Esta es la historia de Sébastien Lafertè Dumont, un alfa que se mantiene alejado de los romances pues su prioridad son los tres grandes imperios que maneja junto a sus primos.
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Debo decirte la verdad.
Sébastien no sabía cómo carajos le iba a decir a Sandra que él realmente es un hombre lobo, la reacción de su flaquita lo tenía turbado, le preocupaba que ella quisiera huir de él, debido a su naturaleza.
Estaba sentado en su sillón de la oficina, pasando las manos por su cabello en señal de frustración. Sandra ingresaba justo en ese momento y lo bien en ese estado. Se acercó hasta él, quien al sentir su aroma, se calmó un poco.
- ¿Qué te pasa, bonito? - preguntó ya sentada en su regazo mientras acomodaba un poco el cabello de su amado.
- Es solo que estoy preocupado por algo... - la miró de lleno a los ojos - Sandra, necesitamos hablar de algo muy seriamente.
Esas palabras causaron un hueco en su estómago, al ver la seriedad con la que se las estaba diciendo.
- Caray, pues ya me asustas, ¿de qué se trata? - preguntó con temor.
- ¿Confías en mí? - su semblante era impasible.
- Sí, claro que lo hago. - respondió sin dudas, pues pese a conocerlo hace poco menos de un año, él le transmitía paz.
- Quiero que me acompañes este fin de semana a mi hogar, quiero mostrarte mi mundo, mis orígenes. - dijo.
- Si es lo que deseas, yo gustosa voy contigo donde quieras. - respondió ella.
- ¡Perfecto! Este fin de semana viajaremos a Lune de Sang. - terminó de decir.
El nombre del lugar causó extrañeza en la chica, era un nombre bastante peculiar para un pueblo, pero decidió no pensar en ello.
Tampoco es que fuera ajena a las cosas sobrenaturales, cuando vivía en La Esperanza, sus hermanos y ella venían de una feria del pueblo y se les apareció la Llorona en el camino de tierra que llevaba a su casa, ese día su hermano mayor terminó desmayado al pie del portón de entrada.
Sébastien se dirigió a una cita de negocios con unos italianos que habían pensando en invertir en tecnología de la compañía Dumont.
- Mi Flaquita, vamos a la cena con los italianos, veremos qué nos ofrecen. - avisa el alfa.
- Sí, dame un momento. - se levanta, toma su abrigo y su bolso.
Ambos salieron tomados de la mano, ya todos en Dumont Company sabían que Sandra era la reina luna, así que la mayoría se referían a ella con mucho respeto.
Se subieron al auto de Sébastien y su chofer comenzó a conducir hasta el restaurante que estaba a 20 minutos de la compañía.
Al entrar al lugar, el alfa se presentó y de inmediato los dirigieron hacia la mesa donde ya estaban esperando un grupo de 3 hombres y dos mujeres.
Al llegar Sébastien junto a Sandra, los hombres se pusieron de pie para saludar a los recién llegados, mientras las mujeres saludaron desde sus puestos.
- Los estábamos esperando para ordenar la comida. - habló el que parecía mayor.
- Gracias por esperarnos, ella es Sandra Jaramillo, mi novia. - presentó a su luna de manera orgullosa.
Los 5 saludaron muy amables. Pronto todos se vieron envueltos en una agradable conversación, las italianas resultaron siendo muy queridas, le propusieron a Sandra que las acompañara al día siguiente a recorrer París.
La verdad es que Sandra era una mujer que agradable, muy inteligente y humilde. Pese a ser la novia de uno de los hombres más notables de Francia y Europa, ella se mantenía igual, siendo la misma muchacha que salió de La Esperanza.
Al día siguiente se encontró con las italianas, ella y Sashi se encargaron de hacerles un recorrido por los lugares más emblemáticos de la ciudad. Las nuevas amigas quedaron encantadas con las chicas, tanto así, que las invitaron a Florencia cuando quieran. También intercambiaron números par estar en contacto.
Por fin llegó el viernes, así que Sébastien le había pedido a Sandra que trajera una maleta con ropa, pues irían en helicóptero desde la compañía.
Sandra jamás había subido a un aparato de esos en su vida, los nervios la carcomían de solo pensarlo.
- Tranquila mi Flaquita, es un viaje seguro. - le tomó la mano, para brindarle seguridad.
Rodeó con su brazo los hombros de la muchacha, ella no lograba entender, cómo es que ese hombre con solo un toque, podía generarle tanta confianza, que aún en ese helicóptero, ella se sentía segura y que nada malo podía pasarle.
Pronto llegaron a la manada, al bajar, Sandra estaba maravillada por como la naturaleza se mezclaba con la arquitectura de las hermosas casas empedradas.
- Esto es demasiado hermoso, parece un sueño. - dice fascinada.
- Bienvenida a Lune de Sang, este será tu nuevo hogar. - marcó con seguridad.
- ¿Me está proponiendo matrimonio, señor Lafertè? - preguntó coqueta.
Detuvo su andar hacia la mansión y las pegó aún más a su cuerpos, colocando ambas manos en la cintura de su amada.
- Contigo quiero todo, eres mi más grande tesoro, mi amada, mi destino. - le habló, clavando sus ojos grises en la mirada-noche de ella.
- No sé qué me haces Sébastien, pero creo ciegamente en ti. - acarició con ternura su rostro limpio de barba.
Después de darse un beso, retomaron su andar, hasta que llegaron a la mansión y Sandra estaba sorprendida por el lujo del lugar, eso en un momento la hizo sentir chiquita.
- Sébastien, mi niño. - saludó emocionada Rebecca a saludar a su nieto.
- Abuela, que gusto verte, mira, - atrae un poco más a Sandra - ella es Sandra Jaramillo, ellas es mi mate.
Sandra quedó confundida ante todo. Lo primero, no podia creer que esa mujer de apariencia de 40 tantos años, tuviese un nieto así de grande. Lo segundo es, ¿por qué usaban términos como mate y luna?. Y tercero y último, allí todos parecían los súbditos cortesanos de un rey.
- Mira nada más que hermosa eres, pareces una de esas modelos de pasarela. - habla emocionada Rebecca, mientras la abrazaba, extrañamente se sintió reconfortada por ese abrazo - Soy Rebecca, la abuela de este muchachote.
- Es un gusto, soy Sandra Jaramillo, es usted muy linda. - le dijo con una sonrisa tierna.
Los tres se dirigieron al interior de la mansión, donde ya los esperaban Antonietta, Beneditte y Antoine.
- Buenas tardes familia, les presento a mi luna. - otra vez usaba ese romoquete extraño.
- Bienvenida querida, - saludó con familiaridad, Antonietta - a mi compañero ya lo conoces, - miró a su padre - él es Antoine Dumont, mi padre.
La quijada casi se le cae, era absurdo pensar que esa pareja fueran de verdad los abuelos de su apuesto novio.