Lucia Bennett, su vida monótona y tranquila a punto de cambiar.
Rafael Murray, un mafioso terminando en el lugar incorrectamente correcto para refugiarse.
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Capitulo 15
La noche aún cubría la ciudad cuando Rafael recibió la llamada.
Estaba de pie frente a un ventanal en el piso más alto del edificio seguro, el humo de su cigarro ascendiendo en espirales lentas, cuando su tercero al mando, Iván, le habló con tono grave al otro lado de la línea:
—Vittorio escapó. Usó un jet privado desde la pista del norte. Ya está fuera del radar.
Rafael no dijo nada al principio.
Sus ojos siguieron fijos en el horizonte oscuro, apenas parpadeando.
Solo su mandíbula, que se tensó con violencia, traicionó su rabia contenida.
—¿Quién estaba vigilando esa pista? —preguntó finalmente, su voz tan baja como una amenaza.
—No teníamos indicios de movimiento ahí. Fue una jugada limpia y rápida. Pero ya estamos rastreando la ruta del jet. Lo ayudaron a huir. Eso significa que aún tiene aliados.
Rafael apagó el cigarro en un cenicero de cristal con un gesto seco.
Se volvió hacia la sala, donde varios de sus hombres lo esperaban en silencio.
—Quiero saber a dónde va, quién lo recibe, y cuánto tiempo piensa esconderse —dijo con calma helada—. No importa si hay que mover cielo, mar y tierra. Quiero ubicación exacta.
Todos asintieron al instante.
—Y díganle a Sergio que hable con los contactos en migración, aeropuertos y aduanas privadas. Cada nombre, cada pista, cada paso...
—Hizo una pausa breve—. Quiero a Vittorio Rivetti marcado como hombre muerto.
Nada de sombras. Nada de escondites.
Un silencio pesado se asentó en la sala.
Rafael inspiró hondo.
En su mente, la imagen de Lucía dormida, a salvo por ahora… pero aún demasiado cerca del fuego.
Y entonces, como un susurro de acero, dijo:
—La cacería aún no ha terminado. Apenas comienza.
La luz suave del amanecer se colaba entre las cortinas del refugio.
Lucía despertó lentamente, envuelta en sábanas cálidas, con la sensación confusa de no estar del todo en su hogar... pero segura. Muy segura.
Giró sobre la almohada, estirándose, hasta ver a Rafael de pie junto a la ventana, con la camisa arremangada y el rostro cansado, pero vigilante.
Él la notó enseguida y se acercó con una expresión que solo reservaba para ella.
—Buenos días —dijo con una voz más suave de la que usaba con el resto del mundo—.
¿Dormiste bien?
Lucía asintió, aún con los ojos medio cerrados.
—Sí... creo que por primera vez en días —murmuró—.
¿Y tú? ¿No dormiste nada?
—No podía —respondió, sentándose al borde de la cama.
Ella lo miró, percibiendo la tensión bajo su calma.
—¿Pasó algo?
Rafael tardó un segundo antes de contestar.
—Uno de ellos escapó. Vittorio Rivetti. Usó un jet privado, pero estamos rastreando su paradero.
Por ahora, todo está bajo control. Pero... —hizo una pausa breve— aún queda un cabo suelto.
Lucía bajó la mirada, mordiéndose el labio con nerviosismo.
—¿Estoy segura aquí?
—Sí —afirmó Rafael con convicción—.
Ya tomamos todas las medidas. No vas a salir de este lugar si no es conmigo o con alguien en quien confíe más que en mi propia sombra.
Ella asintió lentamente, procesando la información.
—¿Y... puedo volver a mi rutina? A la librería, al trabajo... ¿o también tengo que renunciar a eso por ahora?
Rafael suspiró, alzando la mirada hacia ella.
—Quisiera decirte que sí. Pero no todavía. No mientras él esté libre.
Tu vida vale más que cualquier rutina.
Lucía se quedó en silencio un momento.
—Entiendo —susurró—.
Solo... prométeme que esto terminará pronto.
Rafael tomó su mano entre las suyas, con firmeza pero también ternura.
—Te lo prometo, Lucía.
Te lo juro por todo lo que soy... esto va a terminar.
Rafael aún sostenía su mano cuando ella lo miró, esta vez sin miedo, sin reservas.
—¿Y tú? —preguntó con suavidad—
¿Estás bien?
Él ladeó la cabeza, como si la pregunta lo tomara por sorpresa. Nadie le preguntaba eso. No de verdad.
—No lo sé —admitió—.
Creo que no lo he estado desde que te conocí.
Lucía frunció ligeramente el ceño, confundida.
—¿Por qué?
Rafael se inclinó apenas hacia ella, sus dedos acariciando el dorso de su mano con lentitud.
—Porque me importas más de lo que debería.
Y en mi mundo… eso puede ser mortal.
Lucía no apartó la mirada.
—¿Y si ya es demasiado tarde para no importar?
El silencio que siguió fue distinto.
Denso.
Cargado de una electricidad que ambos conocían, pero que ninguno se había permitido tocar por completo.
Hasta ahora.
Rafael alzó la otra mano y la llevó al rostro de Lucía, rozando con el pulgar su mejilla con una delicadeza inesperada para alguien como él.
—Lucía…
Ella cerró los ojos por un instante, como si su nombre en sus labios fuera suficiente para desarmarla.
—Estoy aquí —susurró—.
Y no me voy a ir. No si tú no me lo pedís.
