Reencarné como la villana y el príncipe quiere matarme. Mi solución: volverme tan poderosa que nadie se atreva a intentarlo. El problema: la supuesta "heroína" es en realidad una manipuladora que controla las emociones de todos. Ahora, debo luchar contra mi destino y todo un reino que me odia por una mentira.
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El Torbellino Blanco y la Sombra Lila
Irina se había arreglado con un cuidado meticuloso. Su cabello blanco brillaba como plata pulida, y su uniforme estaba impecable. Pero más allá de la apariencia, era su actitud la que iluminaba los pasillos. Camino a su primera clase, no fue una simple caminata; fue una procesión de cordialidad.
"¡Buenos días, Leo! ¡Que tengas un buen dia!", le gritó a un chico de segundo año que había conocido el día anterior y que llevaba pila de libros. El chico, sorprendido de que lo recordara, se irguió y sonrió.
"Hola,Mia, ¡me encantan esos moños!", le dijo a una chica que siempre pasaba desapercibida. La chica se sonrojó y tocó su cabello con incredulidad.
No había nadie, por más invisible que se sintiera, que no recibiera una sonrisa, un saludo o un comentario amable de su parte. Ella, que había sido una influencer, entendía el poder de hacer que las personas se sintieran vistas. Y en una academia llena de egos y inseguridades, ese era un poder tan valioso como la magia.
Cuando Irina llegó a la puerta de su salón de clases, su mirada se cruzó brevemente con la de Liz, que ya estaba sentada en su puesto. No fue un cruce casual. Fue un impacto. En los ojos lila de Liz no había solo timidez o admiración; ardía una chispa de rabia pura y confundida.
Liz, acostumbrada a ser la excepción, la chica especial y única, se veía de pronto opacada por completo. Irina no solo tenía un poder abrumador, sino que también robaba toda la atención, toda la luz. Y lo peor era que lo hacía parecer tan... fácil.
Irina captó la mirada. No mostró interés, ni desafío, ni siquiera desprecio. Simplemente la dejó pasar, como si la emoción de Liz fuera tan insignificante como una mosca. Ese desdén, esa falta de reacción, fue el combustible que avivó aún más el fuego en el corazón de Liz.
Irina no entró al salón; lo conquistó.
Al cruzar la puerta,pegó un grito no demasiado fuerte, pero sí lo suficiente para que todos voltearan, con una sonrisa pícara.
"¡Buenos días,sobrevivientes del primer día! ¿Listos para que nos vuelvan a explotar el cerebro con hechizos?"
La tensión y formalidad del primer día de clases se rompió en mil pedazos. La clase entera estalló en risas, incluido el profesor, un hombre mayor con bigote que no pudo evitar sonreír.
"Jovencita Sokolov, un poco de compostura", dijo el profesor, intentando parecer severo pero fallando miserablemente.
"¡Lo siento, profesor! Es que mi cerebro todavía está haciendo 'boom' por la ceremonia de ayer", replicó Irina con una expresión cómica de pánico, lo que provocó otra risotada general.
"Ve a sentarte, por favor", dijo el profesor, sacudiendo la cabeza con divertida resignación.
Irina, con una sonrisa triunfal pero amigable, se dirigió a su asiento. No sin antes lanzar un "¡Ánimo, equipo!" a todo el salón.
Al sentarse, el ambiente había cambiado por completo. El miedo y la ansiedad del primer día se habían transformado en una energía vibrante y positiva. Todos, excepto una, estaban encantados con su nueva compañera.
Liz, en su asiento, apretó los puños bajo la mesa. Mientras todos reían y se sentían cómodos gracias a Irina, ella se sentía más sola y amargada que nunca. La "heroína de la luz" estaba siendo consumida por la sombra de su propia envidia, y la "villana" de la historia, sin siquiera intentarlo, se había coronado como la reina indiscutible del curso.
El escenario para el conflicto estaba servido. Y esta vez, no sería una batalla de magia, sino una guerra de percepciones y corazones.
