Vidas Paralelas

Kate

Siempre me había gustado la luz de la sala de arte, como artista, o así pensaba que era; siempre había valorado las cosas sencillas una buena luz, una buena escena era suficiente para captar mi atención y capturar esos momentos bien sea con el clic de mi vieja cámara fotográfica o con mi mente para después plasmarlas en el lienzo.

Estaba rodeada de pinturas y dibujos de mis estudiantes, pero en ese momento, todo se sentía distante. Mi mente vagaba por la noche de nuestro aniversario. Recordar cómo me quedé sentada sola en la mesa, con la luz de las velas parpadeando, me hacía sentir como un fantasma en mi propia vida.

—¿Sra. Pierce? —La voz de uno de mis estudiantes, un chico de dieciséis años, rompió el hilo de mis pensamientos.

—¿Sí, Alex? —respondí, forzando una sonrisa.

—Quería preguntarle si puedo usar un par de colores más para mi proyecto.

—Claro, el arte es sobre expresarse. Usa lo que necesites —respondí, mordiéndome el labio. Mi mente volvía al momento en que Austin, finalmente, llegó a casa a la una de la mañana y como la mañana siguiente me ofreció un par de disculpas como si fueran caramelos, pero yo sabía que el sabor de la noche no se podía ocultar. Su mirada estaba cansada, pero aun así, había un destello en sus ojos; ese brillo que yo misma había amado alguna vez, aunque me sentía como un adorno en su vida.

Un suspiro. Tenía que concentrarme. Al finalizar la clase, revisé mi celular y me encontré con un mensaje de Austin:

*Hola\, cariño. Espero que tu día haya sido maravilloso. No olvides la Gala Benéfica esta noche. Estoy ansioso por presentarte a algunos colegas. Te quiero.*

A menudo, sus palabras eran dulces como el chocolate, pero lo que necesitaba era su tiempo, su presencia, una conexión auténtica. Le respondí rápidamente con un “te veo pronto” y me marché a casa a prepararme después de escribirle a mamá para recordarle nada de golosinas para Sofi, quien se quedaría esta noche en casa de mis padres.

Al llegar a casa, tomé un largo baño para relajarme, Austin había llegado más temprano esta vez, me había dado un escueto beso en la frente mientras estaba en la bañera y me decía que utilizará el baño del pasillo para asearse y alistarse. No recuerdo que preguntara por Sofi.

Cuando decidí que era suficiente ya mis dedos se comenzaban a transformar en pasas; salí de la bañera y me envolví en una bata de baño para iniciar mi preparación para la gala, me miré en el espejo, me hice un maquillaje sencillo acentuando mis ojos y resaltando mi mirada aguamarina. Deslicé un vestido negro sencillo sobre mi figura. No necesitaba ser ostentosa; siempre había sido de buen gusto, y el negro nunca fallaba. Miré mi reflejo con un aire de resignación, una mezcla de familiaridad y expectativa. Mi cabello, suelto y brillante, caía en ondas suaves alrededor de mis hombros.

Me estaba dando los últimos toques que consistía en un spray de perfume que Austin me había regalado la Navidad pasada, cuando entró en la habitación a cerciorarse si estaba lista para salir,   irradiaba confianza en su esmoquin. Era la versión perfecta de él: alto, con los hombros rectos y una sonrisa seductora que podría iluminar cualquier habitación.

—Wow, Kate, estás… impresionante —dijo, sus ojos recorriendo cada centímetro de mi figura.

—Tú también, Cariño. Estoy segura de que te robaras el espectáculo esta noche.

—¿Quién, yo?... Si solo soy el médico perfecto —rio, guiñándome un ojo.

Esa frase me dejó con un retortijón en el estómago, pero lo ignoré. Salimos de la casa, y mientras caminábamos al automóvil, mi mente intentaba construir una muralla de emociones. La Gala Benéfica era un campo de batalla, un lugar donde yo, la esposa del médico perfecto, debía jugar mi papel a la perfección.

Al llegar, la opulencia de la sala me dejó pasmada. La música suave de un cuarteto de cuerdas llenaba el aire, mientras los murmullos de una multitud bien vestida creaban una atmósfera vibrante. Austin, como era de esperar, fue rápidamente rodeado por colegas y donantes.

—¡Dr. Pierce! —exclamó un hombre corpulento, saludándolo. Era el Dr. Sloan quien después de saludarme e intercambiar una plática sobre Cirugía Robótica y de todo lo que harían con el nuevo equipo que adquirirían  con el dinero de la gala, su mirada se posó en mí—. Sra. Pierce, debe estar tan orgullosa. Tiene tanto prestigio en el hospital.

—Es un gran médico —respondí, aunque por dentro solo podía sentir una presión creciente.

Los elogios continuaron, comentarios sobre sus logros, su generosidad, y en cada palabra, yo desaparecía un poco más.

—¡Qué suerte tienes, Kate! —dijo otra mujer con un vestido brillante, brillando casi tanto como sus ojos.

—Sí… —musité, mientras la visión de Austin conversando con todos ellos me hacía sentir más pequeña.

A medida que avanzaba la noche, la tensión en mi pecho aumentaba. Las miradas que las mujeres lanzaban a mi esposo no pasaron desapercibidas. Era un espectáculo. Me sentía como un pez fuera del agua, ansiosa por escapar, pero la abnegación de ser la esposa perfecta me mantenía anclada.

En un rincón, vi a una mujer exuberante, con un vestido rojo que dejaba poco a la imaginación. Sus labios rojos y su cabello sedoso cayendo por su espalda descubierta la hacían ver como un imán, llamando la atención de todos, incluido Austin.

—¿Verdad que la Gala está increíble, cariño? —pregunté, intentando sacar algo de él.

—Sí, el equipo que adquiriremos nos pondrá en un nuevo nivel quirúrgico —respondió distraído, sin apartar la vista de la mujer.

Mis tripas se retorcieron. La mujer trató de llamarlo, él se rio de algo que ella dijo, y el aire entre ellos estaba cargado. Noté cómo sus ojos se encontraban en un juego peligroso, y algo dentro de mí se desvió a un lugar oscuro.

—¿Te gustaría ir a un rincón más tranquilo, amor? —sugerí mientras la música se convertía en un murmullo y las risas se difuminaban.

—Un momento, Kate, estoy en conversaciones importantes —dijo sin mirarme, mientras continuaba conversando con un par de millonarios auspiciantes de la gala y les vendía la idea de la importancia de la robótica en el campo de la cirugía.

Las palabras me atravesaron como un dardo. Era el médico perfecto.  La apoteosis de la admiración y el deseo, y yo, su esposa, me sentía como un accesorio olvidado. Después de todo, en su universo maravilloso yo solo era una sombra.

—Está bien. Te esperaré.

Seguí observándolo, sintiendo cómo la presión aumentaba en el pecho. Las palabras que había escuchado a lo largo de la noche giraban en mi cabeza, pero al mismo tiempo, había una revelación sombría y definitiva. Lo que todos veían, no era más que una fachada.

Un susurro en mi mente me decía que sería mejor marcharme, antes de que la radiancia de su éxito se tiñera de sombras... antes que mi corazón se partiera en mil pedazos.