¿Hasta dónde estás dispuesto a olvidar por amor? ¿Mentiras, traiciones, o quizás... muertes?
Realmente, ¿es posible vivir con una venda en los ojos?
Bienvenido a un mundo donde los héroes no son tan valorados como se parece.
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Capítulo 3: Supervisor estrella
«Querido Sargento Vansua»
No sabe todo el bien que lo estoy deseando en este momento
En verdad estoy apreciando desde lo más profundo de mi ser, los sabios consejos que me ha otorgado en la última hora «que haría, si nadie me hubiera dicho que la guerra no es un cuento de hadas» «que mi actitud amistosa es una patada en los huevos» y «que mi amabilidad no es más que una lamida de botas para conseguir todo gratis» en serio, estoy encantada, que digo encantada, fascinada, tanto que no sabe cuánto deseo restregarle en su cara todos sus malditos consejos, cuando tenga que aceptar que gane esta prueba.
«¿A ver qué va a ser con sus consejos?»
porque yo no los voy a necesitar nunca más.
Ya ni siquiera me molestaba estar desde hace media hora haciendo fila en la cafetería, hasta eso era mejor que convivir con él.
Alguien toca mi hombro.
—Escuche que conociste al Sargento Vansua... —comento Bárbara en voz baja como si temiese que la escucharan los de la fila
—Si ya lo conocí... —refunfuño— Me parece que es muy peculiar, un peculiar ¡hijo de puta! un grosero, maleducado, que no tenía por qué tratarme así ¡Quien se cree que es! —suelto indignada, sin poder guardarme por más tiempo el coraje
—Shhhhh...estas locas. Será un maldito y lo que quieras, pero es hijo del General. No te metas en problemas con él o te vas a arrepentir. —advirtió Bárbara hablando enserio, puso un tazón de frutas en su bandeja y sonrió— Pero si logras pasar con él de supervisor, vas a ascender como elevador ¡nadie! enserio nadie, supera con calificación afirmativa y menos con él.
«No lo puedo creer...»
Ahora también resulta que es importante.
—Es reconocido por entrenar a los mejores elementos, su visto bueno es el paseo de la fama en la SSMH, si logras demostrarle de lo que eres capaz y decide aprobarte. Te aseguro que serás entrenada por el mejor elemento y eso pesa mucho.
—No me interesa ser la mejor, lo único que necesito es un sueldo y un lugar donde quedarme —explico sirviendo dos tazones de fruta, jugo de manzana, barras integrales y tres rebanadas de pastel de carne— no quiero ser entrenada por ese cretino.
Bárbara miro la charola sorprendida, a rebosar, hasta yo sabía que era demasiado para una sola persona, pero tenía días sin comer bien, por no decir que no tengo ni un centavo.
—¿Vas a comer todo eso? ¿Antes de la primera prueba?
—Por supuesto, si este va a ser mi último día en la SSMH, voy a desayunar como dios manda —fulminó con una barrita de cereal en la boca
—Sí convences al sargento que vale la pena entrenarte, podrás obtener un puesto seguro y podrás quedarte aquí ... ¡Bum! Fácil y sencillo —replico Bárbara simulando un ruido de explosión con su boca
—Hubieras empezado por ahí, me esforzare al máximo por pasar cada una de sus difíciles pruebas y se las restregare en la cara.
«¿Qué tan difícil podía ser?»
—¡Esa es la actitud! Suerte con el Sargento Vansua, es un hueso duro de roer —exclamo Bárbara despidiéndose con un golpecito de hombros— te dejo, si el Sargento me ve hablando contigo, va a pensar que te estoy adelantando lo que veras en las pruebas.
—Gracias, nos vemos luego.
Asiento la bandeja, sin dejar que su malhumorada actitud me desalentara de la oportunidad de permanecer en la SSHM, el solo mira la bandeja y suelta un pequeño bufido: una mezcla entre burla y sorpresa, según consigo traducir.
—¿Si recuerda que son pruebas físicas, soldado?
Replico el Sargento dando el último mordisco a la manzana que tenía en la mano, a penas lo notaba, solo eso había comido en todo ese tiempo: agua y una manzana. Probablemente tuviera razón, pero me negaba a dársela, eso solo sería otorgarle más poder del que ya creía tener, por lo que el posible dolor de estómago pasaba a ser un problema menor.
—Si, Sargento Vansua, por eso debo alimentarme bien, para soportar los terrores del campo de batalla —digo con inicial profesionalidad, pero termina escuchándose como burla
—Como gustes Jones. —finalizo con indiferencia
En tan solo una hora las consecuencias de mis decisiones me habían alcanzado, un retortijón torciendo mis tripas, matándome lentamente, ahora sí que reconsideraba mi desempeño en las pruebas de resistencia, sentía que vomitaría a cualquier movimiento.