Las palabras se suspendieron en el aire como una promesa tácita.
Entonces, sin prisa, sin permiso pedido, Rafael inclinó el rostro y la besó.
Fue un beso profundo, contenido, pero también desesperado.
Como si ambos entendieran que ese instante era un punto de quiebre.
Lucía le respondió con el mismo fuego, enredando sus dedos en su nuca, como si ya no quedara nada que fingir.
Y no lo había.
Cuando se separaron, sus frentes quedaron unidas, sus respiraciones entrelazadas.
—Esto no puede ser un error —dijo ella en voz baja—.
No cuando se siente así.
—No lo es —afirmó él—.
Nunca lo fue.
Y por primera vez, Rafael Murray, el hombre más temido de Nueva York, deseó que el mundo se detuviera.
Solo un poco.
Solo para quedarse ahí, con ella, en esa burbuja frágil que parecía protegerlos del caos que los rodeaba.
Rafael seguía junto a ella, acariciando con los dedos su cabello mientras Lucía apoyaba la cabeza en su pecho. Había una calma en ese momento que ninguno de los dos quería soltar. Una pausa en medio de la guerra.
—No sabía que se podía sentir así con alguien —dijo ella, apenas un susurro.
—Yo tampoco —respondió él, besando su frente—.
Contigo todo es distinto.
Lucía levantó la mirada, y sus ojos se encontraron otra vez. No había máscaras ni distancias. Solo ellos. Y un deseo creciente que ya no intentaban ignorar.
Rafael la atrajo hacia él, y esta vez el beso fue más profundo, más sincero, más entregado. Las manos de Lucía buscaron su camisa, los botones cediendo sin prisa. Rafael la sostuvo con ternura y decisión, como si aún en su urgencia no quisiera hacerle daño jamás.
El calor entre ellos creció con intensidad, desbordando el cuarto de una intimidad tan real como inevitable.
Pero entonces...
Un golpe seco en la puerta interrumpió el momento.
Rafael cerró los ojos con frustración, controlando su respiración mientras apoyaba la frente en la de ella.
—Lo siento —murmuró, aún sin soltarse.
—Está bien —respondió Lucía, suave, sin reproche—.
Ve... pero no tardes.
Él se incorporó, acomodándose la ropa antes de abrir la puerta.
Era uno de sus hombres, serio, con el teléfono en la mano.
—Señor, lo localizamos —dijo con urgencia—.
Tenemos confirmación de la ruta del jet. Vittorio aterrizó en una propiedad privada, al norte del estado. No está solo.
Los ojos de Rafael se endurecieron al instante.
—Prepárense. Que nadie entre ni salga sin mi autorización.
Voy en camino.
El guardia asintió y se fue sin más.
Rafael cerró la puerta lentamente y volvió a mirar a Lucía, que ahora se había sentado en la cama, con las sábanas cubriéndola y una pregunta silenciosa en sus ojos.
Él se acercó y le tomó el rostro entre las manos.
—Esto no terminó. Pero pronto lo hará.
Te lo prometí... y voy a cumplirlo.
Lucía asintió, tragando su miedo.
—Ve. Haz lo que tengas que hacer.
Rafael le besó la frente, como una promesa grabada en la piel.
Y luego, con el peso del deber sobre los hombros y el fuego de ella aún en su pecho, se marchó a enfrentar al último enemigo.
El hangar subterráneo olía a metal, pólvora y decisión. Rafael caminaba al frente, sus pasos firmes resonando contra el concreto mientras sus hombres se alineaban a su alrededor, esperando órdenes.
Sobre una gran mesa de acero, planos, fotos satelitales y documentos confidenciales se extendían como el tablero de un ajedrez mortal.
—El jet aterrizó en este punto —señaló Rafael marcando con el dedo una zona boscosa en el norte del estado—. Una finca rodeada por kilómetros de terreno privado, controlado por viejos aliados de los Rivetti. Si están ahí... planean resistir.
Uno de los suyos, Mateo, alzó la voz:
—Tenemos a dos informantes dentro. Dicen que hay al menos una docena de hombres con armamento pesado. Vittorio se está reagrupando.
—Y planeando otro golpe —añadió Rafael con dureza—.
Pero no vamos a esperar.
Tomó una carpeta negra y la lanzó sobre la mesa. Se abrió mostrando las imágenes de los principales hombres de Vittorio, sus rutas habituales, puntos débiles.
—Divídanse en tres grupos. El primero entrará desde el bosque, en silencio. El segundo cortará comunicaciones. El tercero... —sus ojos ardieron con una determinación feroz— irá conmigo por la puerta principal. No dejaremos margen de error.
Un silencio tenso se instaló en el aire.
—¿Qué hacemos con Vittorio si lo encontramos? —preguntó uno de ellos.
Rafael levantó la mirada, helada.
—Lo traemos vivo. Si se resiste... ustedes ya saben qué hacer.
Asintieron todos.
—Esto termina esta noche —declaró—. Nadie amenaza lo que es mío y vive para contarlo.
Guardó los planos y tomó su arma personal, asegurándose de tener cada bala, cada detalle. No solo era un golpe. Era el cierre. Era su última jugada.
Mientras el convoy de vehículos comenzaba a prepararse, Rafael subió al blindado con la mente fija en una sola cosa:
Lucía.
Ella era su mayor debilidad.
Pero también su razón más poderosa para no fallar.
Éste hombre no duerme?
Caramba!!!
Éste tipo ya la localizó
y ahora?