Ella una divorciada de 40 años...
Él un rock star de 26... una pareja que no debía formarse, pero aun así... ambos luchan por su amor y la crítica publica.
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capítulo 14
Luego de dejar a su hija en la casa de su ex, Rous condujo en silencio por la autopista. No puso música. No encendió la radio. Sólo sus pensamientos la acompañaban, cada vez más densos y enredados.
Lo último que deseaba en ese momento era hablar con alguien más, pero tenía una cita pendiente que había postergado demasiadas veces.
Hacía varias semanas que había agendado un turno con su ginecóloga. Sus ciclos menstruales se habían vuelto irregulares, su humor era una montaña rusa insoportable, y algunas noches se despertaba empapada en sudor. Al principio creyó que era el estrés por todo lo ocurrido con Valentina y Liam. Pero cuando su cuerpo comenzó a enviarle otras señales, más sutiles pero persistentes, recordó una conversación lejana con su madre: "La menopausia me llegó antes de los cuarenta y tres. No te asustes si te ocurre igual."
Rous tenía cuarenta y uno. Las piezas comenzaban a encajar.
Se estacionó frente a la clínica con los labios apretados, el alma un poco en carne viva. Caminó hasta la recepción, firmó los papeles de rutina y esperó en una sala con aire acondicionado demasiado frío y revistas demasiado viejas. Veinte minutos después, la llamaron.
—Doctora Elvira —saludó, forzando una sonrisa.
—Rous, bienvenida. Siéntate, por favor. ¿Cómo estás?
—Algo cansada. Emocional y físicamente —contestó, sentándose frente al escritorio.
—¿Te siguen los retrasos menstruales?
—Sí. Hace dos meses que no me baja. No me siento mal, pero tengo calores, sudores nocturnos y… estoy muy sensible. Lloro por todo. No puedo controlar mi carácter.
La doctora asintió con comprensión.
—Bueno, vamos a hacerte unos análisis para estar seguras. Puede tratarse de una menopausia precoz, pero también hay otras causas que pueden provocar estos síntomas.
—Lo sé. Mi mamá la tuvo antes de los cuarenta y tres. Por eso vine —dijo, y se encogió de hombros.
La doctora le indicó que se recostara en la camilla para hacerle una revisión. Luego extrajo una muestra de sangre. Prometió que los resultados estarían en unos días, pero pidió hacer también una ecografía pélvica por precaución.
—¿Molestias en el abdomen bajo? —preguntó mientras preparaba el gel.
—No, nada en especial.
La sala quedó en silencio mientras Elvira recorría con el ecógrafo la zona. Su mirada se fue concentrando, frunció un poco el ceño. El corazón de Rous comenzó a latir con fuerza.
—¿Todo bien?
—Dame un momento… —murmuró la doctora, fijando su vista en el monitor.
Pasaron unos segundos largos. Eternos.
Finalmente, Elvira apartó el ecógrafo y bajó la pantalla.
—Rous, vamos a tener que confirmar esto con el análisis de sangre, pero... estás embarazada.
Rous la miró sin entender.
—¿Perdón?
—Hay un saco gestacional visible. Debes estar de entre diez y doce semanas, quizás más.
—Eso no es posible… —balbuceó, buscando desesperadamente una explicación lógica—. Estoy entrando a la menopausia. Tengo más de cuarenta...
—La edad no descarta un embarazo. Y tampoco es incompatible con los síntomas que sentiste. A veces el cuerpo confunde señales. Y tú estás en excelente estado general.
Rous se sentó lentamente, como si el aire pesara.
—¿Cómo puede ser...? —susurró para sí.
No necesitaba pensar demasiado. Sabía perfectamente quién era el padre. No había estado con nadie más en meses. Liam.
El mundo pareció tambalearse bajo sus pies. El rumor del escándalo, la foto del hotel, los titulares crueles... y ahora esto.
Un bebé.
En medio del caos. En medio de una ruptura. En medio de su miedo.
—¿Estás bien? —preguntó Elvira con suavidad.
Rous asintió, aunque la palabra "bien" no se acercaba ni remotamente a su estado emocional. Ni siquiera sabía cómo procesar todo eso.
—¿Qué debo hacer ahora?
—Esperar los análisis, confirmar las semanas exactas. Y pensar en lo que tú quieres hacer, Rous. Este es tu momento, tu decisión.
Rous salió de la clínica sin recordar cómo llegó al coche. Se sentó en el asiento del conductor, pero no encendió el motor. Solo miró hacia el frente, sin ver nada. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por su rostro sin permiso.
Era irónico. Toda la vida había postergado sus sueños por otros. Se casó por presión, crió sola a una hija sin ayuda real, soportó una relación que la deshacía por dentro. Luego, cuando al fin se atrevió a elegir algo para ella —algo genuino, puro, espontáneo—, lo perdió.
Y ahora, ese algo le había dejado una marca irreversible. Una vida creciendo dentro de ella.
Apoyó la frente sobre el volante y cerró los ojos.
No sabía si debía reír o llorar.
Tal vez ambas cosas.
Porque lo único que tenía claro era que, por primera vez en mucho tiempo, algo más grande que ella se abría paso. Y no había vuelta atrás.
—Voy a ser madre... otra vez —susurró, apenas audible—. ¿Y ahora qué hago?
No hubo respuesta.
Solo el sonido leve del viento agitando las hojas en el estacionamiento de la clínica.
Pero dentro de ella, un corazón diminuto ya latía con fuerza.