En ese justo momento, el Sargento acciono como reloj suizo, a la hora indicada, cerró su libro y lo asentó en la mesa.
—Todos los reclutas y supervisores, preséntense en campo, las pruebas de ingreso están por comenzar —anuncio una voz femenina y estática por las radios del recinto
Una sonrisa satisfecha elevo su comisura, seguramente provocado por la puntualidad del evento, estaba de más decirlo, se fue sin avisar, en apenas dos pasos se levantó dirigiéndose a la salida principal, me limite a seguirlo, tratando de disimular los efectos de mi para nada ligero desayuno.
6:00 am. 12 de noviembre del 2000
Campo abierto, pruebas de resistencia
Los reclutas estaban organizados en dos largas filas: en la primera, evaluados y en la segunda sus correspondientes supervisores.
Nunca me habían sudado tanto las manos, en realidad, ahora si podía sentir la presión.
En el campo había por lo menos quinientas personas, todas vestidas con uniformes camuflajeados, ya los tenía vistos; botas de cuero, cinturones con aditamentos, cascos, gafetes con código, clase y tantos datos que ni siquiera era capaz de recordar por el momento. No era relevante, no para mí, sino más bien abrumador, porque al ver todos esos rostros, esas auras cargadas de fuerza, las comparaba con la mía, que solo reflejaba mi deseo por conseguir un "afirmativo" a la primera, porque ya no tenía a donde ir después de haber gastado todos mis ahorros para regresar a Washington y en segunda, porque deseaba demostrarle al Sargento que era más de lo que en realidad aparentaba.
Todo parecía más sencillo en mi cabeza, pero la duda siempre se traspasaba a la realidad «¿Existía esa oportunidad?» por kilómetros, cualquiera aparentaba estar mejor preparado de lo que yo lo estaba, aun así, deseaba intentarlo.
Regrese la atención, la prueba de resistencia.
Una fila de supervisores desfilaba frente a los novatos, compartiendo el mismo uniforme, a única diferencia del chaleco antibalas que los hacia ver mucho mejor preparados, también se les había otorgado suplementos, seguidos de unas simples hojas junto con un bolígrafo.
Enfrente de nosotros se colocó una mesa con varios objetos: una soga, navaja, caja de cerillos, cantimplora, kit medico pequeño, bolsa con enlatados y curtidos, bengala, máscara antigás, guantes gruesos de color negro, arma de mano, un radio, brújula, mapa, cartuchos de balas, binoculares, saco para dormir, varitas incandescentes, barras de cereal, paracaídas, pintura facial y un reloj de mano.
Daba la apariencia de ser un montón de cosas al azar, echadas a diestra y siniestra, para que uno se la pase como tonto buscando el significado de cada una de sus posibles elecciones, si algo había aprendido, era a no dejarme llevar por las apariencias, ver únicamente lo que era necesario, eso era todo, ya había decido mi kit para la prueba.
—La prueba tiene una duración de cinco días y un trayecto de 300 millas con base en Tuscarora State Forest, elija diez objetos de la mesa, tiene 10 minutos, solo lleve los que considere necesario para completar el viaje —anuncio el Sargento con pluma en mano, esperando la decisión que tomaría
«¡300 millas!»
Repito sin poder creer la distancia que recorreríamos.
—¿A pie? —hasta yo reconocía que esa era una pregunta tonta, aunque esta vez sí me hubiera encantado que me contradijera
El Sargento Rick actuó naturalmente, como lo había hecho desde la primera vez que se cruzaron nuestros caminos, solo me miro con esos fríos y fruncidos ojos marrones, justo por encima de sus documentos y alzo una ceja, la máxima expresión de la decepción en persona.
—Entendido —esa debió haber sido la primera respuesta
Miro los objetos, comprendiendo que ya no puedo joder aún más las cosas, pues no me ha tocado el supervisor más paciente del mundo, así que hago lo que debí hacer desde el principio, enfocarme, tomarme enserio las cosas de una buena vez por todas. Abro la mochila de un tirón, elijo y de una, empiezo a guardar los objetos: navaja militar, cantimplora, kit medico básico, bolsa con enlatados y curtidos, pintura facial, arma de mano, cartuchos de balas, brújula, mapa, radio, y por último la caja de cerillos.
Termino la tarea y ajusto las correas del bolso, procurando asemejar la tensa y comprometida mirada de mi vigilante, tenso agujetas, caliento los músculos en un débil trote y me hago el cabello en una coleta. Al menos la actitud, sí que la tenía.
El Sargento por su parte, se había limitado —extrañamente a mi parecer— a la tarea de observador, sin agregar comentarios, ni ácidos consejos, solo apunto algo en los documentos, checo la hora, que también apunto, para después guardarlos en una bolsa de plástico sellado.
