Un hombre que a puño de espada y poderes mágicos lo había conseguido todo. Pero al llegar a la capital de Valtoria, una propuesta de matrimonio cambiará su vida para siempre.
El destino los pondrá a prueba revelando cuánto están dispuestos a perder y soportar para ganar aquella lucha interna de su alma gemela.
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Capitulo 15
Aria seguía agitándose en el suelo, su cuerpo sacudido por espasmos que parecían arrancarle el alma, como si una fuerza invisible se hubiera aferrado a ella. Riven quedó inmóvil, helado por una impotencia que le quemaba el pecho, mientras Mita se arrodillaba junto a la joven, intentando sujetarla, murmurando palabras inútiles para apaciguarla.
Era un cuadro de dolor y desesperación que parecía ajeno al mundo, como si el tiempo se hubiera detenido. Entonces, de pronto, el cuerpo de Aria se aflojó, quedando inmóvil. Mita, con la voz quebrada, susurró:
—¿Señorita…?
No hubo respuesta.
Una punzada brutal atravesó el corazón de Riven. Sin perder un segundo, la tomó entre sus brazos y gritó con furia:
—¡Busquen al médico!
Un caballo relinchó al recibir la orden de su jinete, que partió a galope. Los demás soldados, tensos, siguieron a Riven mientras este avanzaba con pasos largos hacia las puertas del palacio.
El pueblo quedó atrás, sumido en un silencio sepulcral. Los pocos rostros que habían presenciado la escena se miraban con miedo, susurros sofocados flotando en el aire. Nadie sabía quién era esa mujer ni qué extraña desgracia acababa de desatarse.
Dentro del palacio, Riven llevó a Aria hasta una habitación amplia pero sombría y la depositó con cuidado sobre la cama.
—Riven… —murmuró ella, apenas audible, pero con un dejo de alivio.
—Estoy aquí. El médico llegará pronto —dijo él, intentando sonar seguro.
Desde el umbral, Mita chasqueó la lengua con desdén.
—¿Un médico? —repitió, como si la palabra fuera una broma cruel.
Riven, consumido por la tensión, giró hacia ella con el rostro endurecido. Su corpulencia eclipsaba la figura de Mita, que dio un paso atrás.
—No te entrometas. Fuera —gruñó, con una voz que vibró en las paredes.
Pero Aria, contra todo pronóstico, se incorporó de golpe.
—Basta —ordenó con una firmeza que los dejó sin aliento—. Solo necesito un momento a solas.
—No, señorita. No la dejaré —replicó Mita, clavando sus pies en el suelo.
La mirada de Aria se encendió de ira.
—Ya te dije que no es tu deber cuidarme… y mucho menos el tuyo —dirigió la frase como un dardo a Riven—, porque aún no estamos casados.
El silencio cayó como una losa. Riven apretó los puños, pero cedió.
—Está bien… pero el médico te revisará.
Cerró la puerta de un portazo.
Mita permaneció en el pasillo, llevándose una mano a la boca.
—¿De verdad piensas casarte con ella? —murmuró, como si fuera un sacrilegio—. Por los dioses… pensé que eras solo un codicioso, pero ahora sé que estás loco.
Un soldado llegó acompañado de un anciano de barba gris, que hizo una reverencia.
—Señor, un honor servirle.
—Está allí —indicó Riven, apartándose.
El médico entró. La habitación estaba en penumbra; la luz del sol se filtraba tímidamente entre las cortinas, tiñendo el ambiente con un brillo polvoriento. En la cama, un bulto oscuro permanecía inmóvil.
—Soy el médico del pueblo, vengo a—
Una risa, seca y sin rastro de alegría, lo cortó. Aria levantó la cabeza. Bajo un velo negro que cubría su figura, sus ojos brillaban con una mezcla de desafío y resignación.
—Usted no puede ayudarme… nadie puede —susurró, como si dictara una sentencia.
El médico, incómodo pero obstinado, dio un paso más.
—Quizá, si me dice qué le sucede, pueda.—
—¿Ah, sí? —dijo Aria, con un filo de sarcasmo—. Entonces… empecemos.
Su voz se volvió tan fría que el aire pareció espesarse. El médico sintió un escalofrío treparle por la espalda. Algo, en esa habitación, no era humano.
Él intentó mantener la compostura.
—¿Qué le sucede, señorita?
Aria no respondió. Solo lo miró, y en esa mirada había un peso oscuro que amenazaba con aplastarlo. La habitación, cargada de una energía invisible, parecía cerrarse sobre él, como si cada respiración costara más trabajo y el médico no podía evitar sentir que estaba caminando sobre terreno peligroso.