El Fin Justifica Los Medios

Los días pasaron en una calma aparente, una semana transcurrió como un suspiro en el vasto marco del tiempo.

Lisel, inmersa en su rutina, finalizaba el tedioso repaso del presupuesto de la mansión cuando Margaret irrumpió en la sala, seguida de cerca por Carlier.

—¿Terminaste con esas cifras, Lisel? —la voz de Margaret era una mezcla de aburrimiento y desdén.

—Hay asuntos más apropiados para ti.

Mientras se acercaba a la ventana, su mirada se desviaba hacia las rosas florecientes del jardín.

—Parece descuidado últimamente. ¿No te parece? —añadió, con una mirada crítica.

—Sí, he terminado —respondió Lisel, con voz neutral y controlada.  Tratando de ocultar la irritación que le provocaba la observación infundada de su madrastra.

Margaret se acercó y posó su mano en el hombro de Lisel. No era un toque gentil, pero tampoco un golpe.

Lisel sabía lo que significaba, era una advertencia.

—¿Se le ofrece algo más, madre? —la palabra "madre" salió de los labios de Lisel con énfasis, esperando que Margaret aflojara su agarre.

Carlier, apoyado en el marco de la puerta con una sonrisa torcida, observaba la escena. Su mirada se mantenía fija en Lisel, claramente satisfecho con la situación.

Disfrutaba de verla así, a merced de ellos.

—Carlier —intervino Margaret, su voz teñida de expectativa —ha sido invitado a una cacería por el Príncipe Teodor Lanverd.

Al escuchar el nombre del Príncipe Heredero, Carlier frunció el ceño en claro disgusto, pero no dijo nada.

Lisel, a pesar de conocer las ambiciones de Margaret y la obsesión de Carlier, mantuvo su semblante impasible. Una máscara de neutralidad frente a la toxicidad de su familia.

—Deberías asistir a la cacería, Lisel —sugirió Margaret, con un tono de mando disfrazado de sugerencia.

"¿Ahora pretende matarme y hacerlo pasar por un accidente?"

Lisel reflexionaba con un deje de paranoia.

"Seguro ha contratado a alguien que, en plena cacería, me confundirá con un ciervo. O peor aún, ¿y si me toca ser la presa? Imagínate, todos persiguiéndome por el bosque, ¡qué espectáculo!"

Se detuvo un momento, reflexionando mentalmente otras posibilidades igualmente extravagantes.

"O quizás haya maquinado que alguna noble me eche una bebida encima para avergonzarme. Espera, eso no suena tan mal. Comparado con ser cazada, un poco de humillación pública suena hasta atractivo. ¿Quién diría que llegaría a preferir la vergüenza a una muerte prematura?"

La mente de Lisel era un torbellino de teorías.

Estaba convencida de que Margaret tramaba algo siniestro.

Después de todo, nunca antes le había permitido asistir a un evento donde pudiera forjar alianzas entre la nobleza. Siempre la había mantenido aislada, probablemente rechazando invitaciones a fiestas antes de que siquiera llegaran a sus manos.

Lisel no podía evitar pensar en todas las posibles conspiraciones mientras una sonrisa nerviosa jugaba en sus labios.

—Lisel, no es una mera sugerencia —la voz de Margaret era fría y calculadora.

—Pero, yo... —Lisel comenzó a protestar, pero Margaret la interrumpió.

—No es negociable —insistió, con un tono que no admitía réplica.

Carlier fruncía el ceño, claramente en conflicto. Le disgustaba la idea de que Lisel se encontrará con el Príncipe Heredero durante la cacería, pero enfrentarse a su madre era algo que no se atrevía a hacer.

—La cacería podría ser peligrosa —musitó, buscando un argumento para evitar que Lisel fuera.

Margaret se volvió hacia Carlier, su mirada desafiante poco a poco se aflojo para mostrar una mirada cálida a su hijo.

—Carlier, tu deber es asistir y hacer contactos importantes. Lisel estará a salvo bajo tu supervisión —aseguró con convicción.

Lisel sintió un escalofrío al darse cuenta de que no tenía salida. La decisión de Margaret era definitiva y cualquier intento de resistirse solo empeoraría las cosas.

Resignada, asintió lentamente.

—Entendido, madre —dijo, obligándose a ocultar su desagrado.

Margaret sonrió, satisfecha con su victoria.

—Ahora, si me disculpan, iré a atender el jardín.

Despidiéndose cortésmente, Lisel se alejó del lugar.

El día de la cacería había llegado, y el ambiente en los vastos bosques de Castelar era una mezcla de emoción y expectativa.

Carlier, Lisel y Margaret se preparaban para el evento, cada uno con un estilo distintivo.

Carlier lucía un atuendo de cacería adornado con lujosos detalles: su chaqueta de terciopelo marrón estaba bordada con hilos dorados, y sus botas, pulidas hasta alcanzar un brillo casi especular, crujían con cada paso. A pesar de la elegancia de su atuendo, parecía incómodo, quizás por el peso de las joyas que adornaban su cuello y muñecas. En su cinto colgaba una daga finamente labrada, más un adorno que un utensilio práctico.

Margaret, en su afán por destacar, había optado por una vestimenta que rozaba lo extravagante. Su vestido, de un azul intenso, estaba decorado con joyas que centelleaban con cada rayo de sol, complementado con un sombrero de ala ancha adornado con plumas de faisán. Las joyas que llevaba no solo eran numerosas, sino también voluminosas, haciendo que cada movimiento fuera un desafío en sí mismo.

En contraste, Lisel había elegido la simplicidad para su atuendo. Vestía una blusa blanca y un traje de caza de tonos terrosos. Práctico pero elegante, que realzaba su figura sin restringir su movimiento. Su cabello estaba recogido en una trenza sencilla, con algunos mechones sueltos enmarcando su rostro. A pesar de la falta de adornos lujosos, su belleza natural y la gracia con la que portaba su vestimenta le conferían una presencia cautivadora.

Aunque Lisel no iba a participar activamente en la cacería, había escogido su atuendo con una mezcla de practicidad y precaución, influenciada por las inquietudes de la extraña invitación.

Sus pensamientos, plagados de las oscuras intenciones que sospechaba de Margaret, la llevaron a optar por una vestimenta que le permitiría moverse con agilidad.

En su mente, si la situación se tornaba peligrosa, estaría preparada para correr y refugiarse en lo alto de un árbol, lejos del alcance de cualquier disparo inesperado.

El terreno donde se llevaría a cabo la cacería era un espectáculo en sí mismo.

Los bosques de Castelar se extendían en todas direcciones, con árboles altos y robustos cuyas hojas se mecían suavemente al viento. El verde intenso del follaje, mezclado con el ocasional destello de un arroyo serpenteante, creaba un paisaje de ensueño.

Mientras Carlier se adentraba en el bosque con otros nobles cazadores, Margaret e Lisel se dirigían a la zona designada para el té.

Allí, se reunían con otros invitados, compartiendo conversaciones y observando de lejos la cacería.