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El Jardín De Las Máquinas Rojas

El Jardín De Las Máquinas Rojas

Status: Terminada
Genre:Terror / Completas / Época
Popularitas:531
Nilai: 5
nombre de autor: xNas

Víctor, un escritor fracasado, sigue un mapa hacia una ciudad imposible. En su camino, enfrenta espejos rotos, bibliotecas de hueso y circos delirantes, descubriendo que su peor enemigo es él mismo. Un viaje oscuro entre la locura, la creación y el vacío.

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Capítulo 20: El Jardín de las Máquinas Rojas

El jardín respiraba con un ritmo nuevo, como si hubiera absorbido las cicatrices de Víctor y las hubiera transformado en vida. Cada paso que daba sobre el suelo sembrado de flores, cuyos pétalos parecían ser engranajes oxidados, lo conectaba con los versos olvidados de su propia existencia. Los pétalos se movían suavemente al rozar sus piernas, susurrando fragmentos de poemas que, aunque ya perdidos en el tiempo, aún tenían un eco en su memoria. Era como si el jardín se hubiera convertido en un organismo consciente, que respiraba con su propio compás, y al hacerlo, lo reflejaba todo lo que él había sido, lo que había perdido, y lo que todavía, quizás, podría llegar a ser.

El cielo, que antes parecía un manto de mercurio líquido, se había quebrado en múltiples islas flotantes, brillando débilmente bajo un sol distante. Cada fragmento reflejaba una parte de su vida: el niño que escondía poemas bajo la cama en un intento por preservar sus pensamientos más profundos y privados; el adolescente que, desesperado por ocultar sus emociones, quemaba diarios al amanecer, creyendo que podía destruir todo lo que no quería recordar; el hombre, ya algo envejecido, que había vendido sus sueños por vasos de whisky agrio, buscando en el alcohol una forma de olvido. Cada uno de esos reflejos en el cielo se encontraba suspendido en el aire, congelado en su propia existencia, como si el tiempo se hubiera detenido allí, en esos momentos de su vida.

En el centro del jardín, donde antes se erguía la estatua del Autor, una figura cuya presencia siempre había sido tan imponente y omnipresente, ahora crecía un árbol hecho de clavos retorcidos. Sus ramas, duras como el hierro, se extendían hacia el cielo, como si intentaran rasgar las islas flotantes que las observaban. Los frutos que colgaban de sus ramas no eran naturales: eran esferas de vidrio, brillantes pero frágiles, que atrapaban en su interior a los personajes que habían formado parte de su vida y de sus obras. Clara, la musa perdida, aparecía suspendida dentro de uno de esos frutos, su rostro marcado por cicatrices de palabras y su boca cosida con hilos de versos no dichos; el pianista tuerto, sus manos ahora transformadas en teclas de piano podridas, parecía estar tocando una melodía desde el interior de su esfera de vidrio; y Lilith, la figura de la tentación eterna, danzaba en un vals infinito, siempre acompañada de su propio cadáver, atrapada en un ciclo sin fin.

Al pie del árbol, latía un corazón biomecánico. Era una mezcla extraña de órgano y máquina, una criatura híbrida que latía con la fuerza de un ser vivo, pero cuya esencia era fría y metálica. Sus venas eran de alambre carmesí, sus válvulas de bronce verde, y en su núcleo, incrustada con fuerza, una máquina de escribir Underwood 1930 que tecleaba sin cesar, como si nunca pudiera descansar. Cada golpe de la tecla parecía marcar una nota de desesperación, una llamada al caos. El rodillo de la máquina escupía un mensaje en bucle, una y otra vez, sin fin: "El Autor está muerto. El Poema vive. El Jardín se regenera". Cada palabra que emergía de la máquina parecía penetrar en su alma, como si él fuera parte del poema, como si el jardín, la máquina, y todo lo que había hecho, fueran una misma cosa.

Víctor extendió la mano hacia la máquina de escribir, sintiendo el peso de la pluma en su palma. Las teclas se clavaron en sus dedos, una por una, con la fuerza de una mordida vampírica. La tinta comenzó a fluir de sus venas, vertiéndose en la máquina con cada palabra que escribía, como si la máquina estuviera absorbiendo algo de él mismo. El papel, ahora convertido en una piel seca y arrugada, apareció con una nueva pregunta: "¿Quién eres ahora?"

