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El Jardín De Las Máquinas Rojas

El Jardín De Las Máquinas Rojas

Status: Terminada
Genre:Terror / Completas / Época
Popularitas:505
Nilai: 5
nombre de autor: xNas

Víctor, un escritor fracasado, sigue un mapa hacia una ciudad imposible. En su camino, enfrenta espejos rotos, bibliotecas de hueso y circos delirantes, descubriendo que su peor enemigo es él mismo. Un viaje oscuro entre la locura, la creación y el vacío.

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Capítulo XIV: El Mercado de las Sombras

El mercado olía a mentiras podridas y ambición fermentada, un hedor que se pegaba a la piel como humedad. Víctor avanzó entre puestos de madera carcomida, sus tablas astilladas crujiendo bajo sus pasos. Los vendedores, con rostros de máscaras gastadas que parecían derretirse bajo una luz invisible, comerciaban terrores en frascos de vidrio opaco. Carteles descoloridos, escritos con letras que sangraban tinta, colgaban torcidos sobre las mesas: MIEDOS AUTÉNTICOS, PRECIOS DE GANGA. A su alrededor, compradores sin rostro regateaban con monedas de hueso y dientes, sus voces un murmullo que vibraba como un enjambre atrapado.

—¡Miedo a la soledad, medio usado! —gritó un vendedor cuya boca estaba cosida con hilo negro, agitando un frasco donde una sombra golpeaba las paredes de cristal, dejando arañazos que brillaban como lágrimas—. ¡Intercambio por un suspiro no gastado o un secreto bien guardado!

Víctor ignoró el grito, sintiendo la cadena en su tobillo —Culpable, Autor, Silencio, Fábrica, Banquete, Relojero, Teatro — resonar como una campana fúnebre con cada paso. Los eslabones parecían más pesados aquí, como si el mercado los alimentara con su propia desesperación. Los puestos se multiplicaban, extendiéndose en callejones que torcían la lógica: algunos ascendían en espirales imposibles, otros terminaban en pozos de oscuridad que susurraban su nombre. Los compradores lo rozaban al pasar, sus dedos fríos dejando marcas de escarcha en su piel. Cada contacto era un recordatorio de que este lugar no era para los vivos, sino para los que habían perdido algo irrecuperable.

Al final de un callejón angosto, donde el aire se volvía denso como melaza, una mujer lo esperaba tras un puesto iluminado por faroles que proyectaban sombras de clientes desaparecidos. Su cabello era de humo, ondulando en volutas que formaban rostros antes de disolverse, y sus alas de polilla, grises y quebradizas, vibraban con un zumbido bajo. La mesa frente a ella estaba cubierta de frascos que parecían contener no líquidos, sino fragmentos de almas atrapadas.

—Tú no compras —dijo, limpiando un frasco lleno de arañas de tinta que tejían palabras ilegibles dentro del vidrio—. Tú vendes. Siempre has vendido, aunque lo llames crear.

Sin esperar respuesta, señaló una hilera de frascos con etiquetas escritas en la caligrafía de Víctor, cada una un eco de sus noches más oscuras:

"Miedo a la página en blanco": Dentro, una pluma quebrada se autodestruía en un bucle infinito, sus fragmentos recomponiéndose solo para volver a romperse.

"Terror al éxito": Una corona de espinas que crecía, estrangulando un maniquí invisible con cada nuevo brote.

"Pánico a ser olvidado": Un espejo que reflejaba solo vacío, su superficie ondulando como si algo intentara escapar desde el otro lado.

—¿Qué das a cambio? —preguntó Víctor, aunque un nudo en su pecho ya conocía la respuesta.

La mujer señaló la cadena en su tobillo, sus ojos brillando como brasas bajo la sombra de sus alas.

—Un eslabón. O un pedazo de tu nombre. Elige rápido, Autor, o el mercado elegirá por ti.

Víctor tocó las palabras grabadas en su piel —Creador, Fragmento —, cada una un peso que lo anclaba a este lugar. El fragmento de espejo alojado en su estómago vibró, proyectando una imagen en su mente: Lilith, en una caverna iluminada por un resplandor rojizo, arrancando letras de su propia carne para alimentar un horno que escupía versos en llamas. Sus ojos se encontraron con los de él a través de la visión, y una sonrisa afilada cruzó su rostro antes de desvanecerse.

La mujer interrumpió su trance, empujando hacia él una lámpara de aceite negro, su superficie grabada con rostros que gritaban en silencio.

—Toma esto —dijo—. Ilumina tus miedos… o ellos te iluminarán a ti.

