El poderoso sultán Selin, conocido por su destreza en el campo de batalla y su irresistible encanto con las mujeres, ha vivido rodeado de lujo y tentaciones. Pero cuando su hermana, Derya, emperatriz de Escocia, lo convoca a su reino, su vida da un giro inesperado. Allí, Selin se reencuentra con su sobrina Safiye, una joven inocente e inexperta en los asuntos del corazón, quien le pide consejo sobre un pretendiente.
Lo que comienza como una inocente solicitud de ayuda, pronto se convierte en una peligrosa atracción. Mientras Selin lucha por contener sus propios deseos, Safiye se siente cada vez más intrigada por su tío, ignorando las emociones que está despertando en él. A medida que los dos se ven envueltos en un juego de miradas y silencios, el sultán descubrirá que las tentaciones más difíciles de resistir no siempre vienen de fuera, sino del propio corazón.
¿Podrá Selin proteger a Safiye de sus propios sentimientos?
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El deber llama
La semana que compartimos Safiye y yo fue como una brisa cálida en medio de una tormenta. Una tregua en la agitada vida que me aguardaba en el imperio. Los días pasaron como si el tiempo mismo hubiera decidido detenerse para nosotros, permitiéndonos disfrutar del presente sin pensar en las responsabilidades que inevitablemente se cernían sobre mí. Cada mañana despertaba con su cabeza descansando en mi pecho, su respiración suave y su piel cálida contra la mía. Su presencia había logrado una paz en mi vida que nunca pensé que necesitaría con tanta urgencia.
Durante esa semana, había mucha pasión. Las noches parecían incendiarse con la intensidad de nuestros encuentros. Nos entregamos el uno al otro sin reservas, como si cada beso y cada caricia pudiera compensar el tiempo que nos faltaba. Me perdí en su risa, en sus susurros, en la forma en que su cuerpo respondía al mío. La conexión entre nosotros era más profunda de lo que jamás había imaginado, y, por primera vez en mucho tiempo, me permití olvidar mis deberes, aunque solo fuera por un breve lapso.
Cada momento con Safiye era precioso. Caminábamos por los jardines, nos recostábamos bajo las estrellas, y cada gesto que compartíamos, cada palabra intercambiada, estaba impregnada de un amor que ninguno de los dos podía negar. Pero sabía que esa paz era temporal. No podía permitirme el lujo de quedarme allí para siempre, por más que lo deseara. Tenía un imperio que gobernar y responsabilidades que no podía ignorar.
Una noche, mientras estábamos sentados junto al fuego, Safiye se acomodó en mi regazo. Sus brazos se enredaron alrededor de mi cuello, y su mirada, aunque tranquila, llevaba un atisbo de tristeza que no pudo ocultar. Me conocía lo suficiente para saber lo que estaba por venir.
—No quiero que te vayas —susurró, besándome suavemente en los labios.
Mis manos recorrieron su espalda, tratando de memorizar cada curva, cada sensación que su cuerpo me ofrecía. Quería quedarme con ella. Deseaba más que nada poder seguir allí, en su regazo, como si el mundo exterior no existiera. Pero la realidad pesaba sobre mí como una cadena invisible, una que no podía ignorar por más tiempo.
—Safiye... —murmuré, deteniéndome un momento para besarla con ternura—. Debo irme. El imperio me necesita. Killa me ha enviado una carta con urgencia. Algo ha ocurrido, y no puedo ignorarlo.
Safiye me miró en silencio, su expresión suavizándose aunque el dolor en sus ojos seguía presente. Sabía que mis palabras eran ciertas, pero eso no hacía que el adiós fuera más fácil. Me tomó la cara con ambas manos, trazando el contorno de mi mandíbula con sus dedos.
—No es justo —dijo, su voz apenas un murmullo—. Apenas hemos tenido tiempo para nosotros... y ya tienes que irte.
Apoyé mi frente contra la suya, cerrando los ojos por un momento, tratando de contener la tristeza que se alzaba en mi pecho. Quería prometerle que no me iría, pero no podía hacer una promesa que no cumpliría.
—Volveré pronto —le aseguré, acariciando su cabello suavemente—. Lo prometo, Safiye. No dejaré que pase demasiado tiempo antes de regresar. Pero no puedo quedarme ahora. El imperio necesita a su sultán.