—Son las 6:07 am, oficialmente a comenzado la prueba —dijo monótono ajustando la correa de su mochila
Para ese instante, la prueba había comenzado oficialmente, la carrera de ver quien llegaba primero a la base se había tomado al pie de la palabra, por todas partes se veían a los reclutas a toda velocidad, confiando arduamente en sus posibilidades de llegar al destino justo antes que el resto, no podía quedarme atrás, aunque los pulmones no me lo agradecieran, no sería la última en salir de ese campo.
El sargento se quedó atrás.
El cuerpo no tardo en jugarme en contra, sudor en los ojos, dolor de estómago, el ácido reflujo paseándose por mi lengua, amargándome la garganta, desconocía de donde sacaba la fuerza para no vomitar, a unos pocos minutos de la carrera los pulmones ya gritaban desesperados aire, no quería detenerme, tenía que igualarme al resto si en verdad quería pasar la prueba.
Abro la boca, en un inútil intento de atrapar la mayor cantidad de aire posible, aunque esto solo consiguió empeorar la situación, ahora estrenaba una garganta seca.
En medio del conflicto que armaban mis para nada entrenados órganos, decido voltear, la curiosidad de saber cómo le va al de al lado, para mi sorpresa, el sí había conseguido mantener la velocidad sin agotarse en lo más mínimo.
Regreso la vista al frente, aún le faltaba como una milla para internarse en el bosque, intuía que no lo lograría.
—Tu respiración —un comentario fugaz del Sargento— inhala por la nariz, exhala por la boca, cada uno en la duración de tus pasos.
Solo por esa ocasión seguiría sus consejos, ya no soportaba el dolor que se había formado en mi costado, haciendo soportable lo que quedaba del trayecto, o al menos lo suficiente para no caer rendida en la entrada del bosque.
Descanse en uno de los troncos, mientras los demás reclutas desaparecían entre la arboleda. Sin perder ni un minuto de tiempo, saco el mapa y lo extiendo en una roca, asentó la brújula y confió en la dirección de la manecilla roja.
—Iremos por ahí —declaro apuntando hacia el frente, como si la brújula ya me hubiera indicado todo el camino a tomar
—Entendido —milagrosamente fue lo único que dijo, sin quejas
Teníamos tantas horas caminando que ya no consideraba tan importante lo que fuera que llevara en la bendita bolsa, un camino desnivelado, lleno de piedras, caídas y ramas que te golpeaban en la cara si no tenías el suficiente cuidado, y claro que no lo tenía, mis experiencias más cercanas a la naturaleza eran bastante limitadas. Aunque para el Sargento las cosas parecían prometedoras, no había dicho una sola palabra en todo el camino, pero se le veía seguro —en su elemento— ni una de esas ramas desprevenidas había si quiera rozado su rostro, supongo que es un hombre de naturaleza y yo una chica de ciudad, vaya estereotipo.
No sabía qué hora era, me cuestionó sobre la decisión de no llevar el reloj, ahora si pienso en la utilidad de tener uno, pero ya no podía arrepentirme por obvias razones. Lo único que sabia con certeza era que nos encontrábamos a millas del punto de partida, ni siquiera a la mitad del trayecto que nos faltaba para llegar a la base, y el primero de los días ya había llegado a su fin, habían pasado varios minutos desde que el sol se había ocultado tras el horizonte, cubriendo el cielo de un gran manto de oscuridad, las estrellas aparecieron iluminándolo.
Entrecierro los ojos en un inútil intento de disipar la densa oscuridad del bosque.
«No veía nada. ¿Qué debía hacer ahora?»
—¿Alguna idea? —digo desorientada, reconsiderando la idea de continuar de noche, el bosque podría ser peligroso a esas horas
—Pensé que había quedado claro, no puedo ayudarte con tus decisiones.
«Ahí vamos otra vez con las malas vibras»
Justo antes de que comenzáramos a tirarnos piedras verbales, más por parte del Sargento que mías, un ruido demasiado cercano consiguió callarnos. Un crujido, de una rama seca seguramente, breve, a penas a unos pasos de donde nos encontrábamos.
—¿Un oso? —indago en voz baja
—No creo, será mejor que nos alejemos —sugirió el Sargento casi susurrando, no podía distinguir su rostro, pero se escuchaba preocupado
Su cuerpo no se lo había pensado ni un solo segundo, ya se encontraba hiendo en la dirección contraria al sonido. No sé porque me esperaba una reacción completamente distinta.
—¿Qué sucede? —pregunto sin entender el porqué de su preocupación
—Camina Jones —contesto el Sargento susurrando, no era opción, era una orden
—Deberíamos...
Un grito rompió silencio, provocándome un salto, silenciando mi queja.