Víctor intentó rechazarla, pero la lámpara se fusionó con su mano, el metal frío mordiendo su carne como un grillete nuevo. El aceite dentro olía a pólvora y lágrimas, un aroma que le revolvía el estómago y le nublaba los sentidos.

El mercado cobró vida a su alrededor. Las sombras de los compradores se alargaron, transformándose en criaturas de ojos como alfileres que lo rodearon, sus voces un coro de susurros venenosos:

—¿Qué guardas en tu frasco, Autor?

—Véndenos tu silencio…

—Danos tus versos muertos…

Víctor, temblando, encendió la lámpara. La llama era azul, fría como una luna de invierno, y su luz proyectó sombras que danzaban como recuerdos rotos. Las criaturas retrocedieron, siseando, pero la claridad reveló una verdad más cruel: los puestos no vendían terrores, sino pedazos de almas. Hombres y mujeres desollados colgaban de ganchos, sus pieles tatuadas con fracasos y arrepentimientos que aún se retorcían. En un rincón, niños fantasmas intercambiaban risas cristalinas por cuchillas oxidadas, sus ojos vacíos fijos en él.

—El Mercado siempre gana —dijo la mujer, sus alas de polilla ahora negras como plumas de cuervo—. Pero puedes robarle una cosa… si tienes valor.

Víctor, guiado por un instinto que no comprendía, se acercó a un puesto abandonado al borde del callejón. La mesa estaba cubierta de polvo, pero en el centro brillaba un frasco titulado "Última esperanza". Dentro, una semilla de cristal latía como un corazón diminuto, su luz pulsando al ritmo de su propio pulso.

—Esa no es para ti —advirtió una voz a su espalda, rasposa como papel rasgado.

Era un niño de ojos quemados, su piel agrietada como arcilla seca. Su sonrisa, afilada como un serrucho, revelaba dientes hechos de letras rotas. En la mano sostenía un cuchillo de páginas arrugadas, cada hoja grabada con palabras que Víctor reconoció como suyas.

—Es mía —dijo Víctor, tomando el frasco con una certeza que lo sorprendió.

El niño atacó sin dudar. El cuchillo-página cortó su brazo, dejando un surco de letras sueltas que gritaban "ladrón" antes de disolverse en el aire. El dolor era más que físico; cada letra arrancada parecía llevarse un pedazo de su memoria. Víctor, desesperado, alzó la lámpara. La llama azul envolvió al niño, reduciéndolo a ceniza y tinta que se esparció como un suspiro roto.

Con manos temblorosas, abrió el frasco. La semilla de cristal saltó a su boca, alojándose en su garganta como un intruso. Al tragarla, una visión lo cegó: el mercado era una red de venas subterráneas, un sistema vivo que conectaba todos sus fracasos, cada puesto un nudo en una telaraña que lo atrapaba. En el centro, Lilith tejía su destino con hilos de poemas malditos, sus dedos sangrando tinta mientras reía.

La visión se desvaneció, dejando un eco de su risa en su mente. La mujer, ahora con alas de cuervo que rozaban el suelo, lo observaba con una mezcla de burla y lástima.

—La esperanza es un parásito —dijo, su voz cortante—. Ahora vive en ti. Cuídate de lo que germina.

Víctor sintió un espasmo en su pecho. Vomitó flores de cristal, cada pétalo grabado con un verso de su primer poema, aquel que había escrito antes de conocer la culpa. Las flores se rompieron al tocar el suelo, liberando un aroma a papel quemado. La cadena en su tobillo vibró, añadiendo un nuevo eslabón: Mercado. El peso lo hizo tambalearse, como si el suelo mismo quisiera tragarlo.

Antes de que pudiera hablar, la mujer le entregó un mapa escrito en piel de rata, sus bordes quemados y las líneas trazadas con sangre seca.

—El Laberinto de Espejos Rotos te espera —dijo, su sonrisa una grieta en la realidad—. Pero cuidado: los reflejos muerden.

Víctor salió del mercado, el aire ahora más pesado, cargado de promesas rotas. La semilla en su garganta germinó, enviando raíces de vidrio que perforaron sus venas. Cada pinchazo era un recuerdo: una página arrancada, un personaje olvidado, una verdad esquivada. En su mente, una voz nueva susurró, fría y afilada:

—La próxima vez, no robes.

El mapa en su mano tembló, como si supiera lo que venía. A lo lejos, el horizonte se torcía, formando los contornos de un laberinto que lo esperaba con promesas de espejos y sangre.

1
Ohara Shinosuke
🤩🤩 No puedo creer lo buena que es tu idea, sigue escribiendo así de bien.
Ms S.
nuevo capi cuando?¿
Naruto Uzumaki
Tu historia es como una droga para mí, no puedo esperar para leer más. (💉)
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