Safira, una joven de veinte años que no tiene más esperanzas en la vida. Tras un trauma en su infancia, su psicológico se vio afectado y como siempre mal tratada por quien le amaba y protegía, su capacidad de lucha se vio afectada.
Con una hermana mayor que es la preferida de su madre, pero vendida por su padre, a un hombre temido por todos, conocido por ser implacable y cruel. Samira acabará casada con Alejandro Torreto, que tampoco está nada contento con esta unión.
Ahora Safira tiene que descubrir qué hacer y confirmar por sí misma si la fama de los Torreto es un hecho o sólo una leyenda...
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15 capítulo.
Alejandro.
Sé exactamente adónde vamos, adónde voy a llevarla, pienso que le va a gustar.
Alejandro: ¿Estás bien? ¿Estás herida?
Ella solo llora, no sé qué hacer, entonces la abrazo de nuevo y ella no se aparta.
Alejandro: Quiero irme de aquí, pero necesito saber si estás bien.
Ella asiente con la cabeza.
Alejandro: Muy bien.
Le pongo el cinturón y salimos de allí. Conduzco y la vigilo, parece que está más tranquila, el llanto no es tan fuerte y algunas lágrimas se escapan de sus ojos, quería abrazarla una vez más, consolarla, tenerla en mis brazos es tan bueno. Salgo de Madrid y tomo un camino de tierra, después de 30 o 40 minutos llegamos.
Alejandro: Conejita, quédate aquí.
Ella niega con la cabeza y se agarra a mi brazo.
Alejandro: Está bien, pero tendrás que agarrarte a mí, está oscuro y tengo miedo de que te caigas.
Asiente con la cabeza.
Abro la guantera y cojo las llaves, mi móvil también, su linterna ilumina algo.
Salgo del coche y abro la puerta para que ella salga, se agarra a mí, creo que su miedo es mayor que el pánico que siente por estar agarrada a un hombre. Caminamos un poco y alumbro la cerradura, consigo abrir la puerta y enciendo la luz del salón. Es un pequeño chalet que tengo y, gracias a Dios, vengo aquí todas las semanas, está limpio, tengo todo lo que necesito.
Chalet.
Alejandro: Ven, conejita, ahí hay un baño que puedes usar.
La llevo hasta la puerta del baño, entra y cierro la puerta.
Estoy preocupado por ella, voy a la habitación y cojo una toalla, no hay ropa de mujer aquí, solo la mía, busco en el armario una sudadera que tengo, es abrigada y cómoda, le quedará bien, no le cubrirá mucho las piernas, pero como soy más alto que ella, debería servir.
Alejandro: Conejita.
Llamo a la puerta, la ducha está abierta y ahora, ¿entro o no? Me arriesgo y hablo.
Alejandro: Voy a entrar.
Dudo y entro despacio, cuando miro, está sentada en el suelo con la ducha abierta, vestida y todo.
Alejandro: Conejita, oye.
El baño no tiene plato de ducha ni cortina, cierro el grifo.
Alejandro: ¿Qué hago contigo?
Le acaricio la cara, está temblando, cojo la toalla.
Alejandro: Tienes que quitarte la ropa, no puedes quedarte mojada, te está dando fiebre, si sigues así empeorarás, ayúdame, vamos, aquí tienes una camiseta y unos pantalones cortos míos, ¿puedes vestirte sola?
Ella entonces asiente con la cabeza.
Alejandro: Voy a salir, te espero ahí fuera, levántate, vamos.
La ayudo a levantarse, dejándola sola, pero me impaciento yendo de un lado a otro hasta que la puerta se abre y sale con la cabeza gacha, abrazándose a sí misma.
Alejandro: Tranquila, siéntate aquí, intentaré secarte el pelo.
Se sienta y yo reparo en sus piernas, que son muy bonitas.
Empiezo a pasarle la toalla por el pelo, secándolo, hasta que cojo un peine y se lo peino. Ella intenta cubrirse las piernas, que están descubiertas.
Alejandro: Listo, ya estás mejor, ven a tumbarte en la cama.
Ella viene y se acuesta, la cubro con la manta.
Alejandro: Buenas noches, conejita.
Intento salir y ella me agarra del brazo.
Alejandro: ¿Qué pasa? ¿Te encuentras mal?
Ella niega con la cabeza.
Alejandro: ¿Qué pasa entonces?
Me señala a mí, a ella y al suelo.
Sinceramente, no lo entiendo.
Alejandro: No lo entiendo.
Entonces tira de mi brazo.
Alejandro: ¿Quieres que me quede aquí contigo? ¿Es eso?
Ella asiente con la cabeza. Me sorprende su petición, está tan aterrorizada hasta ese punto.
Alejandro: De acuerdo, voy a darme una ducha rápida y vuelvo.
Ella asiente con la cabeza. Voy al baño, me doy una ducha rápida, me pongo unos pantalones y una camiseta y vuelvo.
Alejandro: Listo.
Cojo una silla y me siento.
Alejandro: Estoy aquí.
Ella hace un gesto, será mejor que le dé mi móvil, lo saco del bolsillo y se lo doy.
¿Vas a dormir en la silla?
Alejandro: No, solo hasta que te duermas, luego iré al sofá del salón.
Ella escribe.
Eso no es justo y tú no cabes en ese sofá, yo duermo allí.
Alejandro: No, tú duermes aquí, yo me las arreglo.
No voy a poder dormir sola.
Alejandro: Estás segura aquí, no te preocupes.
Entonces túmbate aquí, te juro que me quedaré calladita.
Alejandro: ¿Estás segura?
Ella asiente con la cabeza.
Alejandro: De acuerdo, prometo mantenerme alejado de ti.
Ella asiente con la cabeza, la cama es grande, creo que puedo estar un poco lejos de ella, me acuesto y ella me mira.
Alejandro: Mañana quiero saber exactamente qué ha pasado, por qué huiste de esa manera, Dios sabe lo que te habría pasado si no llego a llegar.
Ella se encoge.
Alejandro: No estoy enfadado, conejita, pero si te hubiera pasado algo malo nunca me lo habría perdonado, ¿lo entiendes?
Ella asiente con la cabeza y cierra los ojos lentamente, me quedo mirándola y acaba durmiéndose, debe de estar cansada, luchó contra esos dos, que van a pagar caro lo que le hicieron.
Me quedo mirándola y suena mi teléfono, es mi padre, no contesto, le mando un mensaje diciéndole que voy a dormir fuera y luego apago el móvil, me quedo admirando ese rostro angelical hasta que me quedo dormido.
Me despierto al oír un gemido y un llanto bajo, miro a mi lado y veo a la conejita inquieta, hasta que una lágrima rueda por sus ojos cerrados. Me quedo espantado al oír su gemido bajo y una súplica muy baja diciendo por favor no.
Ella habló, la escuché hablar, me estoy volviendo loco o estoy soñando, fue bajo, pero lo escuché.
Ella empieza a agitarse, supongo que está teniendo una pesadilla.
Me acerco a ella y la toco.
Alejandro: Conejita, todo está bien, estoy aquí.
Le acaricio la cara.
Alejandro: Tranquila, no va a pasarte nada, yo te protejo.
Ella busca mi mano, que está en su cara, y se agita aún más, no tengo otra opción, la abrazo y la atraigo hacia mi pecho.
Alejandro: Estoy aquí, estoy aquí contigo, tranquila.
La abrazo y parece que se calma, en un susurro bajo agradece: gracias.
Le acaricio el pelo y por fin se calma, esto es tan agradable que no quiero salir de aquí y si es un sueño no quiero despertar, acabo durmiéndome.