Una luna perdida. Un alfa maldito. Una marca que arde más fuerte que la sangre.
Cuando el reino de Nyra Veyra cae ante la brutal invasión de los clanes lobo, ella se convierte en botín de guerra. Sin títulos, atrapada en un templo de piedra, solo le queda su cuerpo… y un fuego desconocido que empieza a despertar bajo su piel.
Pero hay algo que ni ella ni su captor esperaban:una Marca antigua arde en su vientre. Una conexión salvaje la une a Varkhan, el alfa más temido del norte.
Y él está dispuesto a reclamar lo que el destino le ha entregado. Con placer. Con sangre. Con colmillo.
Entre rituales, deseo y magia dormida, El Alfa y su Presa es una novela de romance oscuro, brujería ancestral y erotismo salvaje, donde el mayor enemigo no siempre es el que te encierra… sino el que arde dentro de ti.
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Capítulo 14 – Donde la oscuridad espera
El fuego dormía.
Las llamas del templo se habían apagado más temprano de lo normal, como si supieran que esa noche no les correspondía arder. La luna, pálida y sin rostro, apenas se asomaba por las nubes densas que cubrían el bosque como un sudario.
En su alcoba, Nyra soñaba.
Pero esta vez no era un sueño.
Era un recuerdo.
Caminaba por un corredor circular, cuyas paredes estaban cubiertas de símbolos que conocía sin haberlos aprendido jamás. A su paso, la piedra murmuraba su nombre —Elaria— y a cada paso, su piel brillaba más, marcada con las antiguas runas de las Guardianas.
Pudo ver a Varkhan, desnudo, cubierto de sangre. Con los ojos fijos en ella.
—¿Por qué? —le preguntaba él.
Pero Nyra no podía responder.
Porque ya lo había hecho. En otra vida. Con una traición. Con una muerte.
La imagen se desvaneció.
Despertó empapada en sudor, con el corazón galopando contra su pecho. Se llevó una mano al rostro. Las palabras seguían flotando en su mente: “Elaria”, “sacrificio”, “fuego”. Y su propio nombre, dicho por voces antiguas.
Ya no podía negarlo.
Lo sabía.
Ella era Elaria. Renacida. Cargada con la memoria del amor y del crimen.
—Dioses… —susurró.
Se incorporó, con los pies descalzos rozando el suelo frío de piedra. Quería buscar a Varkhan, gritarle la verdad, decirle que recordaba, que lo amaba, que lo había amado incluso mientras lo traicionaba.
Pero entonces… alguien habló.
—Demasiado tarde para redenciones, querida.
La voz surgió desde las sombras. Cuando Nyra giró, ya no estaba sola.
Una figura encapuchada emergió de la esquina oscura. Luego otra. Y otra más. Cuatro. Silenciosos. Rápidos. Precisos.
—¿Quiénes sois?
—Viejos amigos de sangre —respondió uno—. Y herederos de una deuda pendiente.
Extendieron los brazos. El aire se volvió denso, pesado. Un susurro de lengua muerta recorrió las paredes. Nyra intentó gritar. No pudo. Sus músculos se endurecieron. El conjuro había sido exacto: una prisión invisible se cerró sobre su cuerpo.
Uno de ellos se acercó.
—Cassian nos lo advirtió. Recordarías. Volverías a ser un riesgo. Pero no te preocupes. Tu medio hermano tiene otros planes para ti.
Cassian.
Nyra intentó reunir magia en sus manos. Nada. El hechizo era más antiguo que su entrenamiento. Y su cuerpo, aunque renacido, aún no tenía las defensas despiertas por completo.
La envolvieron en un manto oscuro. Uno murmuró un conjuro final. La oscuridad lo cubrió todo.
En el ala oeste del templo, Mairen se estremeció.
Había estado meditando, de pie frente al altar, cuando sintió la sacudida. Una ruptura. El eco de un conjuro pronunciado desde dentro del santuario.
Corrió.
No tuvo que llegar muy lejos. La habitación de Nyra estaba vacía. No vacía… saqueada. El fuego apagado por completo. Las cenizas enfriadas. Y en el aire, el olor de un conjuro oscuro.
Mairen cerró los ojos. Palpitaban.
—No…
Varkhan se despertó aullando.
El vínculo se había desgarrado como un hilo arrancado de su carne. Sintió el vacío en el pecho. El instinto gritando. No era como cuando dormía lejos de ella. Era ruptura. Era separación mágica.
Salió del lecho sin ropa, los pies descalzos, la sangre latiendo en las sienes. Corrió por los pasillos como un lobo entre jaulas.
Encontró a Kate y Samuel en el corredor principal, alertados por el mismo temblor.
—¿Dónde está? —rugió—. ¿Dónde está Nyra?
—No lo sabemos —dijo Samuel—. Pero algo ha entrado.
Mairen apareció en ese momento. Pálida. La respiración entrecortada.
—Cassian ha desaparecido —dijo.
El silencio fue inmediato.
—¿Qué?
—No está en sus aposentos. El guardia que lo vigilaba fue hallado inconsciente. Y en el aire de la sala de Nyra... hay magia del linaje Penwyck. Él lo planeó. Él la entregó.
Varkhan se transformó a medias en un parpadeo.
Sus uñas se alargaron. La mandíbula se tensó. La voz rugió desde un lugar que ya no era humano.
—¡LO MATARÉ!
—Varkhan…
—¡NO! ¡LOS MATARÉ A TODOS! ¡CASSIAN EL PRIMERO!
Golpeó la pared con tal fuerza que la piedra se fragmentó. Mairen no se atrevió a acercarse. Los ojos de Varkhan ardían. Había cruzado un umbral.
—¡Mi luna ha sido robada! —aulló—. ¡La han tocado! ¡La han encadenado otra vez!
—La encontraremos —dijo Samuel, serio—. Pero no así. Si pierdes el control…
—¡Ella es mía! —gritó—. ¡Y no me la van a arrebatar otra vez!
***
En un lugar desconocido, Nyra despertó sobre una losa fría. La piedra estaba cubierta de marcas oscuras. Sus muñecas, atadas con cordeles teñidos de sangre seca. La túnica rota. La boca amarga.
Se incorporó con esfuerzo. Las figuras que la habían secuestrado ya no estaban en la sala. Pero sabía que volverían.
Y entonces lo supo.
Cassian la había vendido.
A un grupo que practicaba magia oscura. Que necesitaba su sangre para realizar un ritual prohibido. No porque fuera Nyra. Sino porque era Elaria.
Y Elaria… era la llave.
La llave a un fuego sellado hacía siglos.
—Varkhan —susurró—. Ven por mí.
En algún lugar, el eco de su nombre flotaba entre ramas y raíces.
Y la furia del lobo alfa ya ardía como una promesa en la oscuridad.