En el comedor de la academia era un microcosmos de su jerarquía social, e Irina, en cuestión de dos días, se había sentado en un trono invisible en el centro de todo. Su mesa estaba llena de estudiantes de todos los años que reían y compartían historias. Ella era el sol alrededor del cual giraban, respondiendo cada comentario con su humor característico, recordando nombres, haciendo preguntas. Todos se sentían cómodos, vistos y valorados a su lado. Era la reina de la empatía y el carisma, y su reino era ese rincón ruidoso y feliz del comedor.
Pero incluso las reinas tienen miradores. Y desde el suyo, Irina vio dos cosas que le helaron la sangre.
Primero, vio a Alexander entrando con Liz. Iban juntos, no muy cerca, pero juntos al fin. Una punzada de frío recorrió su espina dorsal. «Ahí viene», pensó, conteniendo un suspiro. «El príncipe y la heroína. El dúo destinado a ser mi perdición. El tormento que conozco.» Era un miedo familiar, casi cómodo en su previsibilidad.
Pero luego, la segunda visión fue un cuchillo mucho más afilado y traicionero. Elías. Entrando al comedor... con una chica de llamativo cabello rojo agarrado de su brazo. Se reían, parecían cómodos, íntimos. La imagen le golpeó el pecho con la fuerza de un hechizo prohibido. Un dolor agudo y cortante que no esperaba.
Por un instante, todo su mundo se detuvo. El ruido del comedor se apagó. Solo existía esa imagen de Elías sonriendo a otra persona. Pero Irina Sokolov no había sobrevivido a tanto para romperse en público. Su sonrisa, aunque un poco más tensa, no se quebró. Su voz, aunque un tono más baja, siguió respondiendo a las bromas. Nadie en su mesa notó el terremoto interno que acababa de sacudirla. La máscara de la chica segura y divertida era impenetrable.
Siguió compartiendo, riendo, comiendo, como si nada. Pero por dentro, solo sentía un frío vacío que se expandía desde su corazón.
Cuando el almuerzo terminó, se despidió de todos con su naturalidad habitual y salió del comedor. En los pasillos, siguió saludando, sonriendo a los que la llamaban. Era un autómata de amabilidad. Pero cuando finalmente cerró la puerta de su habitación a sus espaldas, la máscara se hizo añicos.
Se desplomó contra la puerta, deslizándose hasta el suelo. Un sollozo silencioso y desgarrador escapó de sus labios, seguido de otros. Las lágrimas caían calientes y rápidas sobre su uniforme. No lloraba por Alexander y Liz; eso era una guerra que esperaba. Lloraba por la traición de un refugio que creía seguro. Lloraba por las cartas, por las risas compartidas, por la promesa tácita de algo más que sentía en cada línea que él le escribía. Elías. Su amigo. Su confidente. El que la hacía sentir normal. Verlo con otra persona... eso sí que la destrozó.
Elías, desde su mesa, había visto el brevísimo, casi imperceptible, titubeo en la sonrisa de Irina cuando lo vio. Había captado la forma en que su mirada se desvió rápidamente. Y un peso de plomo se instaló en su estómago. Se sintió miserable. «Lo he herido», pensó, y la alegría fingida con Aneli se le hizo insoportable. No quería dañar a su "princesa", a la chica que admiraba desde la distancia y que ahora estaba aquí, tan brillante y tan... alcanzable, pero a la vez más lejana que nunca.
Alexander, por su parte, también lo notó. Desde donde estaba con Liz, sus ojos, siempre analíticos, no perdieron detalle. Vio la mirada de Irina hacia Elías, vio el micro-fractura en su fachada, y luego vio la incomodidad instantánea en el rostro de Elías. Una sensación compleja lo invadió. No era alegría, sino una especie de... validación. Era un punto para él. Una prueba de que el "novio" de Eldoria no era tan sólido. De que, quizás, en el corazón de Irina, él, Alexander, aún ocupaba un espacio, aunque fuera como una espina. Era un pensamiento mezquino, pero era humano. La caída de Elías era, en su mente, una oportunidad para él.
Mientras Irina lloraba a solas, las piezas del tablero emocional de la academia se reorganizaban dramáticamente.
está historia me hizo recordar los procesos que muchos pasamos 😭😭