Ella no respondió de inmediato, pero sus brazos se apretaron un poco más alrededor de mí. Luego, con un suspiro resignado, se separó lo suficiente para mirarme a los ojos. Sus labios, tentadoramente cercanos, aún llevaban el calor de nuestro último beso.
—No me hagas esperar mucho, Selin —susurró, y pude ver la batalla interna que libraba para mantener su compostura—. No sé cuánto tiempo podré estar aquí sin ti.
Le respondí con un beso suave, uno que contenía una promesa silenciosa. No le fallaría. Haría todo lo posible por regresar a su lado lo más pronto posible.
Esa misma noche, después de nuestro emotivo adiós, fui a ver a Derya y Henry. Ambos me esperaban en el salón privado, sus rostros serios al verme entrar. Había mucha urgencia en mi partida, pero aún así, sentía que debía hablarles antes de irme.
—Tengo que partir al amanecer —les dije, sin preámbulos—. Killa me ha enviado una carta. Hay un asunto urgente en el imperio que debo atender.
Henry, siempre el pragmático, asintió lentamente, aunque noté una chispa de preocupación en sus ojos.
—Entendemos, Selin. Sabemos que tienes obligaciones que cumplir. Pero, ¿es tan urgente que no puedas quedarte al menos un día más?
Negué con la cabeza. Había pasado una semana completa en lo que parecía un idilio, pero sabía que no podía retrasar mi regreso más tiempo.
—No puedo —dije con firmeza—. El imperio me necesita, y no puedo ignorar el llamado de mi kphy haga. Pero prometo regresar tan pronto como sea posible. Cuando vuelva, hablaremos de algo importante que tengo en mente. Hay muchas cosas que quiero discutir con ustedes, pero no puede ser ahora.
Derya, siempre la más perceptiva de los dos, me observó en silencio por un momento antes de hablar.
—Sabes que siempre te apoyaremos, Selin. Haz lo que debas hacer. Pero asegúrate de volver. —Su mirada, aunque serena, llevaba una advertencia sutil, como si supiera que este no sería un adiós fácil para nadie.
Les agradecí con una inclinación de cabeza y, tras algunas palabras más, me retiré a mis aposentos. Esa noche no dormí mucho, pensando en lo que me aguardaba en el imperio y en lo que había dejado atrás. Pero una cosa era segura: volvería. Safiye, Derya, Henry... todos ellos eran parte de mi vida ahora, y no los dejaría atrás sin luchar por lo que habíamos construido.
A la mañana siguiente, justo cuando el sol comenzaba a teñir el cielo de tonos anaranjados, partí hacia el imperio. Mientras el carruaje se alejaba del palacio, mis pensamientos estaban con Safiye, deseando que mi partida no fuera tan dolorosa para ella como lo era para mí. Al despedirnos en secreto, mi corazón se partió en dos al verla tan triste.
El viaje de regreso fue rápido, pero cada segundo se sentía interminable. Sabía que en cuanto llegara, estaría sumido en los problemas del imperio, pero mi mente no podía evitar regresar una y otra vez a los momentos compartidos con Safiye. Mi corazón estaba dividido entre el deber y el amor, y aunque sabía que mi responsabilidad como sultán debía ser lo primero, no podía evitar anhelar el día en que pudiera regresar a su lado.
Cuando llegué al palacio imperial, fui recibido por Killa, mi kaphy haga, quien esperaba con una expresión seria.
—Sultán, es bueno tenerte de regreso —dijo, inclinándose ante mí—. El imperio ha estado inquieto en tu ausencia.
—Inquieto, dices —respondí, mientras lo seguía hacia el interior del palacio—. Explícame qué ha ocurrido en mi ausencia.
Mientras Killa me ponía al tanto de la situación, mi mente seguía dividida. Sabía que tenía que concentrarme en mi trabajo, en el imperio, pero la imagen de Safiye, sentada en mi regazo, pidiendo que no me fuera, seguía rondando en mi mente. Había prometido volver, y lo haría. Pero primero, tenía que enfrentar lo que sea que me aguardaba en el imperio.
Y cuando todo estuviera en su lugar, regresaría a ella.