Sebastián Spencer, exitoso arquitecto y empresario de la construcción, encuentra su vida entrelazada con el carismático empresario de juegos, Luciano Reyes. La trama se complica aún más cuando Sebastián descubre que Melisa, la esposa de Luciano, despierta en él sentimientos inesperados. Entre el diseño de estructuras y el riesgoso mundo de las apuestas, los protagonistas se ven atrapados en un triángulo amoroso que desafía las fronteras entre la arquitectura de sus vidas y los juegos de la pasión, desencadenando una historia llena de secretos, decisiones difíciles y una búsqueda inesperada de la verdadera construcción del amor.
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Capítulo 15
Olivia regresó a su hogar flotando en una nube de alegría. Los socios de Luciano habían elogiado entusiastamente los bocetos e ideas que ella les había presentado para el nuevo hotel. Sus propuestas habían sido recibidas con entusiasmo y admiración, lo que la llenaba de una satisfacción indescriptible.
Sin embargo, al entrar en la inmensa mansión, se encontró sola. Como Luciano aún no había regresado de su viaje de negocios, sabía que se quedaría sola en la vasta propiedad sin más compañía que la de sus propios pensamientos. Pero esta soledad no la abrumaba, si no todo lo contrario. En lugar de eso, Olivia se sentía libre, más libre de lo que había estado en mucho tiempo.
Mientras recorría los pasillos silenciosos, disfrutaba del espacio y la tranquilidad que la rodeaba. Era como si cada habitación vacía fuera un lienzo en blanco, esperando ser llenado con nuevas experiencias y aventuras. Aunque Luciano solía ausentarse con frecuencia por sus viajes de negocios, la sensación de libertad se le hacía cada vez más intensa, más palpable.
Así que, como cada vez que su esposo se ausentaba, decidió aprovechar la oportunidad para darles el día libre a los empleados. Con una sonrisa en el rostro, anunció la noticia a los pocos miembros del personal que aún quedaban en la mansión, y los vio partir con expresiones de gratitud y alegría. Con cada empleado que salía por la puerta, Olivia sentía cómo la mansión se volvía más suya, más íntima. Y eso le encantaba...
Una vez que estuvo segura de que ya no quedaba nadie más que ella en el lugar, sintió cierto alivio.Y aunque la soledad seguía presente, ya no era un obstáculo para ella. En cambio, se convirtió en una compañera silenciosa, una cómplice en su búsqueda de libertad y autodescubrimiento. Con cada paso que daba por los amplios salones y las vastas galerías, Olivia sabía que, aunque estuviera sola físicamente, su espíritu estaba lleno de vida y posibilidades. Y en esos momentos, eso era suficiente para hacerla sentir completa.
Sin detenerse a pensar más, la muchacha se dirigió con paso decidido a su habitación. Allí, con la misma naturalidad que siempre, se despojó de cada prenda de vestir, aliviando su cuerpo del peso del día. Como si fuera un ritual de liberación, se sumergió en un baño relajante, dejando que el agua caliente calmara sus músculos y despejara su mente.
Mientras se hallaba recostada en la bañera, disfrutando del aroma de las velas que había encendido y con los ojos cerrados, la joven se dejó llevar a un momento lleno de calma y quietud.
Al cabo de un buen rato, cuando las velas ya no desprendían aroma, Olivia abrió sus ojos, pues ya era tiempo de terminar con ese momento de relajación. Así que salió de la bañera, se envolvió en una suave bata de seda, sintiendo el roce delicado del tejido contra su piel, luego se vistió sencilla y cómodamente con un short de algodón y una blusa con tirantes, y bajó a la cocina con la determinación de prepararse una cena reconfortante. Entre los aromas tentadores que llenaban el aire, eligió algo sencillo pero apetitoso: una ensalada fresca con ingredientes que ella misma había elegido en el supermercado, acompañada por una porción de salmón al horno, sazonado con hierbas aromáticas.
Porque a pesar de ser la esposa de un hombre adinerado, entre las tantas cosas que ellos habían negociado antes de la boda, se encontraba la exigencia por parte de la muchacha de que sería ella quien se encargaría de realizar las compras para la casa. Y como Luciano era un hombre de palabra, cada semana ella hacía las compras para el hogar.
Tras haberse preparado la cena, salió de la cocina con la bandeja en las manos, equilibrando cuidadosamente los platos y cubiertos, se encaminó hacia el invernadero. Este espacio especial de la mansión era su refugio favorito, un oasis de verdor y serenidad bajo un techo de cristal que dejaba pasar la luz de las estrellas y la luna. Las plantas exóticas y coloridas se alzaban hacia el cielo nocturno, creando una atmósfera mágica y envolvente, que a la muchacha le encantaba.
Con su cena colocada sobre una mesa de hierro forjado, Olivia se acomodó en una cómoda silla de mimbre, dejando que el susurro de las hojas y el aroma fresco de las flores la envolvieran. Bajo la luz plateada de la luna, saboreó cada bocado con deleite, dejando que los sabores se mezclaran en su paladar con una armonía perfecta.
Cada instante en el invernadero era un regalo, una pausa en el frenesí del mundo exterior. Y en esa noche, con la brisa suave acariciando su piel y el murmullo tranquilo de la naturaleza como fondo, Olivia se sintió en paz consigo misma y con el universo que la rodeaba.
Esa noche, volvió a sentirse en paz, aquella quietud que le proporcionaba su soledad era lo mejor que podía pasarle y cada vez que se daba la disfrutaba al máximo.