle, sintiendo un dolor agudo en el codo donde había aterrizado. Levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de Asher. Durante un momento que pareció eterno, el tiempo pareció detenerse. Los dos se quedaron mirando, sus miradas conectadas en un silencioso entendimiento. Asher, con una expresión neutra en su rostro, fue el primero en reaccionar.

—¿Estás bien? —preguntó, extendiendo una mano para ayudarla a levantarse.

Ivelle asintió, aún un poco aturdida.

—Sí, estoy bien. Lo siento, no te vi venir —dijo, aceptando su mano y poniéndose de pie.

Asher comenzó a recoger los libros y pergaminos del suelo, y ella se agachó para ayudarle.

—No te preocupes, fue un accidente. —dijo él con voz calmada—. Pareces distraída. ¿Estás bien?

—Es... ha sido una semana difícil —respondió Ivelle, sintiendo que sus palabras eran una subestimación de lo que realmente estaba pasando. — Hasta luego.

Ella se apresuró a marcharse de la escena, sus pensamientos aún abrumados por la preocupación y el dolor. Asher la miró partir, observando cómo sus pasos rápidos la alejaban de él. Volvió su mirada hacia adelante y siguió su camino, pero aquella pequeña mirada había hecho que algo despertara en él. Se sentía extraño cada vez que la miraba en silencio, sin que nadie se diera cuenta de eso.

Al llegar a su destino, un salón donde se encontraban sus compañeros, Asher notó que el ambiente estaba tan animado como de costumbre. Freya y Lucian estaban en medio de una discusión acalorada, algo que se había vuelto casi una rutina para todos. Asher, acostumbrado a sus constantes disputas, se deslizó hasta su asiento habitual junto a Seraphina. Con un gesto de aburrimiento, apoyó la cabeza sobre su mano, observando la escena con una mezcla de desinterés y resignación.

—¿Te pasa algo? —preguntó Seraphina, notando la distracción en los ojos de Asher.

Él la miró, dudando por un momento antes de responder.

—No. Es solo que estos dos ya me tienen aburrido —dijo Asher, refiriéndose a Lucian y Freya. Se levantó y, sin previo aviso, tomó a Freya del brazo, haciéndola sentar de golpe. La chica frunció el ceño y le lanzó una mirada fulminante, pero a él no le importó.

—Estamos aquí por algo. Dejen sus malditos juegos infantiles. Si quieren pelear, métanse a una estúpida cueva donde nadie pueda verlos, pero no aquí —dijo Asher con voz firme. Suspiró pesadamente, intentando contener su frustración—. Ya está hecho. El conjuro ha finalizado, por lo que la esfera debe estar en cualquier parte de este lugar. Debemos encontrarla antes de que alguien más lo haga.

Freya, aún molesta, cruzó los brazos sobre el pecho, pero no dijo nada. Lucian también parecía un poco avergonzado, desviando la mirada hacia el suelo. Asher se volvió hacia Seraphina, quien observaba la escena con una expresión neutral pero atenta.

—Seraphina, ¿alguna idea de dónde podríamos empezar a buscar? —preguntó Asher, buscando su consejo.

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Alexaider Pineda
me encanta este inicio ,tienes un gran talento
dana hernandez
Solo con este texto, empiezo a amar el libro 😍
Lourdes Castañeda
hola, podrías tradicirnos el francés, para saber que dice, muchas gracias y está muy buena la historia.
Rimur***
Retiro lo dicho anteriormente, ya no entendi nada.
Rimur***
No hablo francés pero creo que de momento entiendo lo que dice.
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