Víctor murmuró, casi sin darse cuenta, "No lo sé", y al hacerlo, el jardín tembló a su alrededor. Las flores que antes se habían abierto como un abrazo suave cerraron sus pétalos de golpe, las ramas de los árboles se inclinaron hacia el suelo como ancianos ante una tormenta que se avecinaba. El aire se cargó de una tensión pesada, como si el universo entero estuviera esperando algo, una respuesta, una acción.

Fue entonces cuando los frutos de vidrio comenzaron a quebrarse. El sonido del vidrio rompiéndose llenó el aire, resonando como un eco lejano, y de cada fragmento emergió una figura.

Clara apareció primero. Su cabello, que antes había sido de un rojo vibrante, ahora se había transformado en hilos de mercurio líquido, brillando con una luz fría y distante. Sus ojos, que alguna vez habían sido brillantes y llenos de vida, ahora eran pozos profundos donde nadaban peces de tinta, atrapados en un eterno ciclo. Su voz, cuando habló, era un sonido lleno de estática, una interferencia que parecía provenir de un mundo más allá del suyo: —¿Por qué nos trajiste de vuelta? ¿Para enterrar tus culpas en nosotros otra vez?

El pianista tuerto apareció después. Sus dedos, ahora convertidos en llaves de saxofón retorcidas, tocaron una nota que rasgó el aire. El sonido era como una herida abierta, un grito lejano de dolor. Al tocar la tecla, el aire se rasgó, abriendo un portal hacia el Bar de las Sombras, un lugar que se mantenía inmutable en su miseria. Allí, las luces de neón parpadeaban con una tristeza insostenible, y el aire estaba impregnado con el olor a orina y derrota, el mismo que él había conocido tantas veces. —Tú nos condenaste a repetir —dijo el pianista, y el saxofón escupió una melodía desgarradora que resonaba como un réquiem interminable.

Lilith, finalmente, apareció. Su vestido negro estaba hecho de escarabajos de tinta, criaturas diminutas que se movían y formaban palabras malditas que desaparecían rápidamente. Se acercó a Víctor, dejando a su paso un rastro de letras muertas, de historias no contadas, de promesas rotas: —El jardín es un bucle… pero tú tienes la pluma. ¿Destruirás la máquina? ¿O te esconderás en el bar como siempre?

Víctor miró la pluma en su mano, la pluma de hierro del Relojero. Ahora parecía más pesada, como si hubiera absorbido todo el peso de las palabras no escritas, de las historias que nunca fueron contadas. Mientras tanto, el corazón biomecánico aceleró su latido, y de sus válvulas brotó tinta negra que ascendió en espiral, formando un torbellino de palabras sueltas: "Miedo", "Vergüenza", "Nada".

Víctor miró el portal hacia el bar. Allí, su yo pasado lo esperaba, bebiendo solo, ajeno al infierno que se avecinaba. El reflejo de sí mismo en el portal le mostró un futuro que ya había vivido, un futuro de soledad y arrepentimiento.

—Si destruyes la máquina, el jardín colapsará —advirtió Lilith, los escarabajos de su vestido formando un mapa en el suelo—. Pero tú morirás con él. Si regresas al bar, el ciclo comenzará de nuevo. Y tal vez… esta vez escribas mejor.

Clara se interpuso, su cuerpo de humo temblando: —O puedes quedarte aquí. Ser parte del jardín. Alimentarlo con tus dudas, con tu dolor.

El pianista tocó una nota grave, y las paredes del portal se llenaron con imágenes de todas las decisiones que Víctor había tomado: noches de escritura borracha, manuscritos quemados, manos que apartó para aferrarse a botellas.

La Underwood escribió una última línea antes de apagarse: "Tu elección es tuya. Y la de quienes vienen después."

El silencio que siguió fue pesado, interminable. En algún rincón del jardín, alguien, tal vez él mismo, había tomado una pluma y comenzaba a escribir.

Ahora, las opciones estaban claras. Podía destruir la máquina, clavar la pluma en el corazón biomecánico y desgarrar el jardín, aunque eso significara su propio fin. Podía regresar al bar, cruzar el portal y sentarse nuevamente ante el vaso de whisky intacto, buscando en el alcohol una forma de olvidarse, de escribir de nuevo o, tal vez, de repetir los mismos errores. O podía quedarse, fundirse con el jardín, convirtiendo sus venas en raíces y su alma en tinta, para siempre.

El jardín esperaba, el poema seguía. Y Víctor debía decidir.

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Ohara Shinosuke
🤩🤩 No puedo creer lo buena que es tu idea, sigue escribiendo así de bien.
Ms S.
nuevo capi cuando?¿
Naruto Uzumaki
Tu historia es como una droga para mí, no puedo esperar para leer más. (💉)
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