—Vamos —dijimos al mismo tiempo
Para cuando terminamos la frase, el Sargento Vansua se alejó del lugar y yo era la única que corría como una loca hacia el lugar donde había provenido.
—¡¿Qué crees que haces?! —exclamo el Sargento al ver que no le seguía
—Pensé que nos hablábamos de usted, Sargento Vansua —digo con una sonrisa divertida, no podía ocultarlo, en el fondo disfrutaba ver que no era tan duro como aparentaba — ¿Vienes? ¿o tienes miedo de lo que podamos encontrar?
—Es la idea más estúpida que ha tenido en todo el día —respondió molesto
—Regresamos a los formalismos, bien, puede que le parezca una idea estúpida. ¿Pero si alguien necesita ayuda? Deberíamos ir —dijo siguiendo mi camino
—No, no nos corresponde. La orden que se nos asigno es llegar a Tuscarora State Forest en cinco días, no detenernos a resolver los problemas de los demás.
Al parecer el Sargento tenía problemas con el altruismo, a parte de los personales, por supuesto.
—Y la orden que te dieron a ti, es seguirme y apuntar mis acciones sin interferir en mis decisiones, si más lo recuerdo, ¿o no Sargento Vansua?
También odiaba que usara sus palabras en su contra, ahí estaba nuevamente ese lindo ceño fruncido en su rostro, en verdad detestaba que tuviera la razón, que por más mala idea que le pareciera, no podía interferir, tenía que seguirme.
—Correcto. Vayamos a ver cuál es el problema. —acato a regañadientes
—Al fin concordamos en algo —digo satisfecha de lograr mi voluntad
—No se acostumbre, Jones.
—Cuanta agresividad... si vamos a pasar, no sé, los últimos cinco días conviviendo, supongo que sería bueno que podamos llevarnos bien o al menos lo que dure la prueba ¿qué opinas?... hablar, pasarla bien, disfrutar del paisaje.
—Shhhhh... —profirió ignorándome otra vez
—Que pesado eres...
La tranquilidad del bosque era extrañamente atrapante, me sentía una aventurera, esquivando los obstáculos que se me atravesaban en completa oscuridad, el Sargento daba pasos lentos y seguros, yo, brincos inesperados contra las ramas y una que otra bota atascada entre la maleza. No había pasado demasiado para que terminara acostumbrándome, aunque eso no quitaba que deseara la seguridad de ver hacia donde nos dirigíamos o más bien ¿hacia quién?
El silencio dejo de ser divertido en cuanto nos internamos más en el bosque.
El grito de hace unos instantes, no se había repetido, ni un ruido más a parte del de los animales comunes, solo eran nuestros pasos, nuestras respiraciones, nuestra cercanía...
En ese momento la extraña sensación de darme la vuelta nació desde dentro, solo para notar que su mirada me seguía, fija en la mía, sin pestañeos, y una sensación extraña invadió cada fibra de mi cuerpo, cuando él se aproximaba a mí, quitándose el guante negro que cubría su mano derecha, estaba muy cerca, apenas unos centímetros nos distanciaban.
Me quedó inmóvil, sin comprender nada de lo que estaba pasando.
¿Qué le sucedía? acaso mi comentario lo había molestado demasiado, a lo mejor, ¿deseaba hacerme algún tipo de daño?... no podía saberlo, lo único que sabia era que su presencia me ponía nerviosa, solo podía concentrarme en su altura —me llevaba como dos o tres cabezas— era muy alto, como dos metros, si las cuentas no me fallaban.
Era incomodo.
Sentir nuestras respiraciones, sin el salir de las palabras de nuestras bocas, sin las pequeñas discusiones que habían caracterizado nuestros intercambios hasta ahora.
En el tiempo que habíamos compartido juntos, nunca estuvimos tan cerca, siempre respetamos esa distancia que se tiene frente a los desconocidos, ahora hasta era capaz de sentir su aroma... tan característico, colonia con notas a madera y alguna hierba aromática, talvez lavanda...
Sus ojos no miraban los míos, sino al cuello.
Trague saliva, mientras sentía su pálida mano descubierta suavemente sobre mi piel, luego sus ojos se cruzaron brevemente con los míos, esquivo la mirada, ese era un encuentro demasiado comprometedor como para que lo soportara, la molestia que sentía al inicio de todo había sido sustituida rápidamente por vergüenza, la pena de que consiguiera hacerme sentir así.
Su cabello castaño resaltaba al brillo de la luna, a pesar de la obscuridad me impedía verlo con detenimiento.
—Jones...no te muevas —susurro sin retirar su mano de mi cuello
Ahí estaba ese cosquilleo en el estómago, otra vez, por suerte la oscuridad de la noche sepultaría el calor que seguramente, habrá pintado mi rostro